El tórrido beso del baño, las caricias, la compostura perdida, la búsqueda de autocontrol… había sido todo tan irracional que le ardían las entrañas al recordar como deseaba con toda su alma ser poseída allí mismo por un completo desconocido. Sobre la encimera del lavabo, con la ropa rasgada y sus dientes clavados en el hombro. Su mente lo recreó con mucha facilidad, lo saboreó incluso, hasta que la realidad sobrevino de golpe como un soplo de viento levantando una cortina de polvo. 

Blanche emitió un suspiro antes de volver a mirar al señor Wolf a los ojos. ¿Por qué ese hombre había trastocado todos sus planes? ¿Por qué su cuerpo respondía con aquella fiereza ante la cercanía del señor Wolf? ¿Por qué él le decía unas cosas que ella siempre había deseado escuchar de un hombre, como si supiera exactamente lo que pasaba por su cabeza? ¿Por qué ahora mismo solo deseaba montarse encima de él y ofrecerle sus pechos? 

Estaba loca.  

—Una noche —repitió el hombre besándole la mejilla. 

Su aliento abrasador le acarició el pómulo y ella se estremeció, sintiendo como sus pechos se volvían pesados y sensibles. 

Apretó los puños.  Él olía a jabón y a hombre, a tierra y a lluvia. Era un aroma salvaje que tocaba fibras sensibles de su cuerpo. Deseaba desnudarse delante de él como nunca había deseado desnudarse delante de un hombre. 

—¿Por qué sólo una noche? —murmuró con amargura, burlándose de él y de ella misma.

—Porque me basta con una noche para conseguir que te enamores de mí. 

Estuvo a punto de echarse a reír, pero al final no lo hizo. 

—Está bien. 

Ni siquiera reconoció que había dicho esas palabras en voz alta, pero ya no importaba. Blanche siempre hacía lo que los demás le pedían, ¿por qué negarse a satisfacer los caprichos de un completo desconocido? Al menos, mirándolo desde un modo práctico, haría algo que ni sus padres ni su esposo esperarían que hiciera. Iba a tener una aventura condenada desde el principio, todo acabaría con la salida del sol porque los hombres como el señor Wolf no eran de los que juraban amor eterno. Pero al menos, pensó Blanche, podría creer que sí por unas pocas horas. Llenaría su espíritu con la pasión que él prometía darle, se empaparía con las sensaciones que él despertaba en ella y luego volvería a su rutina diaria atesorando aquel encuentro. Quizá se enamorara de él. Si eso llegaba a pasar, pasaría el resto de su vida recordando el instante en el que por una vez fue feliz.

Jadearía, gritaría y sollozaría de placer; lloraría de amor, besaría y se estremecería de pasión. Pero solo por esta noche. 

Sintió que el hombre se relajaba a su lado, como si durante toda la cena hubiese estado tenso. Hundió la nariz en la curva de su cuello para aspirarla, como hizo aquella vez en el baño de señoras y Blanche cerró los ojos, súbitamente sofocada. Tenía las mejillas ásperas y rasposas, con la barba le arañó la piel del hombro y ella se derritió, acalorada por el primitivo contacto. 

—Gracias —dijo él, aliviado. 

¿Alivio? Tuvo ganas de reír como una loca, ella estaba tan tensa que no podía soportar estar dentro de su propio cuerpo. 

—No me dé las gracias, señor Wolf —gruñó ella. 

Mientras decía aquello, él cogió el tirante de su vestido junto con el del sujetador con los dientes. Aprisionándola contra el asiento poniéndole una mano en las caderas, deslizó el tirante por el brazo hasta que le desnudó un pecho. 

—¡Señor Wolf...! —exclamó ella, justo antes de ahogar un gemido de sorpresa cuando el hombre le cubrió el pezón con la boca.

Había sido muy rápido. Demasiado. 

El señor Wolf y la señorita Moon ©Where stories live. Discover now