El odio es veneno del corazón

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Harry se quitó los lentes para limpiarse la cara perlada de sudor, ya estaba cansado de leer, pero quería terminar el capítulo de ese libro esa misma noche. La luz amarilla que iluminaba el estudio le resultaba dañina en ocasiones, pero en realidad nunca pasaba tanto tiempo ahí, no como lo había hecho en los últimos dos días. Se metió la patilla de los lentes a la boca y suspiró queriendo asimilar la información que acababa de leer.

—Harry.

Ginny estaba en el vano de la puerta, nunca la cerraba, las cosas importantes o delicadas del trabajo se quedaban en la oficina, no en la casa, así que no se molestaba en que el despacho fuera estrictamente privado.

—Ya están acostados los niños. ¿Quieres cenar?

—¿Ya se acostaron?

—Pasan de las diez.

La bruja caminó hacia él no queriendo molestar, pero preocupada por el prolongado ayuno que había tenido desde la mañana. Harry se hizo para atrás y la dejó recargarse en el escritorio frente a él. Quedaron en silencio mirándose como si llevaran una conversación íntima y delicada.

Ginny empezó a jugar con su sortija, dándole vueltas sobre su dedo, no sabía qué decirle, cómo ayudarle, habían conseguido todos los libros que hablaran del tema y los habían dividido entre él y Hermione, pero no había mucho que hacer al respecto, el acantilado que se habría entre el sistema existente y los problemas reales se hacía cada vez más profundo y distante un extremo de otro. Las diferencias entre magos y no mágicos eran palpables, la actitud de ayuda y protección parecía en realidad una puesta en escena para fingir superioridad cuando el sistema eran tan pobre como cualquier otro.

—Come algo Harry, mañana debes regresar a la oficina, yo revisaré un rato mientras los niños juegan.

—Gracias, Ginny.

Realmente no tenía hambre, pero su esposa estaba siendo comprensiva, había ofrecido su casa, compartir las habitaciones de sus hijos, sus cosas, ser ella quien le cuidara.

—Sería tan fácil enviar a Kreacher a sacarlo de ahí.

—El ministerio intervendría inmediatamente.

—Lo sé.

—Son sus padres, Harry. Y son muggles, no puedes intervenir en sus asuntos.

El teléfono empezó a sonar estridentemente. Harry dio un salto, lo había instalado porque Hermione insistía en ello ya que le resultaba más conveniente para comunicaciones rápidas sin aparecerse en la casa uno del otro, pero realmente, si sonaba tres veces en un mes, dos eran para ofrecerle seguros, televisión por cable o tarjetas de crédito. Al segundo timbre se escucharon las maldiciones de Kreacher, el viejo elfo odiaba el aparato y cada que sonaba su humor se agriaba más, durándole las maldiciones hasta el otro día, jalaba de sus orejas e incluso, Harry aseguraba que le daba un tic en el ojo derecho.

—Diga —respondió Ginny que había salido del despacho hacia la sala para tomar la llamada, ya que, aunque el elfo odiara el timbre con todo su ser, no haría nada para callarlo porque eso implicaba tocarlo.

—¡Hola! Ah, ya, un momento... Harry, es Hermione.

Harry saltó tomando el inalámbrico, su esposa se había acostumbrado rápido a usarlo, a diferencia de Ron que seguía pegando de gritos casi tragándose la bocina.

—¿Qué tienes?

—Nada. Pero antes de que me cuelgues, respóndeme algo. ¿Tienes aún tus documentos de registro civil? Los que usaban los Dursley para inscribirte al colegio.

Para aprender a perdonarWhere stories live. Discover now