11. Sin ceder

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Con el paso de los días, mis encierros en esa caja eran cada vez más recurrentes e incluso los tiempos en la oscuridad cada vez parecían más largos. No sabía si pasaba más horas dentro encerrada, o era yo la que comenzaba a ser absorbida por la oscuridad.

Todo terminaría si entregaba el anillo, lo sabía bien, y varias veces fui tentada a rendirme y sacarme esa sortija, pero sólo había algo que me protegía, así que no podía entregarlo tan fácilmente. Y así me mantuve sin ceder, intentando ser fuerte, durante días y semanas. No supe bien cuánto pasó, pues sin conocer la luz del sol, era difícil ubicarse temporalmente.

Varias veces intenté ver a través de las rendijas entre las maderas que tapiaban la ventana, pero se veía sólo sombras y oscuridad, como si fuera siempre fuera de noche.

Habían pasado más de tres días desde que me habían sacado de la caja, así que me encontraba algo estresada, estaba segura que mi padre en cualquier momento volvería para repetir la misma pregunta de siempre. "¿Te has decidido a entregarme ese anillo?", "No", respondería yo. Esa era la única conversación que mantenía con mi progenitor.

Se había vuelto una rutina familiar, un círculo vicioso. Él preguntaba, yo me negaba y pasaba todo el día en la caja. Y así sucedió esa misma tarde.

Odiaba esa sensación de horror que generaba mi cuerpo en respuesta cada vez que la puerta era abierta. No importaba cuántas veces habíamos repetido este proceso, nunca me acostumbraría.

Mi padre no entró sólo. Lo acompañaba Genette. Ella también formaba parte de la rutina. Ella me extraía una pequeña cantidad de sangre cuál parecía analizar en busca de algo que no alcanzaba a comprender.

No tuve ninguna reacción cuando la mujer abrió una herida en mi mano, mano que ya tenía viejas y nuevas heridas sin curar. Me había acostumbrado al dolor, pero de lo que no podía acostumbrarme era de ver mi piel herida en decenas de pequeñas incisiones. Era una imagen macabra de mí misma.

— Su sangre sigue igual. No ha habido ningún progreso — concluyó la pelirroja, mientras retiraba los ojos de ese extraño cáliz.

— Al parecer su mente no es tan débil como creíste — me sorprendí al escuchar la voz de Jared, no lo había visto ingresar. Cuando mis ojos dieron con él, lo encontraron recostado sobre el umbral de la puerta, mirando la escena con una sonrisa en el rostro. Cronos lo miró enfadado, por lo que el excéntrico muchacho entró en silencio de inmediato, borrando su expresión divertida del rostro.

Jared, que parecía no temerle a nada y que nada en el mundo pudiera ponerlo serio, resultaba que tenía un límite y ese límite era mi padre.

No entendía por qué todos a mi alrededor lo respetaban tanto. No, pensándolo mejor, no se trataba de respeto, no, era algo más frívolo y forzado, era miedo lo que sentían por él, por eso lo obedecían ciegamente. ¿Pero por qué le tenían tanto miedo? ¿Quién era mi padre en realidad?

— Jared no está equivocado — dijo de repente Genette, pero ella expresó su opinión con otro tono, uno mucho más sumiso, uno que no daba lugar a enfados, o por lo menos, eso esperaba ella.

Cronos la miró detenidamente un segundo. La mujer pareció empequeñecerse al ser el centro de su mirada silenciosa. Pero para su alivió volvió a hablar de inmediato y sin sonar enojado.

— Es absurdo admitir que me equivoqué... — dijo Cronos de repente, y los presentes lo miraron asustado, como si hubieran cometido un error al destacar aquel errar de mi padre —, pero es cierto — esta vez se volteó al verme con una pequeña sonrisa con matiz de cinismo, que me petrificó el cuerpo entero. Odiaba la cercanía de mi padre —. Te subestimé — dijo y sentí como si hubiera una pizca de orgullo paterno en sus palabras. Sí, lo sé, absurdo —. Después de todo eres mi hija.

Lo que esas palabras parecieron un alivio para la mujer y para Jared, para mí, supieron muy amargas, no, peor que eso. Eran un indicio de que lo que había padecido hasta el momento era nada comparado a lo que me sobrevendría. Estaba segura que lo que sucedería conmigo y lo que dispondría Cronos para mí, a partir de ahora, me destruiría. No lo dijo en palabras, pero pude leerlo perfectamente de su macabra expresión, de la oscuridad viva en sus ojos al mirarme y en como se había vuelto el aire pesado a mi alrededor.

— Preparé un plan de respaldo por si esto sucedía — dijo, dando a entender que siempre fue él quien tuvo la delantera y no yo, por más que creyera lo contrario.

El hombre se separó de mí unos pasos para acercarse a la puerta.

— Glotón, ya puedes traerla — ordenó. Y sin tardar en obedecer la orden, el hediondo obeso, ingresó a la habitación, cargando en el hombro un pequeño cuerpo infantil.

El grandulón arrojó la carga sobre el suelo, a unos centímetros de mis pies. Se trataba de una niña amordazada y atada de pies y manos. Ella se removió con dolor, sin poder quejarse correctamente a causa de la mordaza, pero en su rostro se podía evidenciar que la caída se había resentido en todo su pequeño cuerpo.

Miré a la niña, la cual comenzaba a ensuciar su rostro con sus propias lágrimas. Me sentí mal conmigo misma al no ser capaz de avanzar el pequeño metro que me separaba de ella para ayudarla. Pero me sentía petrificada, incapaz de manejar mi propio cuerpo.

¿Qué estaba sucediendo? ¿Quién era esta niña?

— Conózcanse, ambas son chicas, estoy seguro que aquí nacerá una linda amistad — dijo con evidente ironía en la voz.

— Genial — Jared parecía el único que no captó la ironía — ¡Invítenme a las pijamadas! — Cronos, por supuesto ignoró su comentario.

— Dejémoslas solas — resolvió al final. Tanto Genette como Jared no parecían al tanto del plan de Cronos, pero no tuvieron las agallas de pedirle explicaciones. Sólo se dejaron arrastrar por su corriente.

Genette siguió a Cronos a la salida, al igual que Glotón. En cambio, Jared miraba de mí a la niña de manera repetitiva, con una enorme sonrisa divertida, como si estuviera esperando alguna invitación. ¿En serio esperaba que tuviéramos una pijamada?

— Dije que las dejemos solas — Cronos se detuvo sólo un segundo para regañar a Jared. Este, hizo un puchero, y sin la valentía para desobedecerlo una segunda vez, se dio media vuelta, por supuesto, no antes sin decirme con los labios que le avisara, y luego salió último.

No me moví de lugar hasta que escuché el cerrojo crujir. Estaba otra vez a salvo, sólo que esta vez tenía compañía. 

AngelusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora