10. La nieve roja

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—¡Mira! Ahí está —dijo Ava señalando el árbol.
Por la esquina, apareció Brandan dando saltos y gritos de emoción.
—¡La nieve azul en el suelo!
Las hojas de color morado cubrían todo el suelo que había alrededor del árbol. En

realidad no eran azules, pero según la luz que hubiese podían parecerlo. Estuvimos un largo rato mirando esa maravilla de la naturaleza.

—¿Cómo es posible que no nos hayamos dado cuenta de esto antes? —pregunté a mis amigos.

—No lo sé, pero me encanta —Ava se lanzó al suelo y comenzó a tirar las flores hacia arriba—. ¡Está nevando! ¡Nieve azul!

—Son muy pegajosas —Brandan tenía la suela de las zapatillas llena de flores—, ¡qué asco!

—Vamos a la pita a escribir algo sobre esto, ¿qué os parece? —propuse.

Y allí que fuimos. La pita nos recibió imponente como cada tarde, aunque este día se veía de un color morado. Parecía leernos el pensamiento.

—¿Qué historia podemos escribir hoy? —Brandan parecía motivado.

—Nieve roja, vamos a convertir la nieve azul en nieve roja —Ava y sus ideas descabelladas.

Así que nos pusimos manos a la obra.

Ava, Brandan y Carel iban andando por el parque y encontraron un árbol que tenía flores moradas.

—No olvides los detalles, hay que escribir adornando las palabras para que quien lo lea se imagine todo a la perfección —recordé a mis amigos.

Ese árbol era increíble porque sus flores en el suelo parecían nieve de color azul.

—¿Y ahora qué escribimos? —Dijo Brandan

—Vamos a escribir que miramos por otra parte del parque y vemos un árbol que tenía flores rojas que parecían nieve roja —propuso Ava—, así tendremos el pueblo de la nieve de colores.

Los tres amigos se fueron de paseo por el parque y se quedaron boquiabiertos al ver otro árbol que también daba unas flores que parecían nieve, pero en esta caso eran de color rojo.

—Es muy simple, ¿no? —dije poco convencido.
—Si te parece simple que la nieve sea de colores... —contestó Ava.
—Yo una vez fui a la nieve y al hacer pipí se puso amarilla —nos confesó Brandan

sin vergüenza.
No pudimos evitar la risa y estuvimos disfrutando del comentario algunos minutos

antes de volver al pueblo andando. Esta vez iba a ser difícil que se hiciese realidad nuestra historia pero, como había pasado hasta ahora, sucedió la magia. Y fue en el mismo parque donde estaba la nieve azul. En el lado opuesto, bajo un árbol se extendía un manto de flores rojas que cubría el suelo como una alfombra de fuego.

—¡Nieve roja! —Ava volvió a tirarse al suelo a por las flores.

—Yo paso, me quedo aquí que no quiero llenarme las zapatillas —Brandan había aprendido la lección —que mi padre me regaña.

Se estaba haciendo de noche y tuvimos que marcharnos, pero no podía quedarme con la duda y tuve que preguntarle a mi padre al llegar a casa.

—Es un árbol que viene de Australia —contestó papá. —¿De Australia, como los canguros? —no podía creerlo. —Sí, como los canguros.

—¿Y cómo ha venido ese árbol hasta aquí? —pregunté.

—Se llama árbol de fuego —contestó mi padre con tranquilidad—, supongo que alguien traería una semilla y la sembró ahí.

No pude dejar de pensar en esos dos árboles. Con sus flores coloreaban nuestras calles y alegraban nuestras vidas. Decidí que quería un árbol de fuego y una jacarandá en mi jardín, así que el día siguiente iría a por flores para tratar de sembrarlas. En mi casa, en época de floración, habría nieve azul y roja.

La fábrica de lápicesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora