— Buenos días.

— No reprimendas o no pasas.— Le amenazó ella con los ojos entrecerrados.

Eryx pasó de todas maneras sin hacerle caso, dejándole atrás.

— ¿Recuerdas la parte de nuestra conversación en la que tú no te meterías en líos y me contarías todo lo que hicieras? No entiendo qué ha podido pasar.

Pasó con pasos ligeros hasta el balcón y dejó la bandeja tapada encima de la mesa. Ailén se preguntó qué habría dentro justo cuando él la abrió: un vaso transparente y alargado con un zumo de naranja, una taza de café caliente, un plato lleno de fruta, otro con pan y una selección de diferentes mermeladas... La barriga de Ailén rugió hasta tal punto que estuvo segura de que él le había escuchado, así que se sentó avergonzada en una de las sillas, con las manos tapando su estómago.

— Lo siento, ayer fue un desastre. Se me escapó de las manos.

— Has huido de la policía por segunda vez y no eres sospechosa por muy poco.— Eryx cogió la taza humeante y tomó un sorbo.— No, mejor dicho, gracias a mí.

— ¿Cómo sabes eso? Si tanto me espías por qué debería contarte lo que hago.

— Porque no siempre puedo vigilarte si me complicas tanto las cosas. Siempre hay límites, hasta para alguien como yo.

Ailén cogió un pedazo de panecillo dulce y se lo metió en la boca, saboreando cada bocado mientras se sentía algo culpable por sus acciones. Luego desvió su mirada del chico a las vistas de la ciudad, tan diferente de la noche a la mañana.

— He visto a mi hermano. Y he averiguado que Kiles está en la ciudad.— Le confesó.

— ¿Yael Dábalos? Has debido ver mal.

— ¡Estaba en la fiesta de Sentenza!

— ¿Cómo ha ido tu encuentro con Tracer? ¿Estaba sobrio para mantener una conversación?

— No he podido averiguar nada más. 

— Estate quieta, por favor.— Le miró adoptando un tono más serio del que solía usar.— El chico de las motos no es el culpable y no busca redención en el alcohol o las drogas, sino que las utiliza para olvidarse de que es testigo de un asesinato.

Ella dejó de comer al instante, olvidándose de terminar un pedazo de fruta fresca que había dejado en el plato. Eryx parecía realmente cansado de seguir cada uno de sus pasos a ciegas, y más aún cuando no parecían llegar a ninguna parte ni avanzar. Ailén notó un pequeño nudo en su garganta que le impedía protestar, clavando la mirada en el suelo, y el chico se rascó la barbilla tras ver cómo ella rascaba su mano con nerviosismo.

Sin esperarlo, Eryx sintió algo de desazón al verla así, por lo que decidió volver a dar un largo trago a su café y contarle información que sí podía servir al caso, a pesar de la molestia que sentía por la terquedad de Ailén.

— Según un chivatazo, Kiles está en la ciudad, pero no sabemos su paradero todavía. Su próximo objetivo parece ser Tracer y quizá ataque en la competición de la Copa Dagta. Bajo ningún motivo–

— ¡Tengo que ir! Sentenza me llevará de todas maneras, así que pudo infiltrarme para volver a hablar con él.

— Dábalos, no irás. Invéntate una excusa creíble y quédate aquí por tu propio bien. Si Kiles cometió homicidio contra tu hermano y escondió su cuerpo, quién sabe lo que podría hacer contigo.

— No soy una niña, me he criado en Ragta, por si lo olvidas.

— Te comportas como una. Y no entiendes el peligro.

— No durarías ni dos días viviendo en Almas. Te crees muy duro con tu trabajo de poli de protección de testigos.

— Tengo 25 años y tú eres mi tercer trabajo. He estado en operaciones en Ragta antes de moverme a protección de testigos, así que creo que no deberías hablar sin pensar.— Las pupilas de Eryx se movieron rápidamente sobre los ojos de Ailén, al ritmo de la alteración en su voz.— ¿Cuántas veces has estado delante del cañón de una pistola? Hablas tan despreocupadamente sin tener ni idea de cómo funciona nada.

Ailén le lanzó una mirada fulminante por debajo de sus despeinadas cejas y tiró la bandeja de la mesa al suelo antes de ponerse en pie.

— Dudo que tú hayas estado de un lado que no sea empuñándolo.

Recordó la primera vez que le había visto, cargando una pistola contra Ulises solo para que le dijera dónde estaba ella. Por mucho que detestara defender a Ulises en su cabeza, no podía creerse que Eryx le estuviera dando lecciones cuando él era la primera persona que no las estaba aplicando.

— Siento si he sido brusco, pero necesitas entender que hay cosas más allá de tu mundo, de Ragta y de Almas, hasta de Sagta.

— ¡Fuera de mi cuarto! No necesito lecciones.

— Dábalos...

— ¡Que te vayas!

— Cuando acabe mi café.

Eryx no parecía querer moverse de su asiento y Ailén vio en su mano que las rascaduras habían hecho mella y ahora se habían vuelto una comezón rosada. Desistió de continuar peleando y se sentó en la silla soltando un suspiro.

— ¿25 años? Parece que tienes 60.

Él escondió una sonrisa por debajo de la taza de café, casi terminada, esforzándose por no dejarla escapar. Cuando lo acabó, dejó la taza con delicadeza encima de la bandeja y se levantó, dispuesto a marcharse como le había dicho. Pero Ailén le detuvo cuando su apariencia cambió tras estar deliberando en su mente las mejores opciones que le quedaban: quedarse allí encerrada todo el día hasta que Sentenza decidiera llamarla o aventurarse adonde quiera que el chico fuera.

— ¿Quieres vigilarme cada minuto del día, verdad? Vamos a quedarnos pegados para ayudar en la investigación. Veré cuánto puedes aguantar que estemos juntos.

Eryx parecía satisfecho con su propuesta, colocándose bien el abrigo.

— Me encantaría, pero recuerda que tu jefe no puede verme.

Ella se quedó mirándole durante unos segundos, triste e incapaz de aceptar su destino, encerrada en la habitación. Eryx le echó un rápido vistazo de arriba a abajo y entró adentro para coger algo que Ailén no pudo ver a través de las cortinas. Cuando salió al balcón tras buscar dentro lo que había descubierto, le lanzó su par de zapatillas desgastadas por el tiempo, que ella observó sin entender.

— Ven conmigo.

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