Lluvia de colores

209 29 19
                                    

Narra Abril

Dylan me atrae hacia él y me besa sin ninguna delicadeza. Yo disfruto del tacto de su torso trabajado mientras me pierdo entre sus brazos. Apenas hemos empezado pero se siente tan bien que las ganas por continuar me impiden pensar en otra cosa.

Dylan termina el beso bruscamente y cuando me levanto la mirada para ver qué ha podido pasar, me percato de que está mirando a mis espaldas seriamente. Aplausos lentos comienzan a resonar por toda la habitación, siendo cada vez más fuertes, rápidos y numerosos, siguiendo el ritmo de mis latidos, los cuales aumentan en mi pecho.

Quiero girarme pero los brazos de Dylan me aprietan hasta el punto de hacerme daño. Le pregunto qué está haciendo pero ni siquiera se digna a mirarme. Volteo la cabeza todo lo que puedo y mis ojos se cristalizan al ver a un montón de personas rodearme, aplaudiendo y riendo a carcajadas.

La vergüenza me llena por completo y un sentimiento horroso me dificulta la respiración. Dirijo de nuevo la vista al chico que me sujeta con sus brazos y mis ojos se abren como platos cuando descubro el rostro de Blake contemplarme con una sonrisa.

Un escalofrío me recorre cuando este me suelta de golpe y me agarra del cuello introduciendo el pulgar en mi boca.

—Mi pobre e incrédula Abril –susurra a pocos centímetros de mi rostro.

—¿Qué significa esto? –pregunta una voz que reconocería en cualquier lado.

Empujo a Blake para encarar a Dylan, que me mira dolido. La gente observa la escena en silencio.

—¿Para eso me besaste? ¿Para darle celos a Blake? –farfulla él.

—No es lo que parece –intento decirle. Aunque en realidad ni yo entiendo lo que está pasando.

—¡Me has utilizado! Confié en ti, ¿y para qué? ¿Para esta mierda? Eres una puta, Abril. No vales la pena, nunca lo has hecho –me escupe con odio y las lágrimas comienzan a recorrer mis mejillas.

No. Él no ha podido decir eso. Dylan no es así. Él me quiere y me valora.

—Me está dando pena y todo. Le has hecho llorar –habla Blake a mis espaldas y de repente unas ganas enormes de darle una patada en los huevos surgen en mí.

—Que llore todo lo que quiera, no me importa –Dylan da un paso hacia a mí –. ¿Has oído, preciosa? Me importa una mierda si lloras, me importa una mierda si te cabreas, me importa una mierda te sientes desdichada y enferma. Me importa una mierda que te mueras, porque tú me importas una puta mierda –me dice como si fuera la persona a la que más detesta en el mundo.

Todos estallan a carcajadas. Me siento rodeada, humillada. Lo único que quiero es salir de aquí, así que empujo a la gente en busca de la salida.

De pronto, me encuentro en la puerta principal de mi casa. Busco las llaves entre lágrimas pero no las encuentro por lo que decido llamar. Necesito encerrarme en mi cuarto y llorar, desahogarme en soledad.

Mi madre me abre y la expresión severa que me dedica me pone aún peor.

—¿Has visto qué hora es? ¿Crees que puedes venir a la hora que te dé la gana? –dice duramente.

—Tampoco es tan tarde –farfullo pero ella me corta.

—Tú no vuelves a llegar a esta hora, ¿te enteras? Y tampoco te vamos a dejar tu padre y yo que salgas tanto –me regaña ella. El nudo en la garganta me impide respirar pero lucho por guardar la compostura.

—Si no...

—¡Que no me contestes! Y tápate un poco, que yo no he criado a mi hija para que vaya por ahí como una exhibicionista –me grita ella.

Tres meses para amarteWhere stories live. Discover now