3. Existen otras maneras de dañarte

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Un olor nauseabundo, que se infiltró por mi nariz, me obligó a despertarme.

Me enderecé hasta sentarme en la cama, observé directamente hacia la puerta de salida, la cual estaba ahora abierta de par en par. Un deseo inconfundible me llenó, era el anhelo de libertad, un grito interno y valiente que me instaba a levantarme y correr fuera, lejos. Pero no lo hice, por más que mis instintos lo gritaran, mi cerebro decía que no era una buena idea.

Frente a mí había un hombre enorme. Era como una mole de grasa y piel. Se veía lento, pero era tan horroroso a la vista, que me dejaba diminuta en el lugar, ya sin ninguna voluntad de huir, ni de arriesgarme. De él desprendía un tufillo extraño, como a carne putrefacta. El grandulón sostenía una bandeja con comida y algo de beber con ambas manos, mientras me miraba de una manera... que me estremecía por completo. Sus ojos me causaban repelús, al igual que su olor bilioso.

— Él es Glotón, desde hoy se encargará de tu comida — dijo mi supuesto padre, entrando por la puerta que se mantenía abierta.

Glotón se acercó hasta mí, lo que ocasionó que todo mi cuerpo se pusiera alerta. Cerré los puños con fuerza en torno a las sábanas y no le despejé ni un solo ojo hasta que lo vi depositar la bandeja en la mesita junto a la cama.

Glotón se giró en mi dirección, lo que ocasionó que su pestilencia llegará a mí con más fuerza. Contuve la respiración para no devolver el estómago entero allí mismo.

Mi sangre se heló en mis venas y mi corazón casi se paraliza cuando el tipo enorme se acercó a mí. Su nariz se mantuvo cerca de mí y me estremecí cuando lo sentí inhalar mi piel con fuerza.

— Huele delicioso... — dijo de manera gutural.

Una enorme y babosa lengua recorrió mi rostro. Pegué un grito de sorpresa, pero me mantuve en el lugar. Tuve que taparme la boca con ambas manos para no vomitar a causa del horrible y hediondo olor de aquel hombre, que actuaba como si estuviera saboreándome.

Unas lágrimas cayeron por mi mejilla. Estaba asustada, muy asustada. No sabía de lo que era capaz esa bestia, ni siquiera sabía si era un humano. Su putrefacto y escatológico aroma me decía que no.

— Sabe delicioso... — repitió en el mismo tono desagradable.

— No puedes comértela, Glotón —le dijo mi padre con aburrimiento, como si estuviera hablando de una simple galleta. Yo era la galleta.

La enorme masa de grasa se apartó de mí, rezongando en el proceso, como a niño que no le dejan comer su galleta. Y luego salió por la puerta.

Me limpié el rostro con la tela de mi manga con bastante insistencia, pero parecía no ser suficiente para deshacerme de la asquerosa sensación que había quedado en mí. Desistí en esa tarea cuando el hombre que se hacía llamar mi padre se acercó en dirección a la cama. En ese trayecto que recorren sus pies, me convertí en piedra a causa del terror que ocasionó su cercanía en mí.

El hombre colocó el trasero en la cama, sentándose demasiado cerca de mí, mucho más de lo que me gustaría.

Me miró en silencio. Lo que me colocó sumamente nerviosa. Pero, intenté no dejarme ganar por los nervios e hice un esfuerzo casi sobrehumano para poder evocar una pregunta de manera completa y coherente.

— ¿Realmente eres mi padre?

Su expresión seria no mutó ni una fracción al escuchar mi voz.

— Sí — respondió de igual manera.

— No lo entiendo. Sí lo eres... ¿por qué me haces esto?

Un gemido se atoró en mi garganta cuando dos dedos delgados tomaron mi barbilla de manera rápida y dolorosa. Me acercó a él, y yo, alguna vez atea, le recé a Dios para que no fuera a hacerme nada.

