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Los colores debían ser las frutas, el aroma de las cosas, la temperatura de las madrugadas o también las expresiones de las personas. Debían ser todas claras definiciones de color.

Hubo muchos días donde solo con levantar sus párpados anhelaba decir que era lo que le rodeaba. Quizás en esos años donde lo único esencial para él, era ser aceptado por los demás, sin tratos especiales o ayudas por su condición. Sin agarres en sus manos y palabras instruyendo su caminata. Miradas empáticas, hasta incluso, no deseaba que le mencionaran lo fuerte que era por servirse su comida sin derramar nada. Realmente no necesitaba las palabras de orgullo de su padre, no para esas cosas que cualquier persona normal puede hacer.

Las dudas iban y venían a su mente de dieciséis, donde debía rogar para ir a los paseos organizados en su colegio.

Chan, puedes perderte en un descuido de tus profesores.

No puedes utilizar un teléfono en caso de emergencias.

Otros alfas pueden intentar abusar de ti y, no podrás defenderte.

Puedes caerte, ahogarte en la piscina, cruzar en rojo, auto envenenarte, es peligroso.

No puedes ir solo.

Tus amigos no van a estar pendientes de ti todo el rato. Por favor, entiende.

Te estoy cuidando, cuando crezcas, lo comprenderás.

Andando en el mismo círculo, repitiendo las mismas palabras y entonces, escaparía a la casa de su abuela. Enterrado en su regazo lloraría siendo consolado, se quedaría por unos días y sería tratado como una persona normal; no especial ni deficiente. Harían el desayuno juntos, hablarían de sus sueños y su querida abuela le describiría el mar, las estrellas, los planetas y el amanecer. Ella con sus manos acariciando sus cabellos -en esos momentos- castaños; le prometería que ahí afuera encontraría a ese ser especial que le describiría cada uno de los colores de una manera fantástica, aún más especial que sus palabras. Porque su amor lo representaría como la melodía más espléndida de todas.

Chan no creía en ello, no existiría palabras más bellas que las dichas por su abuela que pudieran comprenderlo. Nunca las hubo tampoco. Por eso, cuando aquella amada mujer dejó de apretar su mano y su respiración fue aspirar en otros cielos, se creyó condenado a vivir sin escuchar las maravillas de ese mundo a través de otra persona.

—Dime, ¿cómo es el verde?

—¿El verde? — Minho analizó, ahí, con su cuerpo recostado en el pasto salvaje, al lado del hombro del chico de cabellos bicolor.

Fue tan fácil crear una nueva costumbre, eran ya casi semana y media desde que pasaba junto al alfa cada uno de sus ratos libres. Descubriendo áreas desconocidas del gran jardín que antes no sabía que existía. Lugares tan silenciosos e íntimos. Las corrientes de estremecimiento viajaban constantemente con su compañía y, su omega más de una vez se experimentó ansioso por sentirlo, conocerlo y saber de él. Chan es orgulloso -todo un lobo alfa-, pero también era escuchador y paciente.

Hasta a veces, como ésta, impredecible.

Impredecible como su capacidad de convencimiento sobre él.

En cuestión de segundos Minho imitaría a Chan en sus juegos. Igual a lo que acontece justo ahora; se echaría sobre su espalda y con solo su agudo oído trataría de imaginar en silencio. Luego Chan le hablaría y le pediría describir cualquier cosa.

Un tono o una mezcla que Minho encantado le hablaría.

—El verde se siente como las hojas de las plantas, suaves y dóciles —describió tras arrastrar ligeramente su brazo por la hierba fresca—. Representan la vida y la naturaleza. Pero cuando son crujiente es cuando su vida ha caducado, su viviente color ha terminado junto a él —apretó el tallo de una entre sus dedos—; se tornan en un seco marrón desamparado —contó, contagiándose de la propia melancolía que imaginaba. Siendo consciente de que el alfa podría intuirlo, volvió a sonreír risueño—. Los nutritivos vegetales que tanto odian los niños también son verdes.

