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Começar do início
                                        

En un restaurante de baja calidad, ubicado en los barrios más altos y marginados del lugar, una apuesta castaña de gafas oscuras, estaba sentada jugando con un cubo mágico de plata entre sus manos.

Nuevamente revisó la hora en su celular e hizo un pequeño mohín, estaban tardando demasiado.

—Muy bien día, señorita. ¿Qué le traigo para comer? —habló un adolescente con una media sonrisa.

—Ya le di mi orden al cocinero, pequeño. Puedes traerlo cuando vengan mis acompañantes.

—¡Está bien! —dicho esto el chiquillo se fue a atender otra mesa.

La castaña, de nombre Jennie, suspiró y siguió moviendo la pieza, hasta que de pronto tocan su hombro repetidas veces. Levantó la mirada y luego dejó que sus gafas de sol se deslizaran levemente por el puente de su nariz.

—¿Eres tú, verdad? —un hombre más bajo, algo gordo y de buen vestir le habló. Llevando en su mano una pequeña maleta.

—Si tienes lo que creo que tienes, entonces si soy quien crees —su voz salió ronca, con un toque seguro y para nada titubeante.

Aquel tipo se sentó al frente suyo, asintió mandando una orden y los otros dos hombres que lo acompañaban, también se sentaron cerca a la chica. Abrió la maleta y de ahí sacó un iPad, lo estiró dejándolo en la mesa y la miró fijamente.

—Hay cinco millones de euros en una cuenta de banco en la Isla Egina. Solo presiona un botón y tu vida cambiará rotundamente.

Jennie lo miró por un par de segundos, dejó de jugar con el cubo y lo colocó en la mesa. Presionó uno de los bloques, logrando que este se hundiera y lentamente se fuera abriendo, haciendo que de la base sobresaliera una varita de metal. Los ojos de sus acompañantes brillaron emocionados al ver que de este salía el Wonseog.

—¿Es muy valioso no lo crees? —preguntó para luego sonreír ladina.

—Lo es, ahora acepta lo que te dice en el formulario —intentó coger el diamante, mas no pudo hacerlo ya que la castaña tomó el cubo rápidamente, presionando y haciendo que la joya volviera a ocultarse dentro—. ¿Qué crees que haces?

—Tal parece que cambié de opinión.

—¿Qué? No, el trato eran cinco millones.

—Espera un momento, tengo hambre y así no puedo pensar —sonrió levemente.

—¿Pensar? Dijiste que querías cinco millones, solo acepta el acuerdo. Ya no hay nada que pensar.

Los tres tipos se miraron entre sí e hicieron el ademán de sacar sus armas. 

—Las amenazas salen caras.

—¿A qué precio?

—Dije cinco, pero somos cuatro y cada uno vale cinco millones —sonrió levemente—. Ahora quiero veinte millones.

—Error, ahora no vale nada. Entrégame el diamante disimuladamente —demandó, sacando de la maleta un revólver.

—Creo que eso no será necesario —sonrió, sacando algunas servilletas y dándoselas al resto—. Veo que bebieron del vaso, y lamento decirles que había droga ahí. En un par de segundos quedaran inconscientes.

Los cuatro se miraron entre sí, hasta que...

—¡Ay! ¡Dios mío! —un fuerte y agudo grito femenino llamó la atención de todos.

Observaron de dónde provenía la voz y vieron como la mujer sollozaba horrorizada, con tres chicos tirados en el suelo y con espuma saliendo por sus bocas.

—¡Ups! —aquel chiquillo llegó con su bandeja—. Otra vez me confundí. ¿Usted fue la que pidió los batidos de leche?

—Así parece —murmuró—. Joder, es hora de huir.

Jennie no tardó nada, se agarró del borde de la silla y pateó con fuerza la mesa. Haciendo un desastre y obstaculizando el pase a los tipos. Se levantó y poniéndose las gafas de nueva cuenta, corrió con extrema rapidez.

—¡Síganla! —logró escuchar detrás de ella.

La castaña no lo dudó y saltó cayendo al techo de una casa que estaba cerca, los tipos iban detrás de ella, algunos disparando pero sin lograr herirla. Uno la interceptó antes de que volviera a saltar hacia otro techo, pero con suma elegancia y facilidad, Jennie lo cogió fuertemente del brazo, casi torciéndolo del todo hasta que soltara un jadeo de dolor. Dio la vuelta dándole la espalda -aun tomando su muñeca- y no dudó en dar una fuerte y certera patada en el estómago del chico. Haciendo que este cayera bruscamente al callejón.

Kim siguió su camino, dando saltos largos para movilizarse entre los techos de aquellas humildes y viejas casas. Las balas llegaban a sus costados de manera inútil, ella era tan ágil y audaz que no lograban dañarla.

Si supieran el porqué.

Jennie sonrió ladina al encontrar un balcón sin puerta alguna, apenas la entrada era tapada por una cortina. Retrocedió algunos metros y tomó algo de impulso al saltar, logrando su cometido con éxito. Iba a avanzar por el desconocido apartamento hasta que alguien la tomó por el cuello. Jennie lo sostuvo fuertemente de la muñeca y agachándose un poco logró con brusquedad hacer que el tipo se elevara, volteara su cuerpo y cayera duramente la espalda contra el frío piso, su nuca chocó haciendo que quedara inconsciente al instante.

La chica suspiró, se sacudió la chaqueta y esta vez se alejó con mayor rapidez. Bajó rápidamente por las escaleras y se mezcló con la gente de un concurrido y pobre mercado. Sin embargo, aquel que se hacía llamar Kwang la apuntaba sin pudor alguno con un revólver, delante de él había otros dos tipos más.

Jennie se dirigió a otro callejón, encontrando entre la basura y un grueso cable negro, antes de ser atacada por los dos, enredó el cable en el cuello de uno para rápidamente evitar la patada del otro amarrándolo también, volvió a jugar moviendo el cable entre ambos cuerpos y dio golpes a puño limpio en el rostro de uno.

Escuchó pasos firmes y volvió a correr, dirigiéndose a su única opción que al parecer era un edificio abandonado y a medio construir. Los disparos siguieron y Kim se quedó estática al notar que había llegado al quinto y último piso.

—No tienes escape —murmuró Kwang, sonriendo con sorna y recargando su arma.

Jennie observó hacia abajo, ubicando un pequeño cuarto con un techo de calamina. Respiró hondo y los tipos entraron en pánico presintiendo lo que pasaría.

Corrió sin más y se lanzó de aquel edificio, cayendo estrepitosamente justo donde quería.

Kwang gruñó molesto, no solo escapó sino que no tenía munición alguna. Su vista trató de ubicarla, y en efecto, Jennie salió con lentitud del cuarto, cojeando levemente.

Kim fue ahora la que sonrió con clara burla, hizo un ademán de llamarlos, tentarlos a que lo siguieran, mas estos siguieron mirándola, comprendiendo que habían perdido en esta ocasión.

Con una última sonrisa ladina, la castaña volvió a huir.

La vida era un riesgo y ella lo sabía claramente.

La vida era un riesgo y ella lo sabía claramente

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The wonseog | JenlisaOnde histórias criam vida. Descubra agora