Capítulo 9

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Capítulo 9

Me muerdo las uñas, mientras deslizó el dedo por la barra de navegación en Instagram…Estudio las fotos de la pelinegra, que sonríe a la cámara o posa de forma casual en las fotos de su feed. En su gran mayoría, son fotos de ella o de su perro, solo tiene dos con su padre y una con toda su familia.
Cualquiera que se pusiera a ver aquella cuenta, creería que se trata de una modelo, ya que cada foto está cuidadosamente diseñada para combinar con toda la estética de su cuenta. Algo frívola quizá, nada demasiado personal.
Bloqueo la pantalla, al momento en el que oigo a alguien pronunciar mi nombre como un eco lejano y guardo mi móvil.
—Puedes pasar…—anuncia la voz de una chica que sale de la sala, y ni siquiera se molesta en dirigirme la mirada, y desaparece en los pasillos, como si se la llevará el viento.
Levantó la mirada y me encuentro a Rowan, quien ya está sentado al otro lado del escritorio con un bolígrafo en su mano y una carpeta abierta con mi nombre en ella.
—Cierra la puerta y toma asiento por favor, dame cinco minutos…—él continúa con lo que sea que estuviera haciendo, y yo me tomo ese tiempo para acomodarme y apreciar los detalles de aquel pequeño rincón.
En medio, hay un escritorio que ocupa prácticamente la totalidad de la sala, y alrededor solo hay estantes y cajones. A excepción de la foto en el escritorio; el lugar carece de cualquier tipo de decoración o calidez. Es más bien frío, con paredes blancas y una alfombra de color gris que reviste el suelo, y la única ventana que hay, da al estacionamiento…
—Bonita oficina…
—Por lo menos ahora sé por qué renunció el anterior consejero…—masculla, Rowan, dejando la carpeta con mi nombre a un lado y atrayendo un par de papeles que luego me extiende.—Necesito que lo firmes…para confirmar tu primera cita conmigo aquí.
Frunzo el entrecejo.
—Es solo una simple formalidad, no te preocupes.—asiento, no del todo convencida, pero firmó.
—Es…—me atasco con mis palabras, y Rowan interrumpe.
—¿Tu padre sabe que estás aquí hoy?
—Si, le conté…—Rowan alza la cejas, en un gesto inquisitivo y yo me encojo de hombros.—Él no estaba muy de acuerdo que digamos.
—Ginebra, estas citas son para asegurarnos de tu bienestar…Miranda, la institución, sabe por lo que has pasado estos meses atrás y creímos que lo más conveniente sería hacer un…seguimiento.
—¿Tú también crees eso?
—A mi, me importa que tú estés bien. Y que cualquier cosa, que pase aquí o afuera…me gustaría que me la comuniques. Los primeros meses de integración suelen ser los más…—hace una pequeña pausa, como pensando en una palabra.— Complicados.
—Ajam.
Rowan se acomoda su silla y yo lo imitó, cruzandome de brazos, esperándolo.
—¿Y bien, cuéntame, cómo ha ido tu día hoy?
Me encojo de hombros y digo: —Bien.— con un gesto desinteresado.
Rowan no parece conforme con mi respuesta, cuando esté se aclara la garganta y apoya sus antebrazos sobre el escritorio, acomodándose mejor.
—A lo mejor no formule bien mi pregunta…¿Qué fue de tu día hoy? Quiero que me lo cuentes…de forma detallada.
Aprieto los labios y dejó salir una exhalación profunda, haciéndole saber mi descontento.
Me aclaro la garganta y entonces empiezo a contarle cómo resultó mi día desde que me bajé de la parada del autobús.

Esa mañana hacía frío, es por eso que bajo de la camisa llevaba otra más y debajo de la falda unas medias largas en color azul marino.
Apenas me baje en la parada de autobús, el fresco del otoño me dio la bienvenida, junto con las hojas anaranjadas y amarillentas que seguían la danza del viento. Una de ellas me llegó directo a la cara y en un acto de torpeza, casi caigo de cara al pavimento.
Parpadeé y me deshice de la hoja, al momento en el que sentí a alguien más a mis espaldas, que andaba detrás mío y me paré en seco.
Me giré de golpe y la persona se asustó de mi reacción.
—¡Carajo!…pensé que no me habías visto…—masculló Avalon, con una sonrisa socarrona.
—No lo hice…—murmure.— sentí tus pasos.
Avalon, con su cara naturalmente bronceada, enarcó ambas cejas sorprendido.
—¿Sentiste mis pasos…? ¿Es una especie de sexto sentido?
Me reí por su gesto, y asentí.
—Digamos que si…además de que tus pasos son bastante pesados, no pasas desapercibido fácilmente.
Avalon sonrió ampliamente y no pude evitar admirar su sonrisa, parecía relajado y bastante alegre, no obstante aquella expresión se tensó, cuando esté noto como alguien más nos observaba desde la cima de las escaleras junto a su grupito.
Seguí su mirada y ahí, noté a la pelinegra, Atenea, la misma chica que me había reclamado el asiento ayer. Su semblante era de piedra, con una de sus cejas enarcadas y sus brazos cruzados, la morena nos observaba con desaprobación.
Avalon se aclaró la garganta y devolvió su mirada a mi.
—Te quería dar esto…—el saco algo de su mochila y me extendió una caja.
Lo observé con el entrecejo fruncido, sin entender porque me estaba entregando aquello.
—¿Qué es esto…?
—Un teléfono…
Abrí mucho los ojos y volví mi mirada hacia aquella caja que contenía un aparato que de seguro, valía un sueldo…
—No. No quiero que me digas nada, te lo debo. Rompí el tuyo y es lo mínimo que puedo hacer.
—Avalon. Recién te conozco y ya me estás dando un móvil…no era necesario, ya…te perdone por lo que pasó. No es necesario.—intente devolvérselo, pero él se negó.
—Quedatelo.
—Pero…
—Mi padre trabaja en una empresa que hace muchos de estos, hay más de donde vino. De paso lo pruebas, todavía no salió al mercado, luego dime qué te parece…—me guiño un ojo, y se colgó la mochila al hombro, para luego dirigirse hacia la entrada junto a su grupo, que en ningún momento dejaron de observarnos.
Y me quedé así, con la palabra en la boca, sin entender nada de lo que había ocurrido los últimos minutos.
El timbre de las diez resonó en los pasillos de Liberty, y con un codazo cerré mi casillero, dirigiéndome hacia la clase de Historia con la profesora Miller.
Llegué al salón segundos antes de que la profesora ingresará. Miller entró al aula, con la típica cara de perro, y nos ladró que nos pusiéramos en parejas porque ese día haríamos un trabajo de a dos.
Me detengo en mi relato, cuando alguien más interrumpe con una risita.
—¿“Cara de perro”? Pobre mujer…—dice, Rowan.
—No es mi culpa…cada cosa que esa mujer pide, suena más bien a un ladrido —me excuso.
—Tienes razón, es más como un chihuahua rabioso…—coincide, mi consejero, mientras anota algo en su cuaderno.—Continua…
Regreso a mi faceta de narradora y continuó contándole sobre cómo todos, actuaron como si yo no existiera y decidieron que sería la única sin pareja para aquel trabajo. Incluso, el más marginado había preferido hacer el trabajo solo antes que estar con “la nueva”.
Le reste importancia y decidí que, sola podría hacerlo aún mejor. No tenía problema con hacer las cosas por mi cuenta, no necesitaba de ningún compañero…
De repente, alguien golpeó a la puerta del salón y la chihuahua de Miller, ladró:
—Pase.
Las miradas de todos se clavaron en el nuevo, aquel que había ingresado como si nada, después de pasados los veinte minutos de que la clase se hubiera iniciado.
—Lo siento, por la tardanza. —hablo, el castaño.
La mujer lo examinó con su entrecejo arrugado y negó con desaprobación.
—Llega veinte minutos tarde, no puedo dejarlo entrar a la clase, señor…
—Fray. Nicholas Fray.
Miller esbozó un gesto, más parecido a una mueca, mirando al chico como si de un espejismo se tratara.  Sus cejas se alzaron con sorpresa y está, trató de disimular su asombro, pero le fue imposible. Aquella mujer, al igual que el resto de sus estudiantes, no dejaban de ver al castaño con cara de estupefacción.
