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Capítulo dos

 
Liam  miró fijamente el teclado, intentando obligar a sus dedos a moverse, a que hicieran algo, lo que fuera. Recibió otro correo electrónico en su bandeja de entrada y lo miró, inexpresivo.

El ruido de las conversaciones de la oficina le entraba por un oído y le salía por el otro. No conseguía concentrarse; se sentía aturdido, y la noche de insomnio que había pasado en el sofá lleno de bultos de Amy no había ayudado precisamente.

Su jornada de trabajo había empezado hacía una hora, pero no había conseguido hacer nada más que encender su ordenador y tomarse una taza de café.

Su mente estaba consumida por completo por los recuerdos de la noche anterior, con el rostro de Ben apareciendo sin cesar en su cabeza. Cada vez que recordaba la atrocidad de la cena la recorría una ligera sensación de pánico.

Su teléfono empezó a parpadear y lo miró de reojo para descubrir que el nombre que aparecía en la pantalla era el de Ben, por undécima vez. Lo estaba llamando otra vez, aunque Liam no había respondido a ninguna de sus llamadas. ¿De qué podrían hablar a aquellas alturas? Ben había tenido siete años para decidir si quería estar con el o no.

Un intento en el último segundo no iba a servir de nada.
El teléfono de su mesa empezó a sonar, haciendo que diese un salto antes de contestar.

―¿Sí?

―Hola Liam, soy Stacey de la planta quince. Tengo apuntado que tenías que asistir a la reunión de esta mañana, y quería comprobar por qué no has ido.

―¡Mierda! ―exclamó Liam, colgando con un golpe. Se había olvidado por completo de la reunión.

Se levantó a toda prisa de su mesa y cruzó corriendo la oficina en dirección al ascensor. Su frenesí pareció divertir a sus compañeros, quienes empezaron a susurrar entre ellos como niños. Líam golpeó el botón del ascensor con la palma de la mano.

―¡Venga, venga, venga!.

Tardó una eternidad, pero por fin llegó el ascensor. Liam  fue a entrar corriendo nada más se abrieron las puertas, pero chocó de lleno contra alguien que estaba saliendo. Dio un paso atrás con un jadeo y se percató de que la persona con la que había chocado era Izelda, su jefa.

―Lo siento mucho ―tartamudeó.

Izelda lo miró de arriba abajo.
―¿El qué sientes, exactamente? ¿Chocar conmigo, o faltar a la reunión?.

―Las dos cosas ―dijo Liam ―. Ahora mismo iba para allá. Me he olvidado por completo.

Notaba todos los ojos de la oficina fijos en su espalda. Lo último que necesitaba en aquel momento era una dosis de humillación pública, precisamente algo de lo que Izelda disfrutaba inmensamente.

―¿Tienes una agenda? ―pregunto ésta con frialdad, cruzándose de brazos.

―Sí.

―¿Y sabes cómo funciona? ¿Sabes escribir?

Oyó como la gente intentaba contener la risa tras el. Su instinto inicial fue encogerse como una flor marchita al tener que hacer frente a lo que para el era su peor pesadilla, que lo dejaran en ridículo frente a los demás, pero al igual que había pasado la noche anterior en el restaurante una repentina sensación de claridad lo invadió. Izelda no era ninguna figura de autoridad a la que tuviera que adorar y obedecer en absolutamente todo; no era más que una mujer amargada que volcaba su ira sobre todo el que se pusiera a su alcance. Y esos compañeros que estaban susurrando tras el no tenían ninguna importancia.

Una repentina oleada de comprensión lo recorrió. Ben no había sido el único factor que no le gustaba de su vida. También detestaba su trabajo, y a aquella gente, y a la oficina, y a Izelda. Llevaba atrapado allí años, igual que había estado atrapado con Ben, y no pensaba seguir soportándolo.

Por Ahora Y Para Siempre [ Ziam ] Adaptación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora