Capítulo 13. Bonjour parisiens!

35 23 30
                                    

Tras el arco se veía una piscina, donde una chica se bañaba surcando su ondulado perímetro, y un porche de madera que estaba adornado con una enorme bugambilia enredada.

Un edificio con varias localizaciones, más bien apartamentos, se erguían sobre el terreno montañoso y en lo que parecía ser el balcón del pabellón principal una mujer saludó efusivamente.

—¡Lidia! Bienvenida. ¡Por fin has vuelto!

La mujer iba adornada con unos pendientes lujosos, con un vestido blanco de pequeños contornos transparentes que lo aireaban todo y un sombrero encintado con un ribete rojo chillón.

Tenía un posado parecido al de Lidia y un acento curiosamente similar.

Se adentró al edificio y en menos de lo que tarda una gota de sudor caer al suelo, recibió a las invitadas.

Laura alucinó al ver que esa mujer era clavada a Lidia. De hecho, eran idénticas.

—Veo que te mantienes igual de bien —escudriñó hasta la más pequeña de las arrugas de su homóloga —. Incluso veo que conservas el regalo que te di.

Se refería al bolso que llevaba Lidia encima.

—Lo cierto es que no es el mismo. El tuyo ardió en un incendio de veganos y lo volví a comprar para evitar malentendidos.

Un silencio, a excepción del chapoteo de la bañista, inundó la escena, hasta que dos carcajadas, igual de picaronas e igual de misteriosas afloraron, de repente.

—¡Sois gemelas! —advirtió Laura.

La anfitriona abrazó a su hermana y con la mirada puesta en la ropa de Laura respondió al comentario.

—Así que esta es la chica... ¿ya se lo habéis comentado?

—Creo que antes deberíamos recuperarnos del cansancio —cortó Lidia— y recuperar el aliento.

—Sí, y algo de ropa nueva tampoco iría mal. ¿Que no habéis viajado en primera? —se refería al olor de la joven. Cuando Laura se ponía tensa, sudaba más de lo normal.

La anfitriona las invitó a entrar y mientras Marta y Lúa se deslizaban sigilosamente para bordear la entrada del edificio e ir a saludar a otros huéspedes, Lidia y Laura contemplaron el lujoso recibidor del hostal.

—Veo que no has perdido el tiempo —admiró Lidia.

Una sala enorme servía de recepción. Tenía unas baldosas de caoba que se entrecruzaban en espiga. Había, además, una chimenea que servía de decoración, un par de sofás, en sintonía con la calidad de los pendientes de la gemela, y un bureau donde faltaba la recepcionista.

—En la planta superior hay las habitaciones —dijo señalando las escaleras de mármol que subían en forma de ese —. Aquí —fijó su vista al arco que se escondía debajo de la escalera—, tenemos el comedor central.

Tras el arco, había una mesa enorme de color oscuro con una decena de sillas de estilo vintage. Había dos chicos conversando en la parte alejada de la mesa.

—Bonjour, parisiens! C'est ma sœur, Lidia, et son amie... —hizo una pausa y, en voz baja, preguntó—: ¿tu nombre, jovencita?

—Laura.

—Encantada Laura, soy Anabel —y prosiguió—: et Laura, d'Espagne!

Los chicos levantaron sus copas de vino y saludaron igualmente en francés.

Eran una pareja de parisinos que pasaban dos semanas de vacaciones en Grecia.

Volvieron al recibidor y descubrieron a una chica de ojos azulados con una figura esbelta escondida bajo un bañador bicolor; azul y negro. Se estaba acabando de secar el pelo con una toalla amarilla y se sentó con total tranquilidad en la butaca de la recepcionista.

—Marlene, ya tenemos a Lidia y a Laura. Les enseño sus camarotes y después preparamos la cena.

Eran las ocho. La chica asintió con la cabeza. Parecía bastante ocupada secando su enorme melena castaño oscuro con la toalla.

Al subir las escaleras, Laura vió de rabillo cómo la recepcionista le tiraba una mirada un tanto siniestra. Si no fuera por el bañador y el pelo mojado, habría jurado que de sus ojos se desprendía cierta hostilidad. Se le erizaron los pelos de la nuca.

Devuélveme mi sonrisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora