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Había pasado dos días enteros sin salir de casa, encerrada en mi habitación y prohibiéndoles el paso a mi hermano y a su novia.

Recordaba lo que pasó en la Capilla Sixtina.

–Helena, ¿ese no es...?– preguntó Giorgia mientras pasaba su brazo por mis hombros para intentar tranquilizarme.

Miré donde ella estaba señalando y lo ví. Era él. Estaba aquí, en la puta Capilla Sixtina.

Corrí fuera del lugar, empujando a todo aquel que se pusiese en mi camino.

Intenté abrir la puerta del baño de mujeres, pero por alguna extraña razón estaba cerrada.

Entré al baño de hombres, esperando que ninguno se encontrase dentro.

Le pegué un puñetazo al espejo del lavabo, rompiéndolo del golpe, causando que mis nudillos comenzasen a sangrar y lágrimas comenzasen a deslizarse por mis mejillas.

Cogí un trozo de cristal y cuando estuve a punto de pasarlo por mi muñeca la puerta de uno de los váteres se abrió.

–¿Helena?– la cara de desconcierto de Ethan se reflejó en los pocos cristales que aún se sostenían en la pared.

Rápidamente tiré el cristal al suelo, haciendo que volviese a romperse en miles de pedazos.

Se acercó a mi y con sus pulgares limpió las lágrimas que caían por mi rostro. Después agarró mis manos y vió la sangre en los nudillos.

Abrió el grifo y metió mi mano bajo el chorro. Un fuerte escozor hizo que involuntariamente sacase mi mano de allí.

–Hay que limpiarlo.– Dijo para volver a colocar mi mano donde antes.

Cuando la sangre dejó de salir, quitó unos trozos de cristal que se habían quedado incrustados en mi piel.

–Voy a ponerte un poco de papel simulando una venda para que no se te vuelva a abrir.

Asentí. –No digas nada de esto, por favor.

Por primera vez hicimos contacto visual.

–Por favor.– Supliqué.

Ethan no dijo nada y dije que mientras corría me caí y me di en los nudillos. Sabía que no se lo creyeron.

Finalmente me digné a salir del desastre que tenía por cuarto.

Anduve por el pasillo hasta llegar a la terraza. Aquel lugar era mi sitio seguro.

Me dediqué a mirar como las olas del mar rompían en la orilla. Me calmaba.

Damiano llegó y se sentó junto a mí.

–¿Hablaste con él?– le miré.

Asintió. –Es un completo gilipollas.

Reí. –Como si no lo supieses Dam.– Volví a mirar el mar. –Casi vuelvo a hacerlo. En el baño de la Capilla.

–Por eso los nudillos. –Habló tranquilo. A pesar de su tono de voz, sabía que por dentro estaba alterado. –Tenía que haberle partido la cara.

–Sabes que la violencia no arregla nada. Es mejor dejarlo estar.

–¿Y qué vuelvas a cortarte?– comenzó a alterarse. –Sabes que eres la persona a la que más quiero en el mundo, y no soporto verte así, menos por un gilipollas.

–Lo sé Dam, lo sé. –Dejé caer mi cabeza sobre su hombro.

(...)

En los ensayos abundaban cada vez más las discusiones. Victoria estaba en su peor momento y eso estaba haciendo empeorar la convivencia en el grupo.

–Creo que estaría bien descansar.– Habló Thomas dejando la guitarra en la silla y cogiendo un cigarro de su bolsillo.

Como siempre, Ethan se quedó ordenando algunos cables.

–¿Cómo tienes la mano?– preguntó apagando el amplificador del bajo.

–Ya esta casi curado. –Le enseñé los nudillos. –Gracias, por ayudarme y por no decir nada.

–No hay nada que agradecer. –Me sonrió. –No quiero parecer cotilla, pero, ¿por qué hiciste eso?

Dudé unos segundos en si contarle la historia. Solo había hablado con Damiano y Giorgia de aquello, igual era un buen momento para hacerlo con alguien más.

–Siéntate.

Obedeció y se sentó donde antes estaba la bajista.

Le conté la historia con todos y cada uno de los detalles, había conseguido hablar de aquello por primera vez sin soltar ni una sola lágrima.

–Que cabrón.– dijo cuando finalicé de hablar.

–Lo es.

(...)

Giorgia había salido por trabajo y volvería en una semana.

–¿No quieres volver a tocar en un grupo?– preguntó mi hermano mientras se llevaba un cigarro a la boca.

–En verdad sí. Pero no ahora, más adelante quizá.– Le dediqué una media sonrisa.

–¿Te acuerdas cuando eras pequeña y no podías dormir?– una sonrisa se formó en sus labios. –Y aparecías cada noche en mi habitación.

–Y veíamos conciertos de The Cure juntos. –Continué hablando. –Hasta que finalmente me dormía.

Asintió.– Siempre decías que querías ser como ellos. –me abrazó. –Eres fuerte Helena, recuérdalo siempre.– Se levantó y dejó un beso en mi frente.

Lasciati amare [Ethan Torchio]Where stories live. Discover now