Mi no intento de suicidio

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Siento mi corazón desbocado, me vienen arcadas producto de los nervios, cierro los ojos y me concentro en mi respiración. Solo necesito dar un paso más.

«¡Vamos, Mag, eres valiente, tú puedes!».

Un paso más, y llegaré. El mareo viene a mí como suave brisa que me eriza la piel. Ya no respiro, y no quiero mirar a mis pies de nuevo. «Pero cielo, ¿quién te dijo que miraras?», me regaño.

Los pongo en perspectiva, estoy en el borde de un precipicio, con la espalda al viento arriesgando mi vida. Me parece, o más bien, estoy segura, —no me hace falta comprobarlo—, que estaré muerta antes de caer, por el infarto que tendré al sentir que resbalo por la pendiente. Es más, no sé cómo estando aquí no he tenido una especie de catalepsia, el borde en el que estoy, apenas sostiene mis pies, mis talones están peligrosamente fuera de la pequeña porción de tierra, ¿valdrá la pena...? Es obvio, un ingrediente más a mi lista.

A escaso medio metro de mi alcance, el arbustito y la flor se burlan de mí, se les nota en el movimiento que hacen, ¿o puede ser el viento removiéndolos?

Las manos me escuecen por el esfuerzo de bajar hasta borde, más de una ampolla me saldrá. ¡Mier...!

—Nada vale tanto la pena como para lanzarte... —escucho una voz serena a mi derecha. Intento mirar arriba y solo logro ver unos ojos negros, muy negros y un ceño fruncido.

Pierdo mi concentración, observo de nuevo hacia abajo y el vértigo se esparce por mi torrente sanguíneo haciéndome temblar, por consiguiente, perder el equilibrio. Mi pie derecho se desliza, veo las diminutas rocas caer, trato de aferrarme al muro de piedras, barro sin obtener resultado y mis manos ahora están en llamas. Veo la vida pasar delante de mí, y solo pienso en que... «¡Estuve tan cerca!»

En un impulso de valentía y al ver mi misión a punto del fracaso, me lanzo hacia el arbusto donde está el bendito ingrediente, con los ojos cerrados. «¡Si me voy, me iré con ella!». Mi lado dramático aparece en escena.

«¡¿Por Dios, no ves que vas a morir?!».

Un tirón en mi brazo derecho y de inmediato una corriente dolorosa recorre toda la extremidad, hasta llegar a la médula. Y bueno, no sé nada de anatomía, ¡pero así lo sentí!

«¿No morimos?». Susurra mi subconsciente. ¡Vaya, y hasta ahora pensé que no tenía! ¿Y si hubieses aparecido antes, no sé... antes de tener esta grandiosa idea?

—¿Estás bien? —pregunta la voz que sale de la carita de dioses con ojos negros.

¿En serio quieres saber si estoy bien estando en el borde de la muerte?

Ahora que percibo la posición en la que estoy, la molestia se hace dolorosa. Tengo la cara pegada al barro, el chico misterioso sostiene mi brazo derecho y mi mano izquierda se aferra a la planta.

—¿Me estás escuchando? —vuelve a preguntar el valiente caballero. Asiento y tironeo del arbusto para tomar la flor.

—Contaré hasta tres y me ayudarás a subirte.

Te va a salvar y además te llama gorda, ¿por qué tienes que ayudarlo a subirte...?

—Está bien. —Cierro los ojos, trato de orientarme. Toma mi otro brazo, donde tengo la planta.

—Sería más fácil si dejas eso —comenta como si de una conversación casual se tratara y no de mí, casi muriendo.

—No, lo siento. Lo necesito.

—¿Más que vivir?

—¿Me dejarías caer? —Mi cara le debe parecer un chiste, porque se ríe y deja ver su dentadura perfecta.

¡Vaya sonrisa! Pestañeo embobada.

—No te dejaré caer, nena. —¿Ha dicho nena? Frunzo el ceño. ¿Cree que por salvarme la vida ya tiene derechos sobre mí? —Uno... —Tomo una respiración—. Dos... —Suelto el aire—. Tres. —Me impulso hacia arriba a la vez que me levanta del suelo, y por un momento me siento volar.

Rodamos dando varias vueltas como las plantas rodadoras del desierto, quedo encima de él, sus brazos todavía rodean mi cintura.

—Te tengo. —Estoy pegada a él, pecho con pecho. ¿Cómo hizo para no caer por el barranco conmigo a cuestas? Estoy a punto de preguntar, pero esos ojos de nuevo, me miran como si fuese la cosa más extraña que han visto.

—Gracias... —es lo único que puedo articular y me siento tonta.

«¡Responde como deberías!».

—De nada... pero, ¿qué estabas haciendo ahí? No hay problema tan grande como para que quieras acabar con tu vida, nena. —¡Y dale con el nena!

—No quería acabar con mi vida. —Empujo su pecho para separarme un poco, su proximidad me hace sentir extraña, atraída y confundida.

Me levanto, trato de quitarme un poco de polvo de la ropa, y recojo la parte de la Siempreviva que logré recuperar antes de la casi caída.

—¿Y entonces que hacías al borde de un precipicio? Porque como yo lo veo, era suicidio seguro —dice irguiéndose.

—Sí, gracias por salvarme, supongo... —Ruedo los ojos—, y no tengo nada que explicarte.

—No tienes que ser tan áspera, ¿sabes? No esperaba que me explicaras, solo me preocupé. —Su mirada parece sincera, pero si le digo la verdad me creerá loca.

«¿Y qué si es así? El tipo no sabe ni tu nombre».

—No intentaba suicidarme, solo quería conseguir esto. —Le muestro las ramitas que tengo en mis manos.

Vuelve a fruncir el ceño, pero no dice nada. El duelo de miradas se instala, y tengo que interrumpirlo de alguna manera o este muchacho terminará descubriendo los secretos más profundos de mi alma.

Estiro mi mano derecha, y digo—: Magnolia, ¿y tú eres...?

—Dan. —Me toma de la mano, y ahora no es solo la manera en cómo me mira, sino el efecto hipnótico de su toque.

—Un placer, Dan —repito, trato de que no me tiemble la mano—. Gracias por salvarme de mi no intento de suicidio. —Sonríe de lado y deja mi mano libre.

¿Qué te pasa estómago? ¿Ahora te da por convulsionar? Deben ser los nervios del incidente de hace un momento.

—No fue nada, Magnolia—asiente, y se acerca al auto que está estacionado a unos metros de nosotros,cuando está por subir, dice—: ¡Hasta pronto, nena! —Derrocha seguridad y galantería. ¡Dios!

 ¡Dios!

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¿Poción de amor?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora