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Vicente entró conmigo a mi casa para beber las últimas latas de cervezas que nos quedaban. Nos acomodamos en la mesa con la televisión encendida, donde pasaban por milésima vez la película de El señor de los anillos y nos la quedamos viendo con interés aunque no tenía nada nuevo que ofrecer. Afuera la brisa se convirtió en viento y la casa crujió.

—Este lugar me da escalofríos.

Él siempre tenía un comentario que hacer respecto a la vivienda aunque ya llevara más de un año alquilando el lugar.

—A mí me gusta.

La casa salía de lo convencional para el gusto de Vicente, demasiado bohemia según él. Era de madera, rectangular y larga, sin ambientes separados, con ventanas altas antiguas cuya edificación se encontraba en un costado de terreno en lugar del centro. La cocina, la sala y el comedor comprendían un solo ambiente, como en su casa pero en la mía las formas no lo convencían. Al cuarto de arriba se llegaba por una escalera flotante y no tenía puerta. Su constructor estuvo muy inspirado porque se dio el gusto de hacer un mosaico en el piso exterior reproduciendo un cielo con lunas y estrellas.

Estaba cerca de Lautaro y mis suegros, quienes cada tanto pasaban. Esa cercanía fue uno de los factores que me hizo escogerla porque no quería alejarme de ellos. Las visitas, que tanto evité en el pasado, se volvieron importantes para mí. Ver a mis suegros contentos cuando iba a saludarlos al vivero, a mi suegra aparecer en mi casa con comida casera, a Lautaro pasándome a buscar para dar un paseo con su hija, a mi suegro dando consejos cada vez que almorzábamos juntos, a Vicente criticándolo todo. No quería perder nada de eso porque ellos eran mi familia.

—¿Y tu novio? Nunca sale con nosotros. ¿No le caemos bien?

—Sí le caen bien pero él es más... del tipo solitario.

No era la primera vez que recibía su reclamo pero mis respuestas caían en saco roto, no entendía la idea de no querer estar rodeado de gente. Me devolvió un gesto, acusándome de estar mintiendo.

—Si quieres ofenderte, me tiene sin cuidado —advertí sin ganas de discutir.

—Es raro.

Tampoco era la primera vez que lo escuchaba decir eso.

—¿Y quién no es raro? A ti te dicen raro por vivir en la misma casa que tu exesposa.

—No es la misma casa.

Sonreí de forma burlona y dejó pasar el tema. Entendía el pesar de Vicente pero no todas las personas podían cumplir con sus estándares de amistad. A Francisco les agradaba y podía compartir tiempo con ellos, pero no tanto ni tan seguido.

El viento aumentó su intensidad haciéndonos mirar por la ventana. Los árboles se sacudían soltando sus hojas que salían volando y a lo lejos las nubes se iluminaban.

—Mejor me voy —anunció mi visita, alarmado por la tormenta que parecía acercarse.

Afuera la temperatura seguía bajando y la calle era un circo de hojas que no tardaron en amontonarse en el parabrisas del auto, las cuales Vicente limpió a regañadientes como el viejo cascarrabias que decía no ser. Cuando subió al vehículo se despidió con un simple saludo de mano. Al quedarme solo seguí observando el espectáculo de los árboles en la calle oscura, algunas personas se apuraban en regresar a sus casas tomadas por sorpresa por el viento. No podía hacer otra cosa más que rogar que la tormenta se retrasara un poco más. El auto de Vicente reapareció por la esquina y, al parar frente a mí, de él bajó Francisco.

—¡Gracias! —Recibió una seña en respuesta antes de que el auto se fuera—. Me encontró a unas manzanas —explicó.

Miré el cielo cubierto de nubes que seguían en fulgor, llegó antes que el agua.

Oculto en SaturnoWhere stories live. Discover now