Ailén permaneció sentada, con la mano apoyada cuidadosamente en su regazo, mientras diseccionaba a la persona frente a ella, que había interrumpido su oportunidad de encontrar a Tracer.

— Te he visto antes...

— En el "Grand Amira", ahí es donde te hospedas. Fui a ver que hubieras llegado entera desde Ragta.

— ¿Quién eres?

— Soy Cesia, la asistente de Tracer. Encantada.

— Eres su protectora.— Se dio cuenta Ailén.

— Las dos cosas, por ahora. Avisaré a Eryx para que venga a recogerte, vuelvo en seguida.

Cesia se acomodó las mangas estrechas de su vestido y fue hacia la puerta. Ailén se deslizó hasta el borde de la camilla antes de que saliera, haciendo un pequeño ruido que ella escuchó y le hizo volver la cabeza antes de salir.

— Tracer, ¿cómo está?

Se podía escuchar altamente la desesperación en su voz débil e insegura.

— Ha caído desde seis metros de altura. Debes imaginar que estará bien, pero nada es seguro. Reza por su salud, yo ya lo he hecho.

Al marcharse, el silencio inundó la habitación donde solo podía escuchar su propia respiración y el latido de su corazón en las orejas. Ailén apretó el puño de su mano malherida con rabia y se golpeó el muslo con ella.

Si alguna cosa le pasaba a Tracer antes de que ella pudiera expresarle todo lo que sentía, se sentiría culpable durante el resto de su vida. No podía permitirse perderle ahora que le había por fin encontrado en Dagta. Todavía tenía la foto arrugada guardada en uno de sus bolsillos, siempre encima con ella. Aunque fuera diferente al Tracer que ella conocía, había sido su único amigo y parte de su familia durante muchos años. Demasiados recuerdos juntos para no guardar una cierta nostalgia cuando le veía, por mucho que su rostro y su personalidad hubiesen cambiado.

No se permitiría ir sin saber que él estaba bien.

Si algo se le daba excepcionalmente bien, era desobedecer a las personas que le ordenaban estarse quieta. Así que, cuando pasaron unos minutos, asomó la cabeza al pasillo para comprobar que Cesia no hubiese regresado.

Salió con paso ligero hasta el corredor de la sala de espera donde había visto al amigo alto del chico, que estaba sentado en un asiento de la bancada blanca. A su lado, con una pierna que no paraba de moverse para dar golpes en el suelo, el amigo tatuado tenía la mirada fija en la pared frente a ellos.

Ailén juntó sus cejas y se decidió a irrumpir la conversación sería que estaban teniendo.

— Sabéis dónde está Tracer. Decírmelo.

De pronto recordó el nombre del tatuado, que se puso de pie retándola con furia a pesar de ser más bajo que ella y menos cualificado para ganar una pelea.

— ¿Quién coño eres? Mi amigo ha estado a punto de morir.

Abel fue parado por los brazos de Enzo, que se metió entre los dos para mantener la distancia. Podía ver el agotamiento en los movimientos de ambos chicos, lentos pero todavía con algo de valor para continuar esperando. Ailén se replanteó la idea que tenía sobre ellos. Quizá eran más leales de lo que le habían parecido en un principio.

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