2.- Ojos (Lios)

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Contrariamente a la creencia popular, ambos ojos de Lios Altayr de Rosespina, condecorado Mago de la Cábala y Maestro Archivista de la Garra de Elyrios funcionaban a la perfección. Demasiado bien, incluso.

Cuando bajó las antiguas escaleras chirrió el peldaño de siempre y al menos la mitad de los libros. El hombre que acababa de entrar cerró la trampilla tras él dejando ir un suspiro antes de dar un par de palmadas animadas a la nada y estirar los hombros.

-¡Buenos días, ya estoy aquí otra vez! Vamos a llevarnos bien, que hoy tengo pendientes un buen par de preguntas. ¿Os parece?

Hubo un quejido colectivo que sonó a cuero viejo.

-Geeenial.

Se frotó las manos, bajó el último escalón de un salto, y se cambió el parche de ojo.

El mundo cambió.

Solía decir que llevaba ese cacharro para tener un ojo siempre acostumbrado a estar sin luz y poder ver bien en las salas más oscuras de las bibliotecas que visitaba habitualmente, y si bien era verdad, era verdad por separado. Ese ojo estaba acostumbrado a estar sin luz. Ese ojo también podría ver bien en las bibliotecas. Y todo gracias a un viejo truco que usted, queride ciudadane, podría realizar con un poco de dinero y un herrero que aceptase peticiones raras, como hacerte un parche con una plancha fina de plomo entre ambas capas de cuero.

Sinceramente, era normal que la gente no lo supiera: para darte cuenta tenías que tener algún tipo de predisposición o leer los artículos indicados hasta que se te secaran las córneas. Lios había hecho ambas cosas además de nacer guapo, listo y con suerte, así que sabía bien el daño que podía hacerte la magia en los ojos si no ibas con cuidado. Principalmente, no dejar que la vieses. Era reversible por suerte, pero la visión de une se acostumbraba a la magia con una facilidad similar a la que una nariz se acostumbra al olor: algunas personas tardaban minutos, otras horas, y otras jamás, pero por lo general era algo que veías un momento y el resto del tiempo, quizás el resto de tu vida, olvidabas. Sin embargo, si bloqueabas la magia el tiempo suficiente y luego mirabas, con un poco de suerte empezarías a ver pequeñas líneas, vermiformes, brillantes, recorrer tus alrededores como cintas al viento.

El entramado en ese archivo era delicioso. Le habían tildado de excéntrico (sí era) e incluso de desorganizado (pardiez, no) por no ver el orden en la sala, y a ver, en la definición estándar de orden no entraba. Pero esa disposición, conseguida tras años y años de incorporar nuevos volúmenes a la colección, de observación, medidas, viajes, consultas y sueños, tenía una función mucho más importante que la de poder encontrar un libro sin perder media hora: era un mapa.

Un mapa de líneas ley. Un mapa de puntos débiles en la celosía entre planos, de eventos erráticos, de las tormentas de pura magia, que había conectado a la maqueta de madera y metal que reposaba, gigante y perfecta, en la sala de arriba. Era una obra maestra de la cartografía, su obra maestra, y su bebé también. Nadie entraba al sótano central del archivo sin vigilancia ni permiso expreso porque no podía permitir que alguien rompiese por error lo que había creado allí, pero también porque no podía dejar pasar la más mínima oportunidad de presumir de ello. El mago observó, sonriendo, cómo el entramado pasaba poco a poco a cobrar vida según se despertaban los tomos durmientes, cómo comenzaba a fluir, a latir con el ritmo particular del universo, melódico, perfecto. Se aclaró la garganta.

-¿Creéis que podríais ayudarme a encontrar una torre?

Rolestival 2021Where stories live. Discover now