CAPÍTULO 48

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MARA

Regresé al pueblo en Nochebuena, pues ese día mamá planeó una cena junto a los abuelos.

En el momento en que pisé mi vieja habitación me dejé caer en la cama, sintiendo que la suavidad de las mantas me envolvía con cariño. La nostalgia de los días menos complicados me invadió de inmediato. Solo hasta ese momento fui consciente de que las vacaciones de invierno habían comenzado y eso que ya había pasado una semana desde que el semestre concluyó.

Un rato después, decidí acompañar a mamá mientras ella se ocupaba de pulir la casa como nunca antes, actividad que realizaba todos los años para impresionar a sus suegros. Mientras tanto yo le conté sobre los sucesos interesantes de la universidad, omitiendo las cosas dolorosas por las que no estaba dispuesta a contar ya que sabía lo que ella tendría para decirme: que era una tonta por seguir detrás de un chico al que no le interesaba. Y, honestamente, no necesitaba escuchar las cosas de las que yo misma era consciente.

Aarón decidió salir a reencontrarse con sus viejos amigos del pueblo y pese a que a mí me pareció bien, mamá sacudía los muebles con una ira peligrosa.

—Tal parece que esos muchachos son su familia —se quejó.

—Bueno, hace tiempo que no los había visto —murmuré en un torpe intento de calmarla, sin percatarme de que eso la irritó más.

—¡Igual que a nosotros!

—Al menos estará aquí en la noche —volví a intentarlo. Esa vez me gané una mirada asesina de su parte.

—Tiene que hacerlo —sentenció, se volvió hacia el perrito de cerámica que había comprado en una feria dos años atrás y esa vez sus movimientos fueron suaves y gentiles. Sí, quería demasiado a esa figura—. Ah, ahora que me acuerdo, ayer me encontré con Cynthia.

Aparté la mirada de mi teléfono y dejé que los zombies del videojuego cayeran al vacío. De inmediato recuperé la compostura e inicié una nueva partida.

—Ah, ¿en serio?

—Me dijo que pasado mañana quiere hacer una reunión con sus antiguos amigos y que estabas invitada. Esa muchacha es tan agradable.

Fruncí los labios. Claro que esa chica no era agradable. Siempre fue una bocafloja. Y la verdad es que no quería asistir, menos al saber de antemano que sería la comidilla de mis ex compañeras por no haber asistido a la reunión anterior, aquella a la que Gustavo me había invitado. Estaba convencida de que criticarían hasta de la forma en que me sentaría.

Ante mi silencio, mamá se giró hacia mí con la confusión en su rostro.

—¿Qué? —pregunté un poco incómoda.

—¿No vas a decir algo?

—¿Qué puedo decir? —Me encogí de hombros—. No voy a ir.

—¿Por qué no?

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