Heidi por siempre (Libro 3)

7. Un día especial

El otoño llegó y todas las hojas de los árboles empezaron a ponerse amarillas, naranjas y marrones, los colores del otoño daban un encanto muy singular a las montañas. El viento también empezaba a soplar con más fuerza, en especial en los pastos de alta montaña en donde Tobías siempre estaba con las cabras. El muchacho no tardaría mucho en dejar de subir hasta allí con el rebaño.

Y fue cuando, en uno de esos días, el corazón del abuelito dejó de latir años atrás. Heidi fue a visitar la tumba en el aniversario de su muerte, como siempre hacía. Limpió la lápida de polvo y de todas las hojas que había caídas y puso flores nuevas. Pedro, sus hijos y Greta la acompañaron. Pero después, la joven quiso quedarse unos minutos sola frente a la tumba, recordando su vida junto a su querido abuelo. Los muchachos se marcharon a casa, mientras que Pedro esperó a su esposa en la salida del cementerio. Después, ambos regresaron juntos a casa. Heidi siempre solía ponerse nostálgica cada año que pasaba sin su abuelo, por lo que Tobías, Ana y Greta le propusieron hacer algunas tartas de queso, lo cual hizo alegrar a Heidi y que se lo pasara muy bien junto a los muchachos. Pedro sonreía al ver que, a pesar de todo, ella siempre se mantenía alegre. Heidi era una mujer fuerte.

Y justo unos días antes de que llegara el invierno, Tobías y Carlos se pusieron de acuerdo para pedirle matrimonio a sus novias. Organizaron un picnic en el bosque, junto a un río. El paisaje era hermoso, y más con los colores que tenían los árboles. Cuando llegó el momento, ambos jóvenes se arrodillaron ante ellas y les pidieron matrimonio con un anillo para cada una. Ni Ana ni Greta se lo esperaban, no tardaron ni dos segundos en responderles con un rotundo "sí". Una vez que tuvieron cada una su anillo puesto, besaron a sus respectivos novios.

Aquella misma tarde, Carlos fue a hablar con Pedro y le pidió permiso para casarse con su hija.

-Entonces... ¿me das permiso para casarme con Ana?

Pedro se quedó callado durante unos segundos, hasta que al fin sonrió y le contestó.

-Cuando me pediste permiso para empezar una relación con Ana te dije que sí... Y esta vez...

De repente, Pedro se calló. Carlos estaba asustado, esperándose lo peor.

-Cáscaras, claro que sí. -dijo Pedro por fin para no hacer sufrir más al muchacho. -Tienes mi permiso para casarte con Ana.

Carlos se alegró muchísimo al oír aquello.

-¡Muchísimas gracias, Pedro!

-Pero eso sí, sólo te pido que hagas una cosa.

-Haré lo que sea.

-Que la cuides y la quieras mucho. Mi hija es una de las cosas más valiosas que tengo junto a mi otro hijo y mi esposa.

Ana, Tobías y Heidi, que estaban allí presentes, sonrieron tiernamente ante esas palabras.

-Siempre lo haré, te lo prometo. Para mí, Ana es lo que más amo en el mundo. -dijo Carlos con total sinceridad.

Pedro sonrió ante esa afirmación y su hija y su futuro yerno le abrazaron. La pareja estaba muy feliz.

A Tobías le ocurría igual, tenía que pedirle permiso a Hans para casarse con Greta. Pero este no estaba presente, por lo que a Tobías no le quedó más remedio que escribirle una carta. Y precisamente escribir no era algo que le gustara tanto al muchacho, pero por Greta haría cualquier cosa. Una semana después, el joven recibió la contestación de Hans en donde le daba el consentimiento para casarse con su querida hija. Tobías y Greta se sintieron muy felices.

Las dos parejas se habían declarado el mismo día y se habían comprometido el mismo día. ¿Por qué no casarse el mismo día? Así lo decidieron y la boda se celebraría cuando llegara la primavera, así habría tiempo de sobra para hacer los preparativos necesarios, como la elaboración de los trajes y las invitaciones de boda que Greta quería enviar a Frankfurt. Ana ayudó a su mejor amiga y futura cuñada con ellas, la muchacha se encargó de decorarlas con bonitas flores. Unas invitaciones de boda sencillas pero preciosas. Todavía faltaban meses para mandarlas pero ya las querían tener listas. Todos los aldeanos de Dörfli también estarían invitados.