20. Arrollo del verbo arrollar

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Matt tosió un par de veces en el baño, vomitó el desayuno en una mezcla sangrienta y volvió a tumbarse en la cama junto a la mujer de Sagres, Angella. Ella miraba el móvil sin hacer caso al chico, que miraba al techo pálido, con una respiración irregular.

Volvió a incorporarse a los pocos minutos, nervioso. Se llevó los dedos a la comisura de los labios y buscó su móvil por toda la habitación. No lo encontró.

- Pideme un Iphone.

- ¿Otro? Qué haces con los móviles, ¿te los comes?

- Mierda ahí tenía... - se volvió a sentar y repitió el gesto de llevarse los dedos a la comisura. Finalmente se frotó la cara con la palma de su mano mientras repetía la palabra joder una y otra vez. - Dile a tu perro que te mande los documentos para la firma de DanDanExil. Que estas conmigo.

- ¿Eh? No le voy a decir que estoy contigo, cariño. Por dios...

Matt no respondió. Se limitó a mover la cabeza liegramente hacia atrás, donde estaba ella.

- Vale. Espera, se lo digo ahora.

- Da igual. - suspiró. - Lo haré a mi manera.

Se fue de la habitación del hotel mareado. No sabía cual era esa manera de la que estaba tan seguro de hacer las cosas, pero desde luego, no iba a ser presentándose en un despacho cochambroso de un polígono industrial. DanDan Textil era esa empresa que controlaba todo el sector textil en Asia y que necesitaba "espabilar". Espabilar, para Sagres, era obligarles a firmar otro contrato para renovar su colaboración con ellos. Si no, se quedarían con 0 en la cuenta.

A esas alturas Matt ya sabía a la perfección como operaba Sagres y como había conseguido todo el poder y dinero que tenía. Algo que había hecho que se olvidase de todo respeto que tenía por él. Un día de otoño, en la casa de un amigo en común de Sagres y Lluís, Matt les pilló a los tres y a sus mujeres completando un puzle gigante en una pared de metros y metros de altura. El chico se unió a ellos, aburrido, y cuando descansaron Sagres se dirigió a él.

- Después de esto espero que entiendas de una vez el negocio.

- Es tecnología super avanzada lo que utilizas. Con eso me basta. Lo del blockchain.

- No, no. Fíjate en el puzle. Es igual: cada pieza no tendría sentido sin la otra, ¿verdad? Cada pieza necesita otras que la complemente para que la información sea clara. Por eso si algún idiota... yo que sé, como Lluis -rió- quisiera robar una pieza y llevársela o incluso cambiarla de sitio... no tendría sentido el puzzle. Nos daríamos cuenta.

- ¿Entonces?

Sagres le miró serio.

- El dinero que tenemos es el dinero que generan nuestros socios. Es decir, el 90% del dinero del mundo. Lo compartimos pero solo nosotros podemos utilizarlo. Somos la pieza del puzle que da sentido a todo.

- ¿Y es tan difícil de dar con nosotros...?

- Por las demás piezas. Si las hackeasen, si las robasen o las cambiasen, tendrían que someterse al juzgado de millones y millones de cuentas. O bloques. Los demás ganan protección, primas. Nosotros... todo.

Y Sagres lo consiguió todo, irónicamente, a través de la inseguridad y las amenazas. El poder de los criminales cibernéticos y los de carne y hueso. Extorsiones que le hizo ganarse socios leales, fieles a una causa. Como él decía: negocio o arrollo. Arrollo del verbo arrollar. Pasar por encima y acabar con aquellos que le impidan tener el más absoluto control de la economía del mundo.

El problema en ese instante era como iba a aleccionar a Mateu para que cumpliese con los plazos de negocios, que no se dejase avasallar por sus socios y que fuera un digno sucesor de todos los bloques en cadena que había conseguido edificar, como buen arquitecto. Meses y meses después, el problema era como matarlo para que no acabase con todo ello. Al final habían quedado dos arquitectos: el que edificaba y el que se empeñaba en demolerlo todo.

Sagres III: El Cuarto AlquimistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora