—¿No vas a acompañarme?

—No lo sé. Me gusta lo que veo desde aquí.

En realidad no se veía mucho con el movimiento del agua, pero en ese momento no era su cuerpo desnudo lo que me interesaba ver. Me acerqué un poco más para acariciar su frente. Y lo acompañé, aunque no de la forma que él esperaba. Me quedé allí jugando con su pelo húmedo, dándome cuenta que me urgía decirle lo que sentía pero no sabía cómo. Francisco cerraba los ojos disfrutando del agua caliente y mis caricias, ignorando que yo me encontraba al borde de una determinación.

—A ti, más que playa, te vendrían bien unas termas.

—En invierno —suspiró con gusto— pero no saldría nunca más del agua.

—¿Están mejor tus piernas?

—Mucho mejor.

Seguí acariciándolo. De repente la sortija en mi mano llamó mi atención. ¿Qué pasaría con ella? ¿Qué pasaría con las fotografías de Matías? ¿Y sus cosas? ¿Nuestros recuerdos? ¿Nuestra casa? Francisco tomó mi mano entre las suyas sacándome de mis pensamientos.

—¿Quién fue el que propuso matrimonio?

Me sorprendió su pregunta y tardé en reaccionar.

—Él a mí.

—Seguro te cuidaba mucho —comentó con simpatía mientras llevaba mi mano a su mejilla.

Francisco sabía mucho de mi relación con Matías, todo contado por mí. Pero fue en otro momento, otra situación, nada sucedía entre nosotros entonces.

—¿No te molesta hablar de él?

La respuesta era obvia, Francisco no era como otras personas, pero deseaba escucharlo.

—No. Matías es parte de ti. La felicidad y las tristezas a su lado, todo lo que vivieron juntos, te hacen quien eres. Todo lo que aprendiste con él va a ser siempre parte de ti.

Un pequeño nudo se formó en mi garganta que intenté aliviar respirando profundamente.

—Gracias —respondí con la voz débil y afectada.

Cuando salió del jacuzzi se envolvió con la bata blanca del hotel y se recostó otra vez en la cama. Afuera ya había oscurecido.

—Podemos cenar en el hotel —ofrecí para evitar deambular por la calle.

Sonrió.

—No es necesario que te preocupes tanto.

Me senté a sus pies y tomé uno, lo masajeé un poco y su expresión demostró que aún no estaba en condiciones para salir a caminar.

—No mientas cuando estás dolorido.

—Perdón —respondió riendo.

—Siempre haces lo mismo —recriminé—. No hagas nada obligado.

Froté sus pies con suavidad.

—No es por obligación, es porque de verdad lo estoy pasando bien.

Podía entender eso, yo disimularía cualquier malestar con tal de pasar tiempo a su lado.

—¿Entonces este viaje no es extraño?

—No lo es.

Oculté mis nervios ocupándome de sus pies, masajeándolos con suavidad para ayudar a aliviar las molestias,  pero sabía que él notaba mi incertidumbre y titubeo.

—Me alegra que hayas venido conmigo. Hace tiempo quería una oportunidad como esta para conocerte un poco más.

Me observaba atento, él lo sabía, sabía todo lo que yo sentía.

Oculto en SaturnoWhere stories live. Discover now