—No creí que te vería aquí —señaló con alegría.

—Aquí trabajo.

—Pero estabas trabajando en la feria, te vi allí —comentó con cierto regodeo haciéndome sonreír—. Quise aprovechar el evento para visitar este lugar.

Una mesera se acercó y tomó mi pedido de café, estaban muy atareados como para prestar atención a mi compañía. Aunque de no estarlo, no les hubiera interesado mucho. La diversión estaba en crear teorías sobre gente que conocían, como Vicente.

—¿Te gusta?

—Me gusta. Aunque me gustaría más un concierto privado —su voz cargaba con el coqueteo oportuno tan característico de él.

Desde que me senté, sus ojos no se apartaron de mí y reconocí en ellos el anhelo por una cercanía que la mesa y el entorno no nos permitía tener. Me dejaba atontado, conmovido y lleno de alegría poder estar allí con él, fuera de su departamento, dentro de un lugar que formaba parte de mi vida diaria. La idea de que estuviera en la cafetería por un posible interés en conocer el lugar donde pasaba gran parte de mi tiempo me parecía increíble.

Después de extender el café no me quedaba más opción que regresar al stand que había abandonado. Salimos juntos de la cafetería pero nuestros caminos se dividían en la esquina. Nos despedimos casi de mala gana, Francisco volvía a su departamento y yo al stand. Por un momento lo vi irse, deseando poder continuar caminando a su lado, pasear, buscar sitios para hacerlos nuestros con recuerdos, sin miedos, sin culpas.

—¡Fran! —llamé mientras hacía un ligero trote hasta alcanzarlo.

Cuando estuve a su lado lo besé sin darle tiempo a decir nada. Mis manos tomaron su rostro y sus labios respondieron con rapidez a los míos, en el intento de expresar algo que no nos salía con palabras. Me costó soltarlo, esa mirada que veía a través de mí y solía intimidarme pasó a consolarme, reconfortarme y liberarme.

—Si necesitas un lugar para escapar de la feria puedes pasar por mi casa.

Asentí a su oferta. Pero en ese momento debía regresar.

***

El resto del día fue una extensión de esa mañana. El interés por los talleres y cursos era limitado, para la gran mayoría una feria del libro significaba la oportunidad de descubrir nuevo material de lectura. La única librería de la ciudad era muy pequeña y la biblioteca ofrecía un catálogo anticuado. En mi primer año a cargo del centro cultural se me ocurrió crear una campaña de donación de ficción para equilibrar un poco el contenido pero Benjamín no estuvo de acuerdo. En parte por ser mi idea y en parte porque nunca hacía nada que no se hubiera hecho antes. Una visión que ayudaba a perpetuar que cada feria del libro quedara desaprovechada por parte de la biblioteca, que tenía un stand con literatura clásica y sillones para que el público se sentara a leer.

Vicente apareció muy tarde, casi sobre el cierre del primer día, cuando muchos ya se habían ido y el resto estaba cansado. No tenía ganas de soportar gente pero debía hacer acto de presencia y ese era el mejor momento para que no le prestaran atención. Tampoco quería ir a un restaurante o bar así que fuimos a una tienda a comprar algunas bebidas. Yo también estaba cansado pero algo nuevo daba vueltas en mi cabeza que debía salir lo más pronto posible. Mientras elegía qué comprar, tomé mi celular para enviar unos mensajes.

—Vamos a la casa de Lautaro —indiqué al salir de la tienda.

Se extrañó con mi pedido pero no le importó mucho.

—¿Ya aceptó que va a tener un hijo?

—No le digas nada, ni hagas bromas.

—Entonces no lo aceptó.

Oculto en SaturnoWhere stories live. Discover now