II. Romance ilícito

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Mis crímenes me encerraron en una prisión de alta seguridad, hasta la llegada de mis padres y del juicio ante el rey de los dioses, Zeus

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Mis crímenes me encerraron en una prisión de alta seguridad, hasta la llegada de mis padres y del juicio ante el rey de los dioses, Zeus. En mi espera, reviví el suceso que no dejaba de repetir mi memoria: ese en el que desperté con un dolor de cabeza, tirada de lado en el césped donde antes lanzaba el disco junto a Amapola, nos divertíamos unidas. Sin embargo, parecía que ya nada era así. Ella me veía con confusión y desconfianza, y recordé lo que pasó: el disco contra mi cráneo. De haber sido yo una semidiosa, como todos creían, como ella creía, mi destino seguro era la muerte, pero no fue así.

—Amapola... —susurré, arrepentida por la exposición de mi engaño—. No es lo que parece. —El mirar de ella se tornó frío, aún de rodillas frente a mí.

—¿Qué se supone que eres? ¿Quién eres? —interrogó, precavida, desconfiando de mí. Por ésto, me resultó imposible no acercarme y tomarla del rostro, acariciar sus mejillas por un efímero instante.

—Por favor... —Las manos me temblaban, mientras el hermoso rostro frente a mí se borroneaba en mi visión por culpa de las lágrimas—. Solo déjame... Debes creerme, yo...

—Me mentiste, ¿por qué? ¿Por capricho? ¿Por qué lo hiciste? —Furiosa, apartó mis manos—. Has engañado a ésta gente —los ojos también se le humedecieron—, me has engañado —acusó, su voz cortándose por tristeza—. Eres una mentirosa, traicionera. Un ser de profunda oscuridad que no merece estar aquí. —Se puso de pie, mirándome con rabia y desdén.

Fue entonces que supe, verdaderamente, lo que se sentía eso de que tu corazón se rompiera. Y lo expreso como que fue genuino, porque ni siquiera lo que nos pasó a Tamiras y a mí provocó un dolor tan intenso, emocional. Me sentía devastada, como si no estuviera ahí y mil pedazos de mí decoraran el verdoso y resplandeciente césped. Desde que la primera vez que la vi, tuve claro que un romance entre un ser como ella y otro como yo sería un hecho ilícito, y no porque fuera entre mujeres, sino porque pertenecíamos a sitios muy distintos.

Ella era un ser de luz, y yo uno de tragedia y sombras. Nada bueno podía salir de una mezcla así, y lo sabía, y a pesar de saberlo, me arriesgué. Hice todo por ella, fingí ser alguien que no era solo para tener la oportunidad de estar a su lado, de ser merecedora de su candente pero puro amor.

Y no existe día en el que esté más satisfecha con la decisión que tomé: no arrepentirme de haberlo hecho, porque cuando la luna le quitó el puesto al sol y la oscuridad se sentó en el trono, el día de mi florecimiento oscuro y de mi encierro, ella tomó la iniciativa de ir por mí.

—Toma mi mano —expresó—, me heriste, pero tampoco quiero ésto para ti. Saldremos de aquí.

Amapola hizo lo mismo que yo: perder el honor y traicionar sus leyes por una amante. Y era eso, justamente, lo que tenía en común conmigo. Porque no le importaba arriesgar todo, darlo todo por el sentimiento, por nuestro genuino romance, que se había vuelto ilícito ante tantos ojos.

 Porque no le importaba arriesgar todo, darlo todo por el sentimiento, por nuestro genuino romance, que se había vuelto ilícito ante tantos ojos

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La flor de AmapolaWhere stories live. Discover now