Eduardo miraba a Cristóbal sin comprender aún el punto.

—Lo que quiero decir es que este muchacho sin ti o contigo va a lograr abrirse paso y perdóname viejo, pero deja de preocuparte y habla con tu engendro. Tú sabes que yo no lo soporto, pero es importante para ti y eso es lo principal.

Yo prometo ser más "accesible" si él es más dócil.

Eduardo vio ahí el obstáculo para avanzar.

—Cristo, sabes que eso no sucederá. Mi muchacho es muy obstinado y dudo que acepte que tú seas quien supervise los trabajos de él.

Eduardo tenía los ojos cerrados mientras su cuerpo lo recargaba pesadamente en el respaldo del mullido sillón.

Cristo levantando el teléfono marcó a la oficina de Gael.

Dos timbres, tres timbres y no hubo respuesta.

Molesto se levantó del asiento.

—Déjame ver si alcanzo a tu engendro, y espero poder tener una charla con él.

Eduardo miraba con asombro e incredulidad a su amigo.

—Solo te suplico que le tengas paciencia, tan sólo tiene veintiún años y a esa edad son más estúpidos que maduros.

Cristóbal sonrió ante las palabras paternales de su socio, y sin decir más salió hacia el pasillo.

Bajó dos pisos hasta situarse enfrente de una lustrosa puerta negra, toco dos veces y al no responder alguien en el interior decidió entrar

— ¡Hey!, Gael.

La voz profunda de Cristóbal retumbó en la estancia.

— ¡Carajo!... Dijo para sí mismo. Cerrando la puerta se dirigió hasta la oficina de recursos humanos en donde una hermosa chica guardaba una carpeta.

—Señor Gallardo, la sonrisa más coqueta de la joven mujer hizo sonreír a Cristóbal quien devolvió el gesto de manera amable.

—Alondra, necesito el número de Gael Molina.

—Oh, por su puesto señor... Justo ahora guardaba su expediente pues el joven trajo una hoja de renuncia.

La mujer sacó la carpeta que recién había guardado y se la dio a Cristóbal quien la tomó, —Gracias Alondra. Yo me encargo.

La mujer sonrió y se sintió satisfecha de haber sido útil.

Cristóbal se sentó en su despacho y revisó los datos.

Descubrió que el muchacho vivía por la zona donde el residía, además de anotar la dirección marcó el número telefónico y esperó.

Un número desconocido aparecía en la luminosa pantalla el cual Gael decidió ignorarla suponiendo que sería alguien de la empresa de Eduardo, su padre.

Cristóbal marcó una vez más y al no tener respuesta dejó caer el teléfono a un lado. —Muy bien mocoso, tendremos que vernos.

La sonrisa de desagrado marcó los labios de Cristóbal.

Por su parte Gael se adentraba en su bonito departamento, con una caja en las manos, había sido un día caótico y malditamente extraño, no esperaba que su padre le heredara, pero tampoco esperaba que este defendiera con vehemencia a su socio, dándole más prioridad a el que a su propio hijo...

Depositándola en el suelo rápidamente se dirigió a su recámara, necesitaba relajarse y la única forma era masturbándose bajo la ducha.

El agua tibia golpeo su piel y rápidamente se concentró en su experiencia a manos de aquel castigador maestro que le había impedido correrse en el club.

PerversoOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz