Elsa

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-¡Corre, Anna!

La nieve había invadido todo el valle. El color del cielo había palidecido, acercándose a un blanco puro, y creaba un paisaje tan invernal como entristecedor. El único color que se percibía eran las trenzas pelirrojas de Anna precipitándose por la ladera. Sus piernecitas se movían tan rápido como le permitían, pero no lo suficiente para llegar hasta su hermana, que corría como alma que lleva el diablo.

-¡Vamos Anna, -volvía a decir Elsa- que te quedas atrás!

Anna no podía hablar. Quería ganarle a su hermana mayor. Papá y mamá aún no habían vuelto a casa, y las pequeñas habían pasado toda la tarde jugando fuera, retándose a ver quién era la primera que llegaba hasta el árbol o la que hacía un muñeco de nieve más grande. Por ahora, Elsa había ganado todas las competiciones y esta era la última oportunidad de Anna para saborear la victoria antes de que se pusiera el sol.

Cada vez estaban más lejos de casa. La carrera aún no había terminado, pero las chicas ya no podían ver la bandera de colores brillantes que se alzaba sobre el tejado de su hogar. Las últimas luces del día daban paso a una noche que las dos hermanas recordarían hasta el fin de los tiempos.

Un grito agudo asustó a Elsa, que giró el rostro hacia donde se encontraba su hermana. Un monstruo, alto como un gigante, y vestido de traje cogía a Anna del brazo, impidiéndole ir hasta Elsa, que rápidamente corrió en su ayuda.

-Por favor, señor -suplicaba Anna- déjeme marchar. Tengo que volver a casa.

El monstruo solo enseñaba los dientes, en un intento de sonrisa que producía escalofríos a Anna y que Elsa recordaría en cada pesadilla que la despertase de madrugada. La mayor gritó y pataleó, pero de nada servía. En un intento desesperado por salvar a su hermana, llevó su boca hacia el brazo del monstruo y le mordió fuertemente. Este aulló de dolor, derribando a Elsa, que cayó al suelo inconsciente. Sus últimas palabras fueron: « Corre, Anna ». Su pelo se confundía con la nieve y su alma cristalina podría haber sido el témpano más helado del invierno. Un corazón congelado había aparecido aquella noche, y nada ni nadie podría derretirlo en mucho tiempo. Creo que Elsa sonreía, porque sabía que su hermana había corrido a refugiarse, porque sabía que la había salvado del malvado monstruo. No sé si Anna lo consiguió o si el mordisco no hizo más que enfurecer al villano, pero no se lo cuentes a ella. Ya sabes lo que les ocurre a los corazones helados. Pueden quedar destruidos en tan solo unos segundos tras las palabras equivocadas. Solo un acto de amor verdadero podía salvarla, podía derretir el frío que había llegado a su vida. Pero la tormenta siguió, fuera y dentro de su corazón.

Colorín, colorado, esto aún no ha acabado Donde viven las historias. Descúbrelo ahora