— Que tengas mi sangre no quiere decir que deba tenerte cariño — me respondió y sentí como sus uñas se hundían en mi piel dolorosamente —. Sólo eres un instrumento, como todos los demás.

— ¿Todos los demás?

— Sí, todos tus medios hermanos.

Abrí los ojos con fuerza. En parte, por la sorpresa y, en otra, por el dolor que estaba ocasionando su agarre en mí. Me quejé un poco, pero él no me soltó.

— ¿Ellos están...?

— Muertos — completó mi pregunta por mí, ocasionando un escalofrío y un sollozo de mi parte —. Cómo tú lo estarás, también, en poco tiempo.

— ¿Qué...?

El agarre en mi mandíbula se hizo aún más doloroso, a tal punto que el filo de una de sus uñas penetró en mi piel, naciendo de la herida un hilillo de sangre carmín. En ese preciso instante, el anillo que guardaba en mi dedo brilló con una fuerza cegadora, tanta que pareció quemar a mi padre, obligándolo a soltarme y apartarse unos metros de mí.

El hombre frente a mí, se paró en silencio y luego se alejó unos pasos, mirándome sorprendido. Sus ojos encontraron de inmediato el anillo en mi dedo y pareció comprender todo.

— El anillo de Mireya, ¿cómo llegó a ti?, ¿ah? Fue ese mestizo, ¡¿verdad?!

¿Mestizo?, ¿se refería a Chris?

— Te ordeno que me des ese anillo — dijo y me extendió su palma abierta, frente a mis ojos, para que depositara el anillo allí.

No comprendía nada de lo que acababa de pasar. Me quedé inmóvil, sin poder accionar mi cerebro ni mover músculo alguno. Sólo me quedé allí, mirándolo estupefacta, inmóvil y en silencio.

— Hazlo rápido, si no quieres consecuencias — insistió.

Lo mejor es obedecerlo, pensé llevando dos dedos al anillo, pero antes de extraerlo me detuve.

¿Esa luz la había causado el anillo? ¿El anillo fue quien rechazó a mi padre cuando hizo una herida en mi rostro?, parecía imposible de creer, pero a estas alturas, no podía descreer de incluso lo más extraño e inexplicable.

Tuve miedo de desobedecerlo, pero talvez, talvez debía conservar el anillo, contra todo pronóstico, incluso ante las consecuencias de mi padre. Algo me decía que sería peor si se lo entregaba.

Alejé los dedos de mi anillo, dejándolo en el lugar, este artilugio podría ser mi única ventaja aquí, si me lo retiraba, estaría completamente desarmada y vulnerable.

Miré a mi padre fijamente, con el miedo naciendo desde el fondo de mi más profundo ser.

— ¿Qué diablos estás haciendo? ¡¿Vas a desobedecerme?! — caminó hasta mí, lo vi levantar su mano para golpearme. Cerré los ojos esperando su golpe, golpe que nunca llegó.

Abrí los ojos nuevamente, de manera sumamente lenta.

Mi padre estaba mirándome con un gesto de rabia. Gruñía como un animal salvaje.

Al parecer estaba en lo correcto, el anillo tenía algo que no le permitía herirme. Y él también lo sabía, por eso no se atrevió a efectuar el golpe.

Caminó hasta la puerta, y asomándose por ella gritó: — ¡Glotón!, tráelo — volvió a la habitación con una mirada atemorizante, calando frío en mí. Esto no pintaba nada bien — Ese estúpido anillo no va a interponerse en mis planes, existen otras maneras de dañarte sin tener que tocarte directamente, sin tener que abrir una herida en tu piel, sin sacar una sola gota de sangre de tu cuerpo, existe una manera que cala mucho más hondo.

Glotón ingresó a la habitación empujando una enorme caja cerrada claustrofóbicamente.

— Métela en la caja.

Supe que, a partir de ese momento, mi estadía se volvería un verdadero infierno. 

AngelusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora