Aquel comentario enfadó aun más a Divád.

—Sere un niño, pero no estúpido, eso es imposible.

Kenkar se paró en seco.

—Es la verdad, si no te fías de mi pregúntale a Helden, además de un experto en la abjuración también es un gran entendido de historia, sobre todo la de este colegio. En ese colegio han estudiado grandes magos y uno de los archimagos fue ese pequeño, que con trece años ya ostentaba tan glorioso titulo.

Divád imaginó por un momento como se vería él si estuviese sentado en la mesa del director, con la túnica de archimago y con la capacidad para vencer a todos los maestros juntos; porque ese era el único prerrequisito para convertirse en un archimago, ser más poderoso que los seis maestros juntos.

Cuando llegaron al colegio, Helden estaba en la puerta, era un hombre excéntrico, humano, con el pelo largo por detrás, pero corto por delante, se especializaba en abjuración y era uno de los mayores expertos de Occidente, pero siempre iba con tantos frascos que cualquiera hubiese dicho que se trataba de un alquimista.

—¡Has llegado Goliath! —exclamó con alegría Helden— ya empezaba a pensar que no vendrías. Anda ayúdame a meter estos frascos en ese baúl de allí, cuidado, es fuego de alquimista, si se te cayese uno tendríamos un serio problema.

Divád cogió los frascos con sumo cuidado, ante la atenta mirada de Kenkar, que no le quitaba ojo.

—Si no os importa, entraré, dentro de poco tengo clase —agregó Kenkar, ante de entrar al colegio y cerrar las puertas tras de él.

Divád metió los frascos, uno a uno, en sus respectivos huecos, el baúl estaba organizado y preparado para transportar frascos, tan solo había que leer las etiquetas de los frascos y meterlos en sus sitios correspondientes, una tarea sencilla si no fuese por el hecho de que el fuego de alquimista era extremadamente volátil.

—Ya he terminado, profesor Helden.

—Muy bien, sera un placer tenerte como ayudante, Goliath —Helden le acercó la mano a Did para estrechársela.

—Es Divád —corrigió a su profesor.

—Oh si, claro.

Helden sonrió y al igual que decían todos en el colegio, los que solían jugar con la alquimia tenían cierto grado de locura, Did nunca había creído esas cosas pero la sonrisa de Helden le hacía pensar que quizás aquel dicho fuese mucho más que un simple rumor.

Después de tenerlo todo bien dispuesto, Helden mandó a Divád para que cogiera los caballos del establo, eran unos caballos blancos, muy bonitos, Did estaba acostumbrado a ver caballos negros o castaños, pero nunca había visto unos blancos y mucho menos que fuesen a tirar de un carro tan grande como el que tenía Helden.

—Aquí están los caballos, profesor Helden.

Helden lo miró con desconfianza.

—Yo no te llamo alumno Divád, así que no tienes que llamarme profesor —le protestó con tono burlón Helden— anda, ensilla los caballos y ponlos para que tiren del carro.

—Son solo dos Helden —añadió Divád a su profesor; era un carro muy grande, necesitarían como mínimo cuatro caballos para tirar de él.

—Ya lo veo, pero aunque no he llegado a maestro en el colegio por mi habilidad con el calculo matemático, sé contar. Engánchalos al carro, no te preocupes por que solo sean dos.

Divád siguió las indicaciones de su profesor y los ensilló y les puso las correas para que pudiesen tirar del carro, no fue una tarea fácil, en el colegio no enseñaban esas cosas, pero no era muy diferente de las clases que tenían de vez en cuando sobre la creación de mecanismos.

—Ya esta hecho.

Helden miró al carro y sus dos caballos con orgullo.

—Un gran trabajo —dijo Helden sin perder la vista del carro.

—Gracias —dijo Divád, un poco sonrojado, no estaba acostumbrado a que valoraran tan positivamente una de sus acciones.

—No, me refiero a que hice un gran trabajo construyendo ese carro.

Divád se sintió un poco decepcionado, pero no le importaba demasiado, ya le habían advertido que Helden era algo peculiar, pero al menos le parecía más simpático que Kenkar.

Ambos se montaron y Helden sacudió las riendas para que los caballos empezaran a tirar del carro, los animales lo intentaron pero sus esfuerzos fueron en vano.

—Ya se lo dije, profesor.

—Es cierto, y yo te dije que no me volvieras a llamar profesor. —replicó Helden con una sonrisa.

El profesor de abjuración comenzó a conjurar utilizando sus manos y sus palabras, conjuraba en un idioma distinto del draconido y desde luego Divád estaba seguro de algo, aquello que estuviese haciendo Helden no era magia arcana.

Los caballos crecieron para transformarse en dos gigantescos corceles, más grandes que el carro y tiraron de él como si estuviesen tirando de un juguete. Helden miró a Divád, que estaba con la boca abierta sin saber que decir ante ese espectáculo.

—Ya te lo dije. Sé contar hasta dos.


El legado de Rafthel I: El señor del sueñoOn viuen les histories. Descobreix ara