Chan amaba la sensación de paz y tranquilidad. Escuchando el sin callar de las aves; el sonido del movimiento de las copas de las arboledas; el fresco aire por su cuerpo; la dureza perfecta de la tierra. El sutil abrazo de los rayos y, el olor del otoño.

El extenderse sobre el pasto es una actividad normal para él, desde que el omega se unió a aquella rutina, todo mejoró. O empezó a restarle importancia a los pájaros para oír su voz siempre tan relajante; dejó de captar otros aromas y fue consumido por la dulzura picaresca que conforman el ylang ylang y los arándanos que desprenden de Minho. También deseó hallar la calidez que imaginaba en la mano contraria, de repente, los rayos del sol no eran tan importantes como ese atrayente calor.

—¿Y el azul? —curiosea. Cada tonalidad que salía de su boca eran las mismas que sus compañeros le decían que existían, las mismas que su abuela le detallaba.

—Uhmmm... —murmuró pensante mientras abría los ojos al cielo—. El azul es como la floreciente primavera, es profunda y refrescante. El agua es transparente, incolora, pero cuando están juntas una gran cantidad se forma el océano, que tiene un azul profundo. El cielo encima nuestro en el día es azul, como mis ojos. Cuando anochece se opaca y se vuelve silenciosa, pero es casa de las estrellas que agradecidas brillan haciéndole compañía hasta que el sol la ilumine otra vez. Inmensa y amable. Es un color hermoso.

Al estar internada su "mamá" cómo inició a llamarla, buscó valerse de sus sentidos, otros que no sean la visión. En cada avance que hacía contento le contaba al ingresar a su nueva habitación; a pesar de que no la veía sabía que era igual de fría que la nieve esas cuatro paredes. Conforme iba progresando, fue más notorio para Chan el hedor característico de la enfermedad más intenso. Fue cuando los latidos de aquel bondadoso corazón envejecido dejaron de ser menos frecuente cuando supo que, "lo encontrarás y te amará como yo siempre te amare a ti" serían las últimas palabras que ella le diría a su nieto.

Quiso negarlo. Encerrarse en un pequeño capullo donde solo el recuerdo de esa amada mujer solo estaría; lo hizo. Pero fue la sonrisa de la misma congelada en su pecho lo que lo botó de ahí.

Una vez discutió con su abuela - Chan fue el único que gritó-. Minutos después regresó llorando, pidiéndole perdón.

Si derramaba lágrimas ella se entristecerá. Si hacía berrinche, lo trataría como el pequeño niño tonto que el alfa detestaba ser tratado. Por ello, teniendo agotadas sus opciones, se tiñó el cabello.

Crema como la crayola que le regaló cuando la anterior unos niños la tiraron lejos y nunca supo su ubicación. Rosado en representación del árbol de cerezo que plantó con su abuelo hace muchos años.

Entonces, frecuentó el amplio jardín del hospital donde trabaja su padre y se internó a su abuela.

Solo intentaba disfrutar del lugar, el olor a desinfectante no sería percibido hasta ahí por otros, pero Chan sí lo hacía. Quizás aún no se encontraba listo para soltarla.

Nunca iba tan lejos, no hasta que lo único que quería ahora era estar e impregnarse de Minho.

—Entonces tú debes ser una estrella traviesa y desobediente, porque aún con el sol irradiando rayos, sigues resplandeciendo —habló sin nada de vergüenza. Con las comisuras elevadas, continuó con un tinte de coquetería adornando su timbre—: Y eso que no puedo verte...

Ninguno mencionó nada, solo apreciaron el sentimiento que les producía el entrelazar sus dedos y el juntar sus palmas.

La abuela de Chan no solía equivocarse.


The Colors Of My World - [Omegaverse] - Minchan. ADAPTACIÓN.Where stories live. Discover now