Capítulo 15. Es solo un ratón

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Y, como sucede siempre que uno está a punto de llegar a su clímax de confort, la sorpresa emergió de la nada: unas pezuñas subieron por la espalda de Laura hasta situarse encima de su hombro no recostado.

Un salto enérgico, más un chirrido parecido al de una puerta oxidada (pero en forma de voz humana), asustó a todos los huéspedes —al menos a aquellos que no estaban debajo del agua o haciendo otras cosas físicas igualmente exigentes—.

Se levantó y empezó a dar saltitos con la intención de quitarse de encima lo que fuera que había en su hombro y que, por momentos, ascendía hasta su pelo.

Pensó en cucarachas, arañas, escorpiones, serpientes, ranas, ratas... todo tipo de animales —cada cual más extraño—, sin acertar con lo que parecía ser un pequeño ratón asustado que buscaba cobijo en su melena. Una melena que iba tornándose más bien un nido de aves.

—¡Ayuda, ayuda! —pedía auxilio hasta que abrieron la puerta.

Pensó que Lidia había acudido en su ayuda.

—¡Rápido, Lidia, sácalo, sácalo! —gritó asustada.

La nuca volvió a erizarse por segunda vez en el día y Laura pensó que era debido al mal ancestral que estaba intentando encontrar cobijo en su pelo, pero la nuca —según muchos astrólogos— nunca se equivoca. Es una de aquellas partes del cuerpo que —como polígrafo— siempre acierta.

Por la puerta había entrado Marlene, ahora con el pelo más seco y con unos tejanos blusa blanca en vez de bañador. Con agilidad —al parecer acostumbrada a este tipo de experiencias—, metió la mano en el nido del cabello y sacó un pequeño roedor asustado y con unos ojos brillantes y atemorizados.

Laura dejó de dar saltitos y vio cómo la recepcionista dejaba libre al ratoncito en una baldosa fuera de la ventana y que conectaba con alguno de los tejados azulados de la finca.

—Es solo un ratón —dijo Marlene, con un tono bastante sombrío.

Devuélveme mi sonrisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora