1. Ángelo: Toque de queda

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No todos los días había toque de queda. No todos la acataban. Y no siempre era realmente necesaria. La relación que tenían los habitantes de lo que alguna vez habían sido siete torres de lujosos departamentos era bastante accidentada. Sobrevivir era lo máximo a lo que podían aspirar. Los recursos eran suficientes, pero no permitían mucho más que eso.

La colonia se mantenía gracias a una estricta administración central que designaba tareas y movilizaba a la gente conforme iba haciendo falta. Muchos de los que tenían edad de colaborar lo hacían en puestos fijos, como Ángelo, que esa tarde se apresuraba en regresar a su hogar, de regreso a su familia.

Ángelo no había visto cómo era la sociedad antes de que los muertos decidieran volver a la vida a alimentarse de la carne de los vivos. Ángelo no conocía otra vida que ésta. Él había aprendido antes de hablar, que el sonido atraía a los monstruos. Que debía colaborar con la administración central, si es que quería que la colonia sobreviviera. Él nunca fue a una universidad o a un instituto técnico. Todo lo que sabía para mantener funcionando la imprenta de la colonia lo había aprendido de su tío Tito.

La humilde imprenta que tenían en el piso 8, en lo que alguna vez había sido un departamento de 70 metros cuadrados. Ahí no solo funcionaba esa operación, sino que además vivía con su hermana y sus dos sobrinos. El tío Tito, anciano como estaba ahora, necesitaba cuidados especiales y vivía con ellos también. Era un desafío constante vivir todos juntos en un espacio tan pequeño que además servía para la producción del boletín que debía publicar semanalmente.

La labor que hacía Ángelo no se podía calificar como esencial. Los campesinos y los ganaderos que producían comida en esas difíciles condiciones y los ingenieros que mantenían el abastecimiento del agua eran definitivamente más importantes. Ángelo lo sabía bien. No obstante, administración central siempre había tenido una consideración especial por él y por su familia y por su equipo. El boletín que producían y que distribuían una vez por semana era digno de su atención.

Por eso se apresuraba ahora hacia su casa. Había tenido una reunión con su contacto en la administración central, Julio Macera. Habían estado discutiendo asuntos técnicos sobre los requerimientos que tenía para poder seguir publicando el boletín el próximo año. Por supuesto que Julio no podía conseguir todo lo que Ángelo necesitaba. Eso ambos lo tenían claro. No obstante, había un par de cosas que había tenido que insistir y que implicó una negociación especial.

Lo primero fue un nuevo disco duro para la computadora que estaban usando. Ángelo había intentado conseguir uno en el mercado negro de la colonia, pero no había accedido a nada útil. Las opciones que le habían traído le daban poca capacidad de almacenaje. Necesitaba algo más grande para poder tener un archivo de todo lo que se publicaba. Él sabía que en administración central tenían discos duros externos que él podría pedir. Julio al comienzo no lo consideraba necesario, pero terminó cediendo.

Lo segundo que negoció Ángelo fue que las familias de los dos ayudantes que tenía fueran excluidas de la lotería. Eso fue más difícil de negociar, pero se pudo llegar a un acuerdo. Julio los excluiría de la lista, pero recién a partir del próximo año. La lotería de este año ya estaba en marcha y no podía hacer nada al respecto. Ángelo consideró que era suficiente por el momento. Solo tendrían que aguantar la angustia una última vez.

Y es que la lotería anual en la que se seleccionaba a las familias que debían expulsarse de la colonia, porque ésta ya estaba a su máxima capacidad, sería esa noche. Éste era quizás el evento más importante del año en las Siete Torres. Aunque, claro, no todo acababa ese día. No todo empezaba tampoco ese día, dicho sea de paso.

En realidad, la lotería era una experiencia que duraba una semana. Todos los años se anunciaba el 22 de julio el número de familias que tendrían que ser expulsadas de la colonia. A veces era una sola familia. A veces podía llegar a ser hasta cinco familias. Administración central llevaba la cuenta de cuantos nuevos habitantes había en las Siete Torres: Nuevos refugiados que eran recogidos y puestos a trabajar, nuevos nacimientos, gente no registrada que era descubierta, etc. Se contabilizaba a todos, se calculaba cuántas personas podía mantener la maquinaria instalada de la colonia y se decidía un número de familias que debían ser expulsadas.

Réquiem por TrujilloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora