━ 𝐋𝐗𝐗𝐗𝐈𝐕: Sangre de mi sangre y huesos de mis huesos

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Ambas continuaron avanzando por aquel angosto sendero hasta que finalmente llegaron a su destino. Las pulsaciones de Drasil se dispararon, alcanzando una cadencia casi frenética, cuando quedó a apenas un par de pasos de Ubbe, quien la contemplaba como si fuera la única mujer sobre la faz de Midgard, como si nada más existiese a su alrededor.

Por Odín, estaba realmente apuesto.

Entonces Kaia tomó las manos de Drasil entre las suyas y las besó con dulzura, ocasionando que los iris esmeralda de su primogénita se cristalizaran a causa del significado que entrañaba aquel gesto. Las dos se miraron sin decir nada, pero a la vez diciéndoselo todo, justo antes de que La Imbatible le entregara su tesoro más preciado al Ragnarsson, cuyos dedos callosos y robustos no demoraron en entrelazarse con los de Drasil.

Poco después la joven pareja de prometidos se introdujo en el círculo de piedras que había en mitad del claro, allá donde Hilda los esperaba para dar inicio a la liturgia.

Se trataba del Anillo de Juramentos: una circunferencia trazada a base de rocas en cuya superficie había pintadas diversas runas y símbolos arcaicos.

Una vez dentro del Anillo de Juramentos, la seiðkona les dio la bienvenida a todos los presentes y pronunció una serie de oraciones para enaltecer y ovacionar a los Æsir y a los Vanir. Acto seguido, desenvainó el cuchillo que llevaba amarrado a su cinturón y se aproximó a los tres thralls que sostenían a la cabra, al jabalí y al cerdo, los cuales serían ofrendados a los dioses a cambio de su beneplácito.

Los animales berrearon y tiraron de sus ataduras ante el destello del metal en la mano de la anciana, aunque poco podían hacer contra el cruento destino que les deparaba.

La primera en ser sacrificada fue la cabra.

Hilda la degolló sin el menor atisbo de vacilación, seccionando su cuello con un corte limpio y profundo que le causó una muerte rápida. Una avalancha de sangre brotó de entre los pliegues de piel sajada, siendo recogida posteriormente en un cuenco de bronce en honor a Thor. Después le tocó al jabalí, cuya muerte fue entregada al dios Freyr, a fin de que este le proporcionase a la pareja un matrimonio largo y próspero. Y, por último, se sacrificó a la cerda para pedirle a Freyja fertilidad en el lecho conyugal.

En cuanto los animales estuvieron muertos, los esclavos procedieron a colgarlos de las sogas que pendían de las ramas del portentoso árbol que los amparaba. Los tres cuerpos inertes quedaron suspendidos en el aire, bocabajo, en tanto su sangre —que sería aprovechada para la elaboración de alimentos, al igual que la carne— iba cayendo en tres recipientes de madera distintos.

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Hilda regresó al Anillo de Juramentos, no sin antes hacerse con dos espadas que les entregó a los respectivos novios.

Era el momento de intercambio de obsequios.

Con un brillo indescriptible relampagueando en sus orbes celestes, Ubbe le hizo entrega a Drasil de la espada de sus antepasados, reconociéndola así como futura madre de sus hijos —y, por tanto, continuadora de su linaje— y guardiana de las tradiciones. La skjaldmö, por su parte, le confirió una espada nueva, transmitiéndole de este modo su tutela y protección, que hasta ese día había recaído sobre Kaia.

El corazón de Drasil arrancó a latir desenfrenadamente cuando la völva, haciendo uso de la sangre que había recogido en el cuenco de metal, impregnó los anillos de aquel líquido escarlata brillante. Apenas un instante después, Hilda les entregó las alianzas y les pidió que las pusieran en la punta de sus respectivas espadas. La joven pareja de prometidos así lo hizo, todo ello mientras se miraban a los ojos, sonrientes.

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