━ 𝐋𝐗𝐗𝐗𝐈𝐈: Te quiero

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Había cometido un grave error al contárselo.

Tan solo cuando Ubbe hizo el amago de levantarse, probablemente para poner rumbo hacia el Gran Salón y así ajustar cuentas con la soberana de Kattegat, la skjaldmö reaccionó.

Con una urgencia desesperada, apresó uno de sus brazos, reteniéndolo en el sillón. Sus falanges se hundieron temblorosamente en la manga de su camisa, aferrándose a la suave tela como si su vida —o más bien la de Lagertha— dependiera de ello.

No podía verse en esos momentos, pero estaba convencida de que su expresión era la viva imagen del desasosiego. Y no era para menos.

—Ubbe, no... —logró articular Drasil tras varios quiebres de voz. No le preocupaba la rubia, quien contaba con múltiples escuderas que la defenderían hasta exhalar su último aliento, sino su prometido. Era evidente que no estaba pensando con claridad, que estaba hablando desde la rabia y el resentimiento, de ahí que no pudiera dejarle marchar. Debía quitarle esa disparatada idea de la cabeza, costara lo que costase—. No puedes matarla —rebatió con toda la firmeza que fue capaz de reunir.

La arruga vertical entre las cejas de Ubbe se acentuó, demostrando su contrariedad. Saltaba a la vista que no le había agradado su negativa, el hecho de haber rechazado tan tajantemente sus deseos de darle su merecido a Lagertha, haciéndole pagar por todo el daño que les estaba causando.

—¿Por qué no? —masculló él entre dientes—. Asesinó a mi madre a sangre fría y ahora intenta alejarte de mí. Tengo motivos más que suficientes para enviarla al Helheim. —Su fisonomía se había crispado en un gesto adusto y sus iris azules se habían oscurecido como la peor de las tormentas.

Un pánico visceral se apoderó de Drasil cuando el caudillo vikingo, preso de una cólera y una impulsividad que muy pocas veces había visto en él, se zafó de su agarre y se puso en pie, dispuesto a ir a por su hacha. La castaña lo vio encaminarse hacia su alcoba, donde tenía el baúl en el que guardaba todas sus armas, lo que la impulsó a ir corriendo tras él.

Las posibilidades de lo que pudiera llegar a sucederle de causarle el menor daño a Lagertha le estaban revolviendo el estómago.

—Ubbe, para —le pidió Drasil en cuanto ambos ingresaron en la dependencia, que se hallaba tenuemente iluminada por un par de lámparas de aceite. Se detuvo a medio metro del umbral, mientras Ubbe abría el cofre que había a los pies del lecho y comenzaba a rebuscar en su interior—. Por favor, detente... Así solo conseguirás que te apresen y que te vuelvan a considerar una amenaza —expuso en un vano intento por hacerle entrar en razón. Pero lejos estaba de lograrlo.

Haciendo caso omiso de sus súplicas, el primogénito de Ragnar y Aslaug se hizo con su hacha de mano y con una pequeña daga que no demoró en asegurar a su cinturón. Estaba completamente cegado por la ira y la frustración. Sus ansias de venganza, aquella sed de sangre que se había obligado a sepultar en lo más recóndito de su corazón y su mente, habían despertado de su profundo letargo, opacando todo lo demás.

Y llevando a Drasil al límite.

—Por el amor de los dioses... ¡Para de una vez! —exclamó la escudera, harta de contenerse. Ubbe giró sobre su cintura para poder encararla y ella aprovechó aquellos instantes de fluctuación para cerrar la puerta del aposento, haciéndole saber que no iba a ir a ningún lado. Que no pensaba permitirle acudir al Gran Salón en ese estado—. ¿Acaso has perdido el juicio? ¿No te das cuenta de que lo que pretendes hacer es una locura? —le reprochó con severidad.

Todo cuanto pudo hacer su prometido fue apartar la mirada, ceñudo. Su mano derecha, que era en la que sostenía el hacha, apretó el mango con fuerza, ocasionando que sus nudillos se tornasen blancos.

➀ Yggdrasil | VikingosWhere stories live. Discover now