Capítulo 12. [Lágrimas Y Olvidos]

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—No quiero decirlo pero...Elisabeth rió contra la palma de la mano de Helena al verla acercarse y ponerle una de sus manos en los labios. La mujer dejó de reír y se concentró en seguir el recorrido. Helena seguía incrédula. Cada vez le gustaba más lo que veía y no podía evitar sentirse ensimismada ante tanto encanto—. A Bárbara no le gusta que alguien más que no sea ella pise este lugar—Helena la vio entre sorprendida y confundida. Era el mejor sitio de la casa para alardear—. No le digas jamás que te he mostrado ésto, y tampoco a Macarena. No quiero que hayan cabos sueltos y me mataría si lo supiera. 

—¿Por qué tanto misterio con éste lugar? ¡Es el más precioso de toda la casa!, y déjame decirte que ya estaba impresionada con la parte de abajo—Elisabeth medio sonrió, pero no contestó. Aún sintiéndose mareada por todo el vino sabía que podía hablar de más, y eso era justo lo que ella no podía permitirse. Ante cualquier situación o persona, estaba su amistad con Bárbara. 

¡Prometo que nada jamás saldrá de mi boca!—levantó su mano derecha en signo de promesa y Elisabeth le sonrió más tranquila y cariñosa. 

Luego de un rato, las dos bajaron aún entre risas y una apoyándose sobre los hombros de la otra. Aquella era una escena que nadie jamás olvidaría si tuviera espectadores alrededor. Helena casi no podía mantenerse en pie, y aunque Elisabeth también estaba echa un asco, de las dos era la más estable y menos propensa a sentir que podía perder la conciencia en cualquier momento. Una noche  que ninguna olvidaría, porque después de todo, algunas promesas nunca llegan a cumplirse, ni el silencio es eterno cuando hay tanto por decir. O algo así sucedió esa noche, cuando Elisabeth inconscientemente, soltó un poco la lengua. 

TIEMPO ACTUAL:

La morena tenía una sensación extraña en su pecho; algo no estaba bien. Ella no era mujer de presentimientos, ni siquiera creía en ellos, pero la sensación era casi tan abrumadora que podía sentir que por momentos dejaba de respirar. La mañana se sentía pesada. Era como si nunca hubiese amanecido, aunque el olor a café recién colado y los destellos del sol chocando contra sus ventanas le indicaban todo lo contrario. Tenía puesto aún su pijama, apoyándose contra el marco de la puerta y viendo hacia el jardín que estaba recién podado gracias al hombre que la había visitado horas atrás para hacerlo. Casi lo había sacado a patadas cuando apareció frente a ella con una sonrisa ensanchada, un sombrero y un distintivo sobre su pecho donde se leía claramente "Conserjería", reprimiendo cualquier insulto porque esa mañana realmente lo necesitaba. Ella odiaba que todo diera una mala impresión. No era mujer de malas impresiones y por eso odiaba a quiénes la daban. Casi (siempre), se mordía la lengua para no tirar veneno ni perder la cordura. Realmente odiaba tener que callarse lo que sentía. 

Por un momento olvidó lo del presentimiento. Se había enfocado en recapitular una de sus travesuras de días atrás, si podía decirse travesura, como  lo había llamado Elisabeth cuando Bárbara le contó. Después de su irritante, desesperante y tan vacía cita con Macarena, Bárbara no dudó en buscar mejorar su noche de alguna manera. Habían sido las horas más lentas y tristes para ella al tener que oírla hablar de cosas tan insignificantes y deplorables para Bárbara. Ni siquiera supo cómo había pasado desapercibida, puesto que su cara era la más expresiva de todas, o eso siempre había escuchado decir. Lo cierto es que, le habría encantado pedirle que se callara, que la irritaba, o simplemente ponerse de pie para luego marcharse dejándola allí, con su cena ridícula, su invitación barata y sus pensamientos que algunos le parecían retrógrados, y aquello era demasiado para ella. 

Aún se cuestionaba todo lo podría soportar para obtener lo que quería, pero ella había puesto toda la dedicación y el esfuerzo en lograrlo, que sólo podía respirar profundamente, sonreír y ni siquiera hablar. Con solo estar allí, escuchando tonterías de una mujer que creía en todo lo que Bárbara no creía; como el amor, por ejemplo, hacía demasiado. 

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