Kaiden

22 1 0
                                    

Me consideraba una persona práctica. Metódica, incluso. Solía premeditar mucho mis decisiones para cuando éstas conjeturaban factores determinantes en mi vida. Reflexionar acerca de las circunstancias y cada alternativa disponible era algo que había aprendido a hacer desde muy pequeño, algo que supuso un punto de inflexión muy relevante ante su disparador hace quince años atrás.

Por eso, cuando mi madre sollozó contra su teléfono al otro lado de la línea, simplemente puse los ojos en blanco.

—Mamá, por favor —le pedí. Lo último que deseaba era oírla llorar. Ya tenía suficiente de eso para una vida entera—. No hagas esto.

—¿Qué yo no haga esto? —Repitió— ¡no te hagas esto! Ay, Kaiden, dime que es una broma. Una de mal gusto, pero la aceptaré.

—No es ninguna broma —recalqué.

—Pero, cielo...

Suspiré, hastiado. En la noche de ayer había estado planificando cómo abordar la conversación, pero evidentemente no estaba saliendo de la forma esperada. Probablemente era porque mi madre era mi madre, y siempre sería más emocional y más dramática de lo que solía estimar.

—Ya no quiero continuar estudiando —repliqué, interrumpiendo—. No sé... No sé lo que necesito, ¿de acuerdo? Simplemente... quiero que el mundo se detenga por unos momentos.

Quería un respiro. La presión estaba siendo demasiada, la ansiedad me carcomía vivo. Había un agujero en mi pecho que parecía expandirse día tras día, sin reparos ni intenciones de detenerse, la oscuridad consumiéndolo todo. Y no comprendía la razón, la causa o la solución para enmendarlo.

—Hijo, respira —pidió mi madre, ahora con su voz serena.

Aquella era la voz que había empleado años atrás cuando solía tener los mismos ataques de ansiedad. Claro que por aquellos entonces los disparadores eran completamente distintos, con premisas diferentes.

Sin embargo, me rehusaba a ceder. Tenía que ser firme en esto, de lo contrario no lo comprendería de la forma en que yo lo hacía. Y necesitaba que lo entendiera, porque a fin de cuentas era mi madre. Y siempre habíamos estado mutuamente el uno para el otro en los momentos más difíciles.

—No —espeté, estrujando el móvil entre mis dedos. Hablé entre dientes, apretando la mandíbula—. No me estás escuchando. Me marcharé de la ciudad.

—¿Qué? —la voz de Rose Parker surgió en un hilo.

—Lo que has oído —suspiré—. Ya hablé con Paulette al respecto.

—No, no puedes...

—Ya está hecho, mamá.

—Pero... Kaiden, tú no... Hijo, estás tan cerca... Sólo te quedan unas pocas asignaturas y... ¿Qué es lo que planeas hacer fuera de la ciudad? ¿Abandonarás todo por lo que has estado luchando para conseguir tan fácilmente?

Suspiré. Aquella misma pregunta era la que me había estado realizando durante semanas.

Y aún no encontraba una respuesta concreta.

—Sí. No. No lo sé. Lo sabré en cuanto cambie de aires.

—No puedes ir a la deriva, hijo —mi madre negó—. ¿Qué piensa tu padre sobre esto?

—¿Y cómo diablos voy a saberlo? Ya sabes que no hablo con él a no ser que sea estrictamente indispensable para salvar a la humanidad —farfullé.

Mi madre soltó un quejido entre dientes.

Yo simplemente rodé los ojos una vez más.

—No puedo dejarle fuera de esta nueva información —replicó ella.

Lo que sangra el corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora