¡Ouch!

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—No te lo pediría si no fuese necesario, lo sabes. —Pongo mi mejor carita del gato con botas, ya saben, el gato de Shrek, esa donde pone los ojos grandes y es inevitable decir: «Aaws».

Nos encontramos en la cafetería del zoológico.

—¿Tu no estudias? —su pregunta me toma desprevenida. Frunzo la frente. ¿Será que cree que soy una sin oficio en la vida?

—Sí, claro. ¿Por qué preguntas?

—¿Qué estudias? —¿Ah?

—Psicología. —¿A que no se lo esperaban? Pues sí, y soy de las mejores, siéntanse orgullosos, aplaudan.

—¡Vaya! De todas las carreras, esa no me la esperaba.

¡Ouch!

—¿Por qué? ¿No puedes imaginarte a la doctora, Magnolia Grant? —Me lastima el corazón su poca fe en mí.

—En realidad, no. —¿De verdad? Él sí que sabe cómo lastimar. Su hoyuelo no hace nada por aliviar mi corazón roto, hace que bombee más rápido y duela más.

—Tu fe en mí, me sorprende —digo mientras meto mi teléfono en el bolso, me preparo para hacer una salida estratégica. No conseguiré nada de su parte, está claro.

—No te conozco mucho, Magnolia, pero tú perseverancia me sorprende. —Siento mi cara convertirse en un volcán, del cuello hacia arriba a punto de hacer erupción.

—Gracias... —sin saber que más decir, me levanto—. Y hasta luego. Entiendo que estés ocupado. —Él también se levanta.

—No he dicho eso, nena. —Me detiene del brazo cuando doy un paso para salir de la cafetería, y su olor se impregna en mis fosas nasales, casi hace que suspire. Ese «nena» se me queda grabado en el subconsciente como una canción pegajosa, y que, por lo general, son horribles.

—¿Y qué estás diciendo? —pregunto, sin querer zafarme de su agarre. Lo miro directo a esos ojos oscuros que parecen atravesarme y saber todo de mí.

—Que quiero conocerte. —¿Es posible ruborizarme más?—. Hoy he aprendido dos cosas nuevas de ti... —me suelta.

—¿Ah sí? ¡Qué bueno! Vine a pedirte un favor, y saliste ganando. —El sarcasmo se desborda y creo que me estoy juntando mucho con Cris, se me pegan las malas mañas.

—Lengua larga —me regaña, y me dan ganas de reír—. Si te llevaré, solo déjame organizar mi día. ¿Puedes cualquier día de la semana? —pregunta, y aún la sonrisa socarrona no se le borra.

—Sí, todos los días por la tarde. Excepto el viernes.

—Perfecto, ¿entonces te aviso cuándo puedo? —Asiento.

—No lo vayas a olvidar, por favor.

—Tranquila, no dejaré de pensar en ello.

Con esa promesa, salgo triunfante de la cafetería, no queriendo pensar en la insinuación de que no dejará de pensar en «ello», ¿a qué se refiere con «ello»? ¿Qué es «ello»? Es una tortura. Ya déjalo, Mag.

Vamos a conseguirlo, ahora tenemos que pensar en la segunda parte del plan.

«¿Cómo quitarle a abuela la pequeña roca?».

Ese día, más tarde, mientras salgo de clases, el celular vibra en mi pantalón. Al ver quién es el remitente, mi corazón da una voltereta de espaldas al vacío, aun cuando, me niego a aceptar que fue por Dan, es que mi cora está emocionado porque vamos a ver a la abuela. Es eso.

Dan:

El sábado te puedo servir de chofer, nena.

¡Sí! Nena. Su tono de voz se reproduce en mi memoria como canción de cuna, imposible de callar.

Yo:

Muchísimas gracias. No sé cómo pagarte.

Dan:

De nada. Tengo varias ideas de como podrías pagarme.

¡Ay, por Dios! Mi mente se va de inmediato a un cuarto rojo del placer al estilo Christian Grey, y el calor sube a mi rostro.

«Vaya mentecita te gastas, cochina», me reprendo.

Hoy tendría que cubrir a Cris unas horas en el restaurante, así que mejor me concentro en el trabajo, y no en cuartos rojos y bondage. Más tarde responderé a su insinuación con calma. ¿Habrá sido una insinuación?

Dan:

Solo quería salir contigo de nuevo. Es una manera de pagarme. No vayas tan lejos.

¡Ouch!

¿Poción de amor?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora