EXTRA 03

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DÍA 1

No quiero sonar interesada, pero tener un novio adinerado es genial. Arrastro la maleta sin poder dejar de sonreír. El crucero se ve enorme de cerca, no puedo creer que realmente me voy a subir.

Cuando los padres de Noah les dijeron a los míos que querían llevarme de vacaciones con ellos, temí que mamá se negara. Sin embargo, lograron convencerlos con promesas de que sería una vivencia inolvidable y que teníamos que disfrutar antes de sumergirnos en la universidad, que nos va a consumir casi todo el rato libre.

¡Estoy emocionada!

—Aquí tienen los pases a su camarote —dice la señora Walker mientras nos entrega dos tarjetas como de crédito—. No las pierdan. Son las llaves del cuarto, también lo que deben usar para pagar por lo que necesiten. La tuya, Amelie, está enlazada a la cuenta bancaria de tu padre. Dijo que no abuses y que el límite es trescientos dólares.

—¿En serio? Wow, pues gracias. —Guardo el pequeño rectángulo en mi bolsillo.

—Gracias, ma —responde también mi novio—. ¿Yo cuanto tengo?

—Lo mismo. Pero si necesitan algo extra, no tengan vergüenza de consultarlo. —Luego, se aleja hacia su esposo para decirle quién sabe qué.

—¿Tenemos cuarto propio? —Alzo una ceja hacia Noah, eso nunca lo mencionaron.

—Sí, pero no tiene balcón —explica él—. La abuela Audrey también tiene un camarote para ella sola. Es más cómodo para todos de esta forma.

Asiento. E intento ocultar mi emoción y mis nervios al respecto. ¿Dormiremos bajo el mismo techo por cinco noches? Uff... muchas cosas pasan por mi mente: besos robados en la oscuridad, abrazos bajo las mantas y...

—¿Estás bien? —pregunta él cuando nos ponemos en la línea para abordar—. No sé en qué estarás pensando, pero te sonrojaste.

—¡Ay, no! Perdón, perdón. Pensaba en que mi pijama es horrible y me avergüenza que lo veas —miento.

—No te juzgaré —promete él y guiña un ojo.

Mostramos nuestros pasaportes a un guardia y atravesamos el cruce de seguridad de aduana. De ahí, sigue una rampa ancha y de poca inclinación que conecta el puerto con el barco. Mi corazón late con prisa. Siento que estoy en una película.

Pronto descubro que el interior es incluso más increíble que el exterior. Lo primero que vemos es el salón central, que ocupa casi tres plantas de alto. Cuatro elevadores de cristal comunican cada sector, no puedo esperar a subir en ellos. En el medio, hay un bar circular con alrededor de cincuenta sillas alrededor. Varias personas vestidas de uniforme negro se preparan para atendernos. Algunos ofrecen champagne a los pasajeros a medida que atraviesan el umbral. Hay mesas y sillones, ventanales o cómo se llamen aquí —¿ojos de buey?— para disfrutar del paisaje. El piso es alfombrado. Los colores de la decoración hacen un contraste enorme que me hacen desear quedarme aquí, de pie en mi sitio, observando todo para no perderme de ningún detalle.

—Este lugar es enorme —susurro.

—Lo es, por eso nos dieron un mapa a cada uno —bromea Noah—. Hay once pisos a los que podemos acceder. Tres son públicos por completo. Tres son de camarotes. También están el restaurante central y el teatro y... pues ya lo miras tú cuando dejemos las maletas.

—Verdad. ¿Hacia dónde hay que ir?

Entre ambos logramos descifrar más o menos el camino. Seguimos a una parte de la multitud hacia los elevadores laterales y, unos diez minutos más tarde, ya nos encontramos frente a la puerta indicada.

El chico que bajó de las estrellas (COMPLETA)Where stories live. Discover now