— Como si te murieras por seguir encima de mí.

— Aún puedo hacerlo si insistes.— Le advirtió apretando los puños.

— No me defenderé.

La continua broma de Tracer sobre ella sin tomarle en serio le enfureció tanto que uno de los puños de Ailén quiso aterrizar sobre su mejilla, pero no se dejó llevar por sus emociones. Tampoco hizo falta, ya que Tracer se divirtió hasta resbalar y caer desmayado bajo el sofá por las sustancias tóxicas que se había metido en el cuerpo.

Ailén se acercó para darle unos golpecitos en la cara, con el fin de mantenerle despierto, pero el chico era incapaz de despertar, tendido en el suelo.

Lo primero que hizo fue abrir la ventana de la habitación para que corriera el aire del exterior y limpiara el cargado de la sala. Entonces se dio cuenta de que afuera había comenzado a llover.

Se apresuró por devolver a un estado consciente al chaval, pero este estaba durmiendo profundamente, con sus brazos colgando de los extremos del sillón y las piernas estiradas.

— No... ¡mierda!

Ailén escuchó cómo la música tras la puerta paraba de golpe y se imaginó que alguien había llamado a la policía. No podía quedarse más tiempo si no quería ser detenida y la única salida que le quedaba era la ventana. Antes de saltar por ella, comprobó que daba a un callejón vacío y nadie pasaba. Después se sentó en la cornisa y miró por última vez a Tracer.

Si le dejaba allí tirado la policía o cualquier tipo de autoridad le encontraría gravemente intoxicado y en problemas. Pero tampoco podía llevárselo ya que pesaba el doble que ella y estaba inconsciente. Tampoco podía ayudarle a librarse de la droga que se había metido si le hacían una prueba, sufriría las consecuencias aunque fuera víctima de una supuesta agresión por su parte, o lo que fuera aquello.

Decidió salvarse a ella misma colgándose con los brazos estirados desde el alféizar y cayendo unos metros de pie sobre unas bolsas de basura amontonadas que amortiguaron el impacto, cerca de unos contenedores.

Salió ilesa, estirando sus extremidades para comprobar que no hubiera recibido ningún daño, y se marchó corriendo callejón abajo.

Cuando se alejó un poco por las estrechas calles, paró para tomar el aire y mirar su teléfono. Eran casi las tres de la mañana y comenzaba a sentir el aire frío de la baja temperatura en sus piernas y sus pálidas manos. Se movió de un lado para otro en frente de una ferretería cerrada para no helarse mientras llamaba a Vera al móvil, pero ella no se lo cogía.

Lejos de quedar quieta en un lugar que desconocía completamente, decidió vagar por las calles hasta encontrar algún taxi o persona que pudiera ayudarle. Entonces dio con un pequeño grupo al final de una pequeña calle que fumaban en los escalones de una finca. Ailén agradeció al mundo por mandarle a alguien con cigarrillos, ya que se moría por uno después de la larga noche que estaba teniendo.

A medida que se acercaba podía ver a dos chicos algo más mayores que ella, uno sentado en el escalón mirando la pantalla de su teléfono y otro fumando de pie frente a él, que le vio venir. Su camiseta serigrafiada y su pelo despuntado le quería sonar de algo, pero no fue hasta que llegó frente a ellos cuando les reconoció como el chico que sujetaba una lámpara y el de los tatuajes en la frente.

Ailén se quedó callada, con los ojos muy abiertos. Los chicos le miraron sin ninguna expresión, hasta que el que estaba en pie soltó el humo de sus pulmones para preguntarle.

— ¿Estás bien? ¿Te pedimos un taxi?

— Llama tú, Enzo.— Le dio un pequeño golpe con su zapatilla a la suela del otro, llamando su atención.— Nos quedaremos hasta que lo coja, mientras esperamos a este.

— Gra–Gracias...

— Nada. Estamos esperando a alguien.

— No pareces estar muy bien. Siéntate si has bebido mucho.— Le señaló los escalones el del pelo alborotado.

Se metió por un hueco entre el chico sentado y la pared para cobijarse del frío en el patio exterior de una casa. Luego se sentó en la parte más alejada a ellos en la sombra, tapándose la cara con las manos fingiendo que se tiraba aire caliente por la boca con el fin de que no le reconocieran. Pasaron unos minutos en los que no volvieron a dirigirle la palabra y ni siquiera mirarle. Ailén les observaba de reojo entre sus dedos, pero ellos solo se dedicaban a fumar y ver sus móviles, desinteresados en ella.

— ¿Te sigue doliendo, Abel?

— No.— Dijo en tono cortante el tatuado.

— No lo he visto pero te ha debido de dar muy fuerte. ¡Tienes toda esta zona roja!

— He dicho que estoy bien. Y no me ha dado fuerte, Enzo, era una loca enviada por Kiles para asustar a Tracer.

Al escuchar el nombre de Kiles, Ailén prestó más atención a su conversación.

— ¿No hay algo raro? Hace tiempo que no vemos a Tracer y nos invita a esta fiesta. No habla con nosotros y nos esquiva. Aparece una loca que quiere matarle y Tracer vuelve a desaparecer cuando llegamos con la policía.

— Cállate, Enzo.— Vio cómo le miraban durante un pequeño silencio, hasta que el chico del piercing en el labio lo cortó.— Ya nos dará explicaciones en la Copa.

— ¿Crees que lo hará? Nos evita demasiado y está raro...

— Ha sobrevivido a dos asesinatos, claro que está traumatizado. Qué más da. Le conocemos de hace años, se guarda cuando algo va mal hasta que nos enteramos.

Al otro lado de la calle un vehículo paró y frenó cerca de la acera. Ailén se puso en pie para asomarse por la pared y vio el cartel verde de los taxi desocupados. Agradecida porque hubiese llegado antes de que los dos chicos le hubiesen reconocido, salió a la calle cuando el que estaba parado frente a ella, de nombre Enzo, se lo indicó con una sonrisa amable.

— Ahí está tu taxi. Ve con cuidado a casa.

— Adiós.— Se despidió Ailén con la mano, caminando rápido y dejándoles atrás.

— De nada.— Le respondió por última vez con sorna Abel, soltando humo por su boca.

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