━ 𝐋𝐗𝐗𝐗: No quiero perderle

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Drasil profirió un lánguido suspiro.

Aprovechó para hacer a un lado su plato y se echó hacia atrás en la silla, cruzándose después de brazos. Sus iris esmeralda, que habían perdido su habitual brillo, fueron a parar a la ventana que había a su derecha. Echaba de menos el paisaje de Hedeby, las vistas que tenían desde su antiguo hogar. Allí en el condado todo era bosque y campo, mientras que en Kattegat lo único que había eran casas y más casas.

—Soy la primera que no quiere estar así, créeme —respondió en tono plano y monocorde. Agradecía el frescor que entraba por el ventanuco, puesto que la ayudaba a mantener la mente despejada—. Pero supongo que tenía que pasar tarde o temprano. —Se encogió de hombros con simpleza, totalmente desganada.

Kaia inspiró por la nariz, procurando ante todo no desesperar.

Pocas veces había visto a su hija así, tan abatida. Drasil era hermética y reservada, de modo que no solía exteriorizar sus sentimientos y emociones, pero aquella ocasión estaba siendo diferente. Y la afamada skjaldmö temía que fuera porque hubiese llegado a una especie de límite. A un punto de no retorno.

Sabía que si estaba así era por Ubbe, por todo lo que había sucedido con él en los últimos días. Su primogénita le había comentado su decisión de alejarse durante un tiempo del Ragnarsson para así poder pensar y aclarar sus ideas, aunque no había querido proporcionarle más detalles. Y es que Drasil se había mostrado sumamente lacónica —además de evasiva— en todo lo referente a la noche del banquete.

—Cariño... Deberías hablar con Ubbe, intentar aclarar las cosas con él —manifestó Kaia tras unos instantes más de fluctuación. Pudo apreciar cómo la más joven arrugaba la nariz, disconforme con la idea—. Sé que estás dolida y que te sientes traicionada, pero él también está sufriendo. —Aquello hizo que Drasil la mirase con un gesto vacío de toda expresión—. El día que se presentó aquí para hablar contigo pude verlo en sus ojos, al igual que ayer en el concilio.

Una punzada le atravesó el pecho a la muchacha cuando a su mente acudieron diversas imágenes del thing privado que había tenido lugar el día anterior en el Gran Salón. El hecho de volver a ver al caudillo vikingo tras su última conversación —que había resultado de lo más dolorosa— había removido un sinfín de cosas en su interior.

Lo extrañaba demasiado, tanto que una parte de ella ansiaba dejar todo atrás para poder estar nuevamente con él, disfrutando de su compañía, de sus besos y caricias. Pero su otra parte, la más racional, no dejaba de repetirle una y otra vez que no era buena idea. Que Lagertha, Margrethe o cualquiera que se opusiera a su relación no tardaría en encontrar una nueva forma de separarles.

Tragó saliva, a fin de deshacer el molesto nudo que se había aglutinado en su garganta, constriñéndole las cuerdas vocales.

Ojalá fuera más valiente. Ojalá tuviese el coraje y la entereza suficientes para hacerle frente a la soberana de Kattegat, para dejarle claro que no era una muñeca a la que podía manipular y utilizar a su antojo. Que era libre para tomar sus propias decisiones y elegir con quién quería compartir su vida.

Pero lamentablemente no era el caso.

—Necesito tiempo. —Fue lo único que atinó a decir.

—El tiempo es un bien escaso, Drasil. Y más ahora que estamos en guerra —remarcó Kaia, a lo que la mencionada bajó la mirada, cariacontecida—. No lo malgastes por culpa del orgullo, porque es evidente que quieres estar con él —le aconsejó.

Drasil hizo un mohín con la boca.

—No es una cuestión de orgullo, madre —repuso en tanto negaba con la cabeza—. Es más complicado que eso. —Se abrazó a sí misma y hundió las uñas en las mangas de su camisón. De repente tenía frío.

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