Capítulo 17. Una amistad o algo más

24 16 18
                                    

Tras arreglillos y pequeñas pruebas de moda pasajera, Laura se decidió por un vestido azul con finas rayas blancas en horizontal. «Tampoco me sienta del todo mal», trató de convencerse a sí misma. Era un vestido modesto pero que resaltaba su figura.

Salió de la habitación "camarote" —así llamaban en la finca griega las residencias personales— para bajar las escaleras e ir a la cena.

Eran casi las nueve.

Laura trató de dejar la puerta bien cerrada, sin dar un portazo, pero mientras estaba ocupada con sus pequeñas artimañas para no llamar la atención, un chico —dos puertas más a la derecha (a su derecha)— apareció en escena y se detuvo ante ella.

—Soy Marc... —alzó un poco la voz.

La chica ni se enteró. Se le había desenroscado, al estilo de los cómics españoles de los setenta, el pomo de la puerta y ello empezaba a estresarla.

El chico, que era bastante alto —tal vez uno ochenta y cinco, uno ochenta y seis—, se acercó más para ayudarla. Vestía, en cuanto a ropa, de una forma similar a Laura, o sea al estilo "ropa desechada de Marlene". Aunque no llevaba vestido, sí lucía una camiseta a rayas —eso sí, color rojo chillón— similar al de la novata. Y, por pantalones, un bañador de flores hawaianas.

Laura, aún sin percatarse de la presencia del chico, ya se estaba impacientando con el tema de la puerta, hasta el punto que acabó explotando y dejando salir de su ira contenida un «¡Mecachis!» contundente, seguido de un puntazo de pie a la puerta.

Tras emociones desatadas, acabó dándose cuenta de que había alguien más allí y que la observaba como quien ve un documental de la prehistoria. Típico: darse cuenta de la presencia de alguien justo cuando haces algo que no debes.

Cerró la boca con fuerza, incluso apretó los labios, y se recogió un mechón de pelo caído por la patada de karate que había desatado en el pasillo. Se giró hacia el chico, como quien disimula torpemente, y trató de disculparse.

—Soy Marc —reiteró el chico, impidiendo que pudiera ella disculparse.

Laura levantó las cejas.

—Normalmente... no hago estas cosas —se sonrojó.

El chico se rascó la nuca.

—Llevo días peleándome con un armario que decide cuando puedo y cuando no puedo ponerme pantalones.

Laura hizo un repaso de arriba a abajo y fijó su mirada en el bañador. Ambos rieron. Era la primera vez en todo el día que coincidía en el momento y broma a reír.

—Bueno —continuó—, hoy me va bien porque después de la cena tengo pensado refrescarme un poquito en la cala que hay detrás del huerto.

Le vino a la cabeza la palabra «Arthur». No recordaba el porqué.

—Qué tonta —aprovechó la chica—, soy Laura.

Marc le dio la mano.

—Yo soy Marc. —Hizo una pausa y añadió—: Así que... ¿«Mecachis»?

Laura volvió a sonrojarse.

Hubo un silencio, pero no incómodo. Un silencio juvenil, oportuno para empezar una amistad, o algo más.

Devuélveme mi sonrisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora