2. Amado espacio de descanso

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—¿No tienes hogar acaso para ir a dormir? ¿Eres un mendigo? Lo digo porque eres un becado, supongo que vives de la caridad. —Tenía que hablar, ¡en serio tenía que hablar!

La bilis se me revuelve con esa suposición tan errada. Apretando los dientes e igual los puños que descansan a los costados de mi cabeza, abrupto me incorporo, viendo con rabia al rubio que está tranquilo, con un libro que ha tomado del estante, fingiendo leerlo.

Ahora mi amado espacio de descanso se fue a la mierda con este tipo que es seguro que de ahora en más vendrá aquí para amargarme el rato. Tomo la sudadera, echándomela al hombro, después las gafas las cuales, con manos temblorosas por la ira me las coloco, tomo el cuaderno de un zarpazo y me dispongo a irme. Apenas rodeo la mesa, Rolan me sostiene del brazo, fuerte, impidiendo que me vaya. Cierro los ojos, percibiendo mi agitado respirar, hirviéndome el rostro de rabia. No quiero pelear, en serio que no, pero este tipo me lo hace muy difícil, más si sale con esos comentarios.

—Déjame ir, Rolan, solo quiero descansar —solicito, sonando más a una petición algo desesperada. Abro los párpados; reparo en el aludido que sigue sentado, observándome con severidad.

—Te ves mal. —Solo dice, aligerando el agarra en mi brazo, el cual no demoro en halar para soltarme.

Me reacomodo las gafas que bajan por mi nariz, empujándolas con el dedo índice. Rolan retira la mirada, tensando por un segundo la mandíbula. Apoyando las manos en la mesa, se pone de pie. Suspirando, paso de él, camino para largarme, pero de vuelta el rubio me aferra, esta vez la mano, impidiéndolo.

—Ahora ¿qué quieres? —rezongo, fatigado, remediando de nuevo en él.

Su semblante es otro; aunque inexpresivo, noto un aire inquisidor en su mirar, diría que hasta preocupado. ¡Bah! Qué va a estar este sujeto preocupado por mí.

—¿En serio no tienes dónde quedarte a dormir? —pregunta, juntando leve las cejas.

—Claro que lo tengo —reniego, zafándome de su mano—. Solo que mi apartamento queda muy lejos y no alcanzo a llegar allí al mediodía. —Señalo con la cabeza mi costado, refiriéndome a ese sitio.

En este instante, tan inoportuno, me mando la mano al estómago ya que me ruje, protestando por el poco alimento que le he dado. Escucho una risa opacada. Molesto, reparo en Rolan que me mira burlesco, con esa arrogancia que se carga. Doy un paso al lado pretendiendo marcharme, pero por tercera vez me frena, empuñando parte de mi camisa a la altura del pecho.

—Espera —recalca. No me molesto en verlo; mirando a la derecha, evito ver su cara arrogante—. Por lo que noto, tampoco has comido.

Bufo, soltando una risa irónica.

—Si no me dices no me doy cuenta —reprocho, volviéndolo a ver solo para que tenga en cuenta cuánto me molesta esta situación.

Rolan se muestra diferente. Ya no tiene esa cara frígida sino una de preocupación, que aunque se encarga de camuflarla detrás de su burla, no puede.

—Vamos a mi apartamento, comes allá y descansas.

Tomándolo como la cosa más salida de cuento de terror, mando la cabeza hacia atrás. Con ojos espantados, le tomo de la mano que aún aferra mi camiseta, obligándolo a soltarme.

—No necesito de tu caridad —alego, resentido porque minutos atrás se burlaba y ahora me ofrece hospicio para después echármelo en cara.

—No es caridad, imbécil —chanta, soltándome, a la vez que me empuja con esa misma mano con la que me sostenía.

Retrocedo pasos, torpemente. No dejo de escrutarlo, más que nada para estar pendiente de cualquiera de sus ataques físicos.

—¿Entonces qué es? Minutos atrás me reprochabas que vivo de la caridad y ahora me la ofreces.

He aquí una jodida cuestión © [Spin-off #1]Where stories live. Discover now