Elígeme [Thor, Loki y tú]

[Inesperado]

DÍA 24.

—¿Sabes? Si sigues haciendo eso, no te voy a dejar ir. —sonrió sobre los labios del pelinegro.

—¿Hacer qué? —preguntó— ¿Esto?

Se inclinó ligeramente hacia su rostro, pestañeando varias veces sobre sus mejillas, provocándole un cosquilleo que la hizo respingar.

—Loki. —dijo entre risas.

Este sonrió al ver sus mejillas sonrojadas, sus ojos cerrados y sus largas pestañas haciendo sombra.

Ella era perfecta.

El día anterior después de la junta había vuelto a la casa de la mujer, pasaron el resto del día juntos, hicieron un picnic con Korg y Miek en el jardín, jugaron Charadas y finalmente terminaron haciendo la cena juntos en la cocina, que lamentablemente se quemó por estar jugando con la harina.

—Vete, Loki. Tienes que llegar temprano a la fiesta.

El dios gruñó al recordar que su hermano había planeado una fiesta en Nuevo Asgard, invitando a los vengadores y demás personas, esta sería a las 18:00, o para ser más exactos, en dos horas. Ninguno de los dos había salido de la cama, a excepción de cuando desayunaron, el día estaba demasiado frío, así que esa fue la excusa perfecta para que ambos se acurrucaran en la gran cama de la diosa.

—¿Me estás botando? —murmuró figiendo indignación.

Ella rodó los ojos con una sonrisa divertida en su rostro, mientras pasaba una mano por los rizos oscuros de su acompañante, en una dulce caricia.

—Cielo... —lo llamó dulcemente, provocándole una sonrisa ante el apodo que tanto le gustaba— Tienes que ir a tu casa a bañarte, cambiarte de ropa y todo eso.

—Ay no...

—Loki, no puedes ir a la fiesta con algún vestido mío o con tu ropa de ayer. Eres el príncipe de Nuevo Asgard, ¿recuerdas?

—No quiero irme. —se quejó.

—Loki Laufeyson, levántate, debes ir a alistarte para la fiesta o llegarás tarde.

Loki alzó la cabeza, con los ojos abiertos en una leve sorpresa.

—¿Y se puede saber desde cuando me llamas por mi nombre completo, ___ Turner?

Ambos sonrieron.

—Ya levántate, perezoso. —habló alegre.

El dios refunfuñó, se sentó en la cama y estiró los músculos.

—No pienso hacer el camino a mi casa todas las mañanas, mujer. —gruñó.

—¿Y esperas que yo haga el camino hasta la mía desde tu casa? Por supuesto que no.