Llegados a la población, y sobre todo, cuando penetraron por sus estrechas calles, hízose no poco difícil contener al muchacho dentro de los límites racionales. Allí continuaba en el sitio mismo en que antes estuvo la funeraria de Sowerberry, aunque con menos lujo que en tiempos pasados, si no mentían los recuerdos de Oliver; allí estaban las tiendas, las casas que tan bien conocía, la mayor parte de las cuales le recordaban algún incidente de su vida; allí estaban el carro de Gamfield, el mismo carro que siempre vio, frente a la puerta de la vieja posada; allí el hospicio-asilo, triste prisión donde se deslizaron sus años más tempranos, con sus ventanas que, ceñudas, miraban a la calle; allí, en la puerta, el mismo portero tan flaco, tan chupado como siempre, a cuya vista retrocedió involuntariamente Oliver, aunque segundos después se rió de su tontería; allí, en las puertas de las casas o asomadas a las ventanas docenas de rostros que Oliver recordaba perfectamente; allí lo encontró todo igual, como si lo hubiera dejado la víspera, como si su vida reciente no hubiese sido más que, un sueño feliz.

Era, sin embargo, una realidad, realidad pura, feliz, deliciosa. El carruaje rodó en derechura a la fonda principal de la población (edificio que siempre había mirado Oliver con religioso temor, tomándolo por suntuoso palacio, y que ahora creía que había desmerecido mucho en grandiosidad y proporciones), donde encontraron al señor Grimwig que les recibió con muestras de alegría, que besó a la señorita y también a la dama cuando descendieron del carruaje, exactamente lo mismo que si él hubiera sido el abuelo de toda aquella familia, y que se deshizo en sonrisas y frases agradables, sin que ni una sola vez se le ocurriera indicar que estaba dispuesto a comerse su propia cabeza, ni aun cuando un postillón viejo le llevó la contraria acerca de cuál fuera el camino más recto para ir a Londres, y sostuvo con tesón que lo conocía mejor que nadie, no obstante no haberlo recorrido más que una vez, y ésa, profundamente dormido. La comida estaba preparada, para todos había habitaciones dispuestas y todo estaba arreglado y previsto cual por arte mágico.

A pesar de todo, al cabo de media hora, pasada la primera emoción, todos quedaron tan silenciosos y preocupados como durante el viaje. El señor Brownlow no acudió a la mesa, común, pues se hizo servir la comida aparte. Los otros dos caballeros entraban y salían azorados, sus rostros reflejaban ansiedad y con frecuencia se hablaban al oído. En una ocasión llamaron a la — Maylie, la cual, al cabo de una hora de ausencia, volvió con los ojos hinchados a fuerza de llorar. Todos estos detalles llenaron de inquietud a Rosa y a Oliver, únicos que al parecer no estaban al tanto de los nuevos secretos. Esperaban, pues, silenciosos; y si alguna palabra cambiaban, hacíanlo en tono muy bajo, cual si hasta el timbre de sus propias voces les diera miedo.

Al fin, a eso de las nueve, cuando creían que nada averiguarían por aquella noche, entraron en la habitación los señores Losberne y Grimwig, seguidos por Brownlow y otro hombre cuya presencia arrancó a Oliver un grito de sorpresa, pues le aseguraron que era hermano suyo, y, sin embargo, era el mismo con quien tropezó en la posada de la población a la cual llevó la carta para el doctor cuando Rosa estuvo enferma, y el que junto con Fajín se presentó en la ventana de su cuarto. Monks lanzó al muchacho una mirada de odio, que ni aun allí supo disimular, y tomó asiento cerca de la puerta. El señor Brownlow, que llevaba algunos papeles en la mano, se acercó a la mesa junto a la cual estaban sentados Rosa y Oliver.

—He de cumplir un deber penoso —dijo—; pero es preciso que repita aquí la substancia de estas declaraciones, firmadas en Londres a presencia de varios testigos. De buen grado hubiera perdonado a usted esta humillación; pero antes de separarnos, es necesario que las oigamos de boca de usted, ya sabe porqué.

—Adelante —dijo el interpelado, volviendo a medias la cabeza—. Despachemos cuanto antes. Me parece que he hecho bastante; no me entretenga mucho tiempo aquí.

Oliver TwistWhere stories live. Discover now