Capítulo 19: Las mentiras se multiplican

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Barbara aún se encontraba en trance, observaba con atención la tarjeta que le había tendido Jones. En esa tarjeta estaba el número telefónico de Amanda, su dirección y la de su actual empleo como camarera de un hotel lujoso. Sintió un terrible nudo en la garganta, un montón de escenarios cruzaron por su mente. Aunque deseaba con todo su ser ir a buscar a su hija, sabía con exactitud que no sería pan comido en lo absoluto. Sabía que debía atravesar por un largo proceso primero. No sería sencillo, considerando el carácter fuerte de Amanda según le comentó Jones, pues la muchacha no solamente lo había confrontado fuerte al éste negarse a trabajar para ella, sino que en el pasado había tenido severos problemas con sus subordinados por las injusticias que cometían en su trabajo. Ella era honesta, aunque no supiera controlarse, primero estaban sus valores. La mujer sonrió orgullosa de la pelirroja, aún no tenía el placer de conocerla y ya la amaba. Cómo no hacerlo, si era su madre. Una que llevaba amándola en silencio por tantos años después de perderla. Ansiaba saber cómo era ella en persona, lo deseaba más que nada. Tomó una bocanada de aire, tenía que tener mucha paciencia.

Levantó la mirada hacia Jones y sonrió. Él notó cierto brillo en sus ojos, estaba emocionada.

— Así que este es el número de mi hija. ¿Qué se supone que debo hacer ahora? ¿Ir corriendo hacia ella y decirle que fui yo la culpable de que todo esto pasara? —replicó con amargura.

— Escuche señora Ripoll, entiendo a la perfección que se encuentra en medio de un torbellino de emociones. Pero la muchacha necesitará espacio y tiempo para procesar todo, con eso me refiero a que debe ir lento.

Barbara alzó una ceja y negó confundida.

— ¿Cree que busco herir a esa niña todavía más? Jones, es mi hija. Es la pequeña que mi hermano y mi padre alejaron de mi lado, me la arrancaron como si fuera una cosa sin valor, se deshicieron de ella como a un pobre animal. —la mirada del hombre la hizo sentir contenida. La miraba con detenimiento y la oía sin apuros—. Lo siento, ya lo sabes todo no tengo por qué...

— No, no. Está bien, no tiene de qué preocuparse. Hemos estado juntos en esto por décadas, me pone muy feliz que hayamos encontrado las piezas del rompecabezas. Ahora... —sacó del bolsillo de su saco unos billetes y los puso sobre la mesa—. Solo queda empezar a armarlo, con calma y paciencia claro.

— Espera, ¿ya te vas?

Jones se sorprendió por la manera tan precipitada en que la pelirroja lo detuvo.

— No quiero seguir robándole más tiempo, señora Ripoll.

— Años y años de conocernos y tú aún sigues llamándome así, Jones. —dijo con timidez. El hombre sonrió de lado asintiendo.

— También usted. Mi nombre no es Jones y lo sabe.

Barbara rio con nerviosismo y el castaño la imitó.

— Por favor quédate Parker, todos estos años que has trabajado arduamente por encontrar a mi hija se merece un brindis, ¿no lo crees?

— Es que... —Jones intentó poner mil pretextos para no estar más cerca de lo debido de la mujer, pero lo reconsideró. No tenía nada que perder—. Tú ganas, pero solo un será un momento. Debo volver a la comisaría.

La pelirroja esbozó una sonrisa victoriosa, al fin y al cabo, el hombre no era tan serio como se pensaba pues fácilmente logró doblegarlo. Se sentó nuevamente frente a Barbara y pidieron más café. Sintió algo extraña la situación, normalmente aquellos encuentros que venían teniendo hacía más de diez años duraban tan solo minutos pues no a veces no tenía más datos que otorgarle a la mujer. Pero claramente las cosas eran distintas, ellos eran diferentes. Josephine tendía con pereza la enorme cama que el rubio le había ofrecido al mudarse por un tiempo con él, todo era temporal hasta que su madre buscara otro sitio donde quedarse. Ciertamente el cuarto era enorme, y por lo que había husmeado el de Jeremy lo era aún más. Al principio se había mostrado reacia ante la idea de quedarse con él, pero su madre era insoportable y el muchacho le mostraba lo intranquilo que estaba por su salud y la del bebé. Llevaba pocos días viviendo allí, las empleadas de Jeremy eran muy atentas y dulces con ella. Lo que quería ellas se lo daban sin rechistar. Claro que todo debía ser por orden del rubio, pues había manifestado que la quería tener lo más cómoda posible. Aunque sintió no poder traer a su nana por culpa de Patricia intentaba estar calmada y serenarse lo más que podía.

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