Me

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2° parte de "YOU".
TW: suici***

Cuando Atsumu colapsó no me lo creí. Me quedé parado durante unos segundos, rezando por que lo que me acababa de contar fuera solo una broma, pero no lo fue. Me arrodillé junto a su cuerpo y empecé a palpar su cuello en busca del pulso, pero no lo encontré. Agarré mi teléfono y empecé a marcar el número de Osamu, mientras mis lágrimas me dificultaban la tarea.

El funeral de Atsumu fue más silencioso de lo que pensaba que sería, todos se mantenían cabizbajos liberando pequeños sollozos mientras miraban las fotos conmemorativas que los Miya habían expuesto. En una de ellas, los únicos que salíamos éramos Atsumu y yo sonrientes. Nunca me olvidaré de ese momento, fue la primera vez que nos conocimos, la primera vez que tuve un amigo que no fuera mi primo Komori.
Pero esa fotografía, en ese momento, me parecía una blasfemia sabiendo que yo había sido la causa por la que mi amigo ya no se encontraba entre nosotros. En algún momento de la ceremonia le pedí a Osamu un momento a solas, así que nos dirigimos a la parte posterior de la iglesia.

- Osamu, por favor, pégame.

- ¿Qué?

- Pégame una paliza, dame una patada, un puñetazo, ¡lo que sea! Todo es por mi culpa.

Cerré los ojos esperando algún impacto, pero en su lugar fui atrapado entre los brazos de Osamu.

- A Atsu no le habría gustado que arruinara tu cara, que tanto le gustaba. Y tu no tienes la culpa, no puedes obligar a nadie, ni siquiera a tí mismo, a amar a alguien.

- Yo sí que lo amé, cuando éramos unos adolescentes, pero pensando que nunca sería correspondido busqué el amor en otra persona. Si tan solo le hubiera dicho que lo amaba en ese entonces estaría aquí con nosotros.

Mis lágrimas volvieron a brotar salvajemente y el agarre de Osamu se hizo más fuerte. Podía notar como mi hombro se iba humedeciendo, pero curiosamente nunca puede escuchar sus sollozos. A pesar de aquella confesión, ninguno de los integrantes de la familia Miya me echó nunca nada en cara.

Como ya habíamos arreglado el compromiso, me acabé casando de mala manera con aquella mujer, y no me sorprendió en lo absoluto que, pasados unos años, me pidiera el divorcio. Ahora me encontraba completamente solo, habían pasado diez años desde la partida de Atsumu y no había ni un solo día en el que no pensara en él. Intenté varias veces encontrar una pareja, pero siempre acababa teniendo citas con hombres y mujeres que se parecían a mi Atsu y nunca acababan bien, por lo que pasado un tiempo dejé de intentarlo.

En el 15° aniversario de su fallecimiento me encontraba en un estado deplorable. Había caído en una profunda depresión que me hizo dejar el vóley y mis únicos amigos eran el alcohol y las pastillas. De vez en cuando Bokuto, Hinata o Osamu venían a visitarme para ver como me encontraba, para limpiar mi casa o para traerme comida. Eran los únicos momentos en los que podía evadirme de la realidad, pero mi estado empeoraba cada vez que venía Osamu debido a sus similitudes con su hermano.

En el aniversario, le escribí una carta como cada año empezando siempre con una disculpa y acabando con una promesa de amor eterno. Cuando la acabé, la puse dentro de un sobre y la puse en el altar que le hice, amontonándola junto a las otras. Me quedé un buen rato observando la foto enmarcada que se encontraba en la cima,  me puse a llorar.

Era un día especial porque, por fin, íbamos a estar juntos. Cogí un taburete y una cuerda que mantenía herméticamente guardadas para cuando el valor se apoderara de mí. Até la cuerda a una biga y posicioné el taburete. Me posé encima de este y, mientras decoraba mi cuello con la soga, miré una última vez la sonriente cara de Atsumu y di un paso al frente, listo para reencontrarme con él.







Era un día agetreado y mi restaurante se había llenado al completo. Pero mi mente seguía enfrascada en la imagen de mi hermano y en que hoy iría a visitar su tumba con Sakusa como hacía cada año. Suna estaba esperando a que acabara mi turno para ir con nosotros, siempre venía bien tener un hombro en el que llorar una pérdida. Eran casi las tres y media de la tarde cuando por fin salíamos del establecimiento en dirección a la casa de Sakusa, la cual se encontraba a un par de minutos del restaurante.

Llamamos tres veces al timbre antes de usar la llave que nos dió el propio Sakusa en caso de emergencia. Nos extrañó ver el apartamento tan limpio porque, a pesar de que Kiyoomi sufrió mucho por su misofobia, había dejado de lado sus pulcros hábitos para ser abordado por la depresión. Gritamos su nombre en caso de que estuviera dormido pero al no recibir respuesta, no nos atrevimos a entrar en su habitación y llamamos a las autoridades para que corroboraran su estado por nosotros.

Iwaoi & Sakuatsu storiesWhere stories live. Discover now