—Puedes hacerme compañía un rato. Esta tarea es muy silenciosa. —Lo miré animado levantando mis manos manchadas—. Y me puedes hacer café.

Nos sentamos en los escalones de la casa con las tazas. En un día de trabajo no alcancé ni la mitad de la reja. Él también la miró.

—¿Verde? Todo es verde aquí, las plantas, la casa, la reja.

—Son los gustos de tu hermano.

—No me sorprende... Su tumba debería ser verde.

Pensé un momento.

—No es mala idea.

Hablar de Matías no me molestaba tanto. Lautaro siguió contemplando la reja.

—Vine a contarte algo. —Se sonrió antes de seguir—. Es niña.

Me quedé sorprendido.

—¿Tu bebé? —pregunté como tonto.

Asintió.

—Hicimos un acuerdo —contó con alegría—. Si era niño mi novia escogía el nombre y como es niña me toca a mí.

Normalmente no lo veía contento con el asunto de su paternidad pero algunas cosas lo entusiasmaban haciendo que se olvidara de todos los problemas que cargaba.

—¿Ya escogiste nombre?

—Me gusta Andrea.

Choqué mi taza con la suya en una especie de brindis.

—¡Te felicito!

Se sintió orgulloso por compartir la noticia y sacó su celular para mostrarme una imagen abstracta de una ecografía. Aunque no entendía lo que veía, observé emocionado, algo de ahí era su hija y su existencia se hacía más real. En cuestión de meses irrumpiría en la vida de todos.

—También hay otra cosa.

—¿Qué cosa?

—Me gustaría que fueras su padrino.

***

La visita de Lautaro me dejó de buen humor. No esperaba la propuesta de padrino cuando me contentaba ser tío. Tenía que apurarme con los regalos para su hija, mi ahijada. Después de bañarme y quitarme el olor del removedor de pintura, fui a la plaza principal donde me esperaba Francisco. Empezaba a oscurecer pero la gente seguía saliendo y eso se veía reflejado en la plaza, donde los más jóvenes se reunían en grupos y las familias caminaban despreocupadas. Algún día Lautaro estaría allí haciendo lo mismo, y yo también.

Frente a una de las esquinas daban las puertas de la iglesia, que a esa hora se mantenían cerradas, y su pequeña escalinata servía a modo de escenario para dos artistas callejeros que interpretaban música folclórica con guitarras. Desde la plaza, los más cercanos los miraban y algunos curiosos se detenían un rato a escucharlos antes de continuar con su camino. Francisco los observaba mientras esperaba sentado en uno de los bancos. Con su cara, que yo reconocía, de "podría gustarme pero no tanto". Me senté a su lado mirando los músicos.

—Perdón por hacerte esperar.

—Tú siempre me esperas —dijo con una sonrisa.

Me llenaba de una gran calidez verlo contento.

—Me gusta esperarte.

Todo a nuestro alrededor era alegre y pacífico, o así nos sentíamos. Francisco sacó su celular y se acercó más a mí.

—No tenemos ninguna foto juntos.

Apoyé mi cabeza en la suya y sonreí a su lado para la foto. Nuestra imagen en la pantalla también estaba llena de alegría, me daban ganas de abrazarlo y besarlo. Después de un par de intentos, cuando quedó conforme con la foto, la puso como fondo de pantalla. Yo usaba la excusa de mirar lo que hacía para apoyarme en él y mantener la cercanía.

Oculto en SaturnoWhere stories live. Discover now