—¡Aquí no! —murmuró Anita con azoramiento—. Me da miedo hablarles aquí! Vamos a... sitio más retirado... al pie de la escalera.

Al pronunciar las palabras anteriores, que acompañó con un gesto que indicaba la dirección que deseaba se tomase, el carretero volvió la cabeza, preguntó con tono áspero por qué ocupaban toda la acera del puente, y pasó.

La escalera indicada por la joven era la de la orilla Surrey, inmediata a la iglesia del Salvador, por la cual se bajaba al río. Hacia ella se encaminó en derechura, bien que recatándose con sin igual astucia y maestría, el individuo de aspecto de carretero, el cual, después de escudriñar el terreno, comenzó a descender.

La escalera en cuestión forma parte del puente, y consta de tres tramos. El tramo segundo, bajando, termina en una, pilastra decorativa que da frente al Támesis. En este punto se abre la escalera tramo inferior en tal forma, que una persona, si dobla el ángulo del muro no puede ser vista por las que ocupen peldaños más altos que el suyo, aun cuando se encontraran colocadas en el inmediato. El carrete una vez ganó el punto indica, dirigió en torno suya una mira rápida, y no encontrando otro escondite más conveniente, arrinconóse como pudo, pegando su espalda contra la pilastra, y espero de que los objetos de su espionaje no bajarían más de lo que él ha bajado y abrigando la seguridad que si no le era dable escuchar conversación que sostuvieran, al m nos le sería fácil seguirlos cuando se retirasen.

Tan eterno se le hacía el tiempo en aquel paraje solitario, y tan intensa era la ansiedad del espía por penetrar los motivos de la entrevista, tan distintos de lo que se le había hecho suponer, que más de una vez dio por perdido el asunto creyendo que las personas que esperaba, o se habían quedado arriba, se habían ido a sitio diferente, donde celebrarían su misteriosa conferencia. A punto estaba de abandonar su escondite y de subir, cuando llegó a sus oídos rumor de pasos, y casi al mismo tiempo de voces que hablaban muy cerca de él. Pegado contra el muro, y sin respirar apenas, escuchó con atención infinita.

—Nos hemos alejado demasiado y no consentiré que esta señorita dé un vaso más —dijo una voz, indudablemente la del caballero anciano—. Muchos no hubieran tenido en usted confianza bastante para seguirla tan lejos; pero ya ve usted que yo estoy dispuesto a seguirle el humor.

—¡Seguirme el humor! —repitió la voz de la mujer que el espía había seguido—. A fe que no es usted muy amable, caballero... ¡Seguirme el humor! ... En fin, no hablemos de ello.

—Es que... ¡Dígame! —repuso el anciano con tono más benévolo—. ¿Con qué intención nos ha traído usted a sitio tan extraño? ¿Por qué se ha negado a que tengamos la conversación arriba, donde hay luz y movimiento y vida... no mucha, es verdad, y nos obliga a bajar a este agujero obscuro y tenebroso?

—Ya manifesté antes que tenía miedo de hablar arriba —contestó Anita—. La causa no podré explicarla; pero ello es que, esta noche, me embarga un pánico tan horrible; que con dificultad puedo mantenerme en pie.

—¿Miedo a qué? ¿A quién? —inquirió el caballero, en cuyo pecho nacía un sentimiento de compasión hacia la joven.

—No puedo decirlo; ni yo misma lo sé —replicó la joven—. Todo el día me han acosado horribles presentimientos de muerte, siento un frío interior que me hiela la sangre y al mismo tiempo un terror que me produce una sensación de ahogo, de calor, como si me abrasase en una hoguera. Esta noche abrí un libro para distraer el tiempo, y en sus páginas, en vez de letras, veía imágenes sangrientas.

—¡Imaginación excitada —exclamó el anciano, tratando de calmarla.

—¡No era imaginación! —replicó la muchacha con voz ronca—. ¡Juraría que en todas las páginas del libro leía la palabra ataúd, impresa con letras rojas... y ataúdes tropecé en abundancia esta noche a mi paso por las calles!

Oliver TwistWhere stories live. Discover now