81- Kaldor.

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 Se había permitido descansar unas horas antes de reanudar la marcha hacia Fuente Negra.

Esperaba encontrar al cambiaformas en ese territorio. Pepa, que lo sabía todo, había dicho que estaría allí. Les había escrito un mapa. Los mapas no pueden mentir, están destinados a repetir la misma verdad una y otra vez, son unas de las pocas cosas honestas que quedaban en esa tierra.

 Se suponía que esa criatura, el cambiaformas, podía ser cualquier cosa y verse como quisiera, podría adoptar la apariencia de Olivia, de un animal, una roca o del mismísimo rey muerto. Tal vez el cambiaformas era el Rey Negro, aquel que ocasionaría el fin del mundo y de la monarquía.

Tal vez el cambiaformas era el sicario.

Se encontraba dormitando sobre un montón de mantas apretujadas que representaban un colchón. Estaba durmiendo con Cer, ella había apoyado su cabeza en el pecho de él y Kaldor la rodeó suavemente con el brazo. La piel de ella era áspera y olía a tierra mojada, olfateó su cabello y comprobó que tenía la fragancia de las flores silvestres que a veces crecían bajo el alambre de gallinero que rodeaba el patio de la prisión.

Era increíble como el mundo de Kaldor se había reducido a las rejas y cuatro paredes, para después reducirse a una chica. Probablemente le gustaban los universos pequeños, las cosas sencillas que lo contenían, como si él fuera una mancha encerrada en la piel de alguien más.

 Mientras acariciaba el cabello de Cer se estremeció al recordar que habían quedado dormidos en esa posición después de que ella tuviera un ataque. Había comenzado a arañar las paredes diciendo que había un bebé atrapado debajo del tapiz y moriría ahogado si el niño viejo no desviaba el misil del barco. No sabía quién era el niño viejo o qué era un misil, tampoco importaba. 

Era bastante noble verla limando sus dedos, desesperadamente, solo para salvar la vida de un inocente. Él la había abrazado. La contuvo como la camisa de un loco y Cer se agitó bajo sus brazos, gritó desesperada, lo insultó y le dijo cosas horribles. Hasta que ella perdió las fuerzas y dejó de batirse bajo su peso. Lloró desconsoladamente sobre su hombro, golpeándolo con los puños y luego se cansó de llorar y de moverse, hasta que cayó dormida.

El bebé imaginario fue menos importante que su fatiga, el cansancio derrota hasta el más noble deseo.

Logró tranquilizarla, solo le había tomado una hora permaneciendo en la misma posición, pero bien puso haber estado dos horas más. Por ella, se quedaría en la misma postura como las montañas, por el resto de la vida.

 Tenía miedo. Iba a admitirlo, le daba miedo despertarla porque dormida se veía normal y si estaba consiente tal vez su maldición también despertaba. La fuente. Fuente dorada y cabrona ¿Cómo podía hacerle eso a Cer? ¿Acaso debía ser castigada por querer trazar su propio destino, por tener libre albedrio? ¿Por qué una diosa tan poderosa ponía las reglas que se le antojaban y quien no las cumplía recibía condena? ¿Por qué, por qué la diosa jodida odiaba el libre albedrío?

Era injusto, Kaldor jamás había seguido reglas, ni de padres o vigilantes.

Notó que Olivia caminaba hacia ellos. Se veía demacrada, el corte en la mejilla que le había hecho la bala de los bandidos estaba desinflamándose, pero aun tiznaba la carne de color rojo. Incluso casi se la había borrado el maquillaje que había llevado días atrás en la ceremonia de nacimiento sobre los ojos.

Se sentó a su lado, se inclinó en su oído y comenzó a susurrarle lo que había sonado.

—Lo soñé, pero no es un sueño, es el secreto de papá...

Tu muerte de abrilWhere stories live. Discover now