Tomo el mango del bastón y tanteo con cuidado el piso hasta hallar un bulto sólido a pocos centímetros de mí que asumo que debe ser su pie, a juzgar por la distancia a la que parece encontrarse. Presiono la punta del objeto suavemente contra lo que asumo que es su zapato.

—Bastón —explico, volviendo a apoyarlo en el suelo para mantener bien el equilibrio—. Algo así como la identificación de los invidentes. ¿Eso te convence o debo tropezar por la falta de equilibrio?

Vacila por un segundo y la oigo suspirar. De un momento a otro, ha vuelto a estar tan apenada como al principio.

—Supongo —murmura—. Disculpa, de verdad, soy...

—Has pedido perdón de tres maneras diferentes hasta ahora, te juro que no pasa nada —me río, en cierta medida divertido por la situación.

—Ya sé, es que... te hice tirar lo... que sea que tenías ahí...

—Estoy familiarizado con tirar cosas —expreso.

—Oye, encontré... ¿qué pasó? —La voz de Nada y saber que ha vuelto de alguna forma me reconforta. Mantener una conversación con una persona desconocida después de tantos meses de aislamiento es mucho más difícil de lo que parece.

—Choqué con él por accidente —se me adelanta la nueva chica—. Lo lamento.

Cuatro, ¡cuatro! Ha pedido perdón de cuatro maneras distintas. Una ligera incomodidad me abrasa la garganta, pero no permito que ninguna de las dos se dé cuenta.

—Y yo ya le dije que no pasa nada —intervengo.

—Voy a recoger esto antes de que alguien se lo lleve.

—¿Aquí quién te va a robar? —Elevo una ceja.

—Es la costumbre, déjame sola —me contesta desde el suelo.

Niego con la cabeza con una sonrisa de resignación.

—Soy Verónica —se presenta la chica frente a mí—. ¿Cómo te llamas?

—René —respondo.

—Mucho gusto.

—Igual.

Es bastante educada, pero por la paleta variopinta de actitudes que la he visto tener en menos de tres minutos, estoy dudando un poco de la edad que creo que tiene.

—¿Necesitas ayuda? —le pregunta Nada, tan cerca de mi oído que sé que se ha vuelto a levantar—. ¿Esperas a alguien o...?

—De hecho, sí, vine con alguien, pero no sé dónde...

—¡Verónica!

La voz que la ha llamado nos ha hecho saltar a los tres. Es una voz masculina que se oye detrás de nosotros, pero solo detecto que Nada se gira para ver. Supongo que Verónica y yo ya hemos perdido ese instinto.

El tipo que ha gritado no vuelve a hablar, pero siento sus pasos detenerse justo a nuestro lado, por lo que sé que se ha acercado. ¿Es que estoy propenso a atraer gente desconocida el día de hoy?

—¿Eres tú, Giacomo? —le oigo decir a Verónica con tono esperanzado.

—¡Santo Dios, qué susto me diste! —cecea el chico que acaba de aparecer, usando un acento español bien empleado.

—Lo siento —se disculpa inocentemente Verónica—. No pude quedarme quieta, creo.

—Lo sé, cariño, descuida —la tranquiliza él—. Además, con la de gente que hay aquí no me sorprende.

—Uhm... él es Giacomo, mi mejor amigo. —La proyección de su voz me dice que se está dirigiendo a nosotros.

—René —asiento, cortés.

Amar a la nada ©Where stories live. Discover now