CAPÍTULO 42

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ÁNGEL

El espantoso olor a desinfectante que reinaba en el hospital me sofocó después de estar diez horas dentro, así que decidí salir al patio y despejar mi mente.

Nunca antes había vivido dos situaciones tan aterradoras en tan poco tiempo, por lo que este parecía ser el momento adecuado.

Cerré los ojos y oculté el rostro entre mis manos. Apoyé la espalda contra la clara pared exterior del edificio y suspiré. Esto era peor que cualquier pesadilla. ¿Por qué mamá intentó hacerlo? ¿Qué hice mal para que creyera que vivir ya no era necesario? ¿Debí quedarme más tiempo a su lado? Tal vez debí tomarme un año, dejar la universidad y centrarme en ella. Si no fuera por mi egoísmo, quizás...

Mis pensamientos pararon cuando escuché unos pasos presurosos acercarse. Cuando retiré las manos de mi cara y me encontré con la muchacha cansada, abrí los ojos de par en par. No habían pasado ni quince minutos desde que le envié el texto y Mara ya estaba frente a mí, agitada e intentando recuperar el aliento.

—¿Qué pasó? ¿No estabas en el hospital? —preguntó resollando.

Escuchar su voz fue como un descanso que me sentó de maravilla. No resistí el impulso de querer abrazarla y la envolví en mis brazos.

—Ya no sé qué debo hacer —admití mientras ocultaba mi rostro en el hueco que había entre su cuello y hombro—. No sé qué hacer para que mamá se recupere. La llevamos a terapia y no funcionó. Cuando la anexamos fue peor. Yo... de verdad no lo entiendo. Ya perdí a mi mejor amiga, no quiero perder a mi madre también.

Al dejar escapar un sollozo la tensión en el cuerpo de Mara incrementó; un segundo después, se relajó y frotó mi espalda con una mano. Aunque no dijo nada, sentí la comprensión en el tacto.

Pasó un momento para que pudiera controlarme y me separara de ella. Cuando pude ver su rostro marcado de preocupación, me reñí a mí mismo por hacerle algo como eso.

—Lo lamento —susurré—. No sabía a quién llamar.

Meneó la cabeza, manteniendo una diminuta sonrisa.

—No tienes que disculparte. ¿Quieres entrar o...?

—Vamos, por favor.

Extendí mi mano para ofrecerle el paso mientras intentaba borrar el rastro de lágrimas sin que ella lo notase. Frente a la puerta se encontraban mi papá y hermano sentados y mirando al suelo. En cuanto levantaron sus cabezas, Mara los saludó con una media sonrisa.

—Buenas noches.

—Buenas noches —respondieron.

Lalo me lanzó una mirada como si pidiera explicaciones, pero yo no estaba con ánimos de decir algo al respecto. La chica se sentó frente a mi padre y se centró en sus botas.

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