No fue hasta que salió de su ensimismamiento, cuando está se aclaró la garganta y notó el papel que Fray, sostenía frente a ella.
—Tengo carta de la directora…
La mujer le arrancó el papel de las manos y lo leyó, para luego gruñir:
—Puedes tomar asiento junto a…—ella arrugó el entrecejo, cuando su mirada cayó sobre mi.—Ella…—Chasqueó los dedos, como si fuera un pedido.
—Roth.
—La señorita Roth y usted pueden hacer grupo.
Nicholas asintió y se condujo por el pasillo, tomando asiento a mi lado. Él me extendió su mano y yo lo miré extrañada.
—Nicholas.—Tomó mi mano y la batió en un saludo formal.
Me deshice de su contacto rápidamente y guarde mis manos bajo mis mangas, cuando masculle en voz baja mi nombre.
—Ginebra.
Miller continuó con la clase y siguió ladrando, poniendo cara de hastío cuando alguien le hacía alguna pregunta demasiado obvia, y una vez hubo terminado, ella tomó sus cosas y salió espantada, como si estar tanto tiempo rodeada por adolescentes le causará repulsión.
El timbre resonó en los pasillos, y todo el mundo se amontonó de camino al comedor. La hora del almuerzo…
En el camino a la salida del salón, perdí de vista a Nicholas, quien se perdió entre el gentío. Este se marchó sin decirme nada, ni siquiera pudimos acordar cómo nos organizaríamos para hacer el bendito trabajo.
Idiota, pensé.
Terminaría haciendo el trabajo yo sola, pero no pensaba poner su nombre como si había pasado con Sabrina tantas veces.
De camino al comedor, fui interceptada con Imogen que iba charlando con alguien más. Reconocí a la rubia de trenzas de inmediato: Amber.
La chica me sonrió y Imogen me saludó con un beso en la mejilla. Las tres nos encaminamos hacia la barra en donde había comida y nos pusimos en la fila…pero, alguien más me empujó y se coló delante mío.
Elaine, la chica sobre la que Imogen me había advertido el primer día. A mi ella no me había caído bien desde el primer instante en que ingresó a la dirección con ese aire petulante y soberbio, con el que parecía mirar a todos. No solo ella, sino todo su grupito de amigas al que no había tardado en identificar con el pasar de los días.
—Disculpa…estaba yo.—hable, tratando de disimular la broca que empezaba a bullirme la sangre.
Esta ni siquiera se giró, fingió que no me escuchaba.
—Elaine…—habló Amber, tratando de llamar la atención de la chica, que ahora pasaba a servirse en su bandeja como si nada.
—No…esto es insólito.—masculló, Imogen a mi lado. —Elaine, hay una fila detrás tuyo y tú tienes que respetar las reglas, así como lo hacemos todos.
La chica de piel café, la miró de arriba hacia abajo, con la soberbia escrita en sus rasgos finos. Mirándonos a las tres por encima del hombro, como si nosotras fuéramos…la mugre que pisaban sus zapatos lustrados en aquel suelo.
—Oh, lo siento, no las había notado…—dijo, con una actitud fingida.
Era obvio que se estaba burlando.
Apreté mis labios y el músculo en mi mandíbula se tensó.
Sin embargo, contuve mi rabia, la dejé hundirse muy muy muy profundo en mi interior.
No actuaría por impulso, le dejaría pasar esta vez…
—Dejala.—murmure a Imogen, que ya parecía estar arremangandose, lista para la pelea.
Al final, las tres nos sentamos en una mesa, alejadas del resto, seguidas por algunas miradas curiosas. No les hice caso.
—Rompimos las reglas…—murmuró, Amber, jugando con los restos de comida en su plato, que apenas había tocado.
—Por mi pueden meterse sus reglas…
—¿De qué reglas hablan?—inquirí, con mi vista fija sobre la mesa del centro, alejada de la nuestra.
Allí, se encontraba Elaine, charlando junto a una pelirroja y también estaba Atenea, que parecía más concentrada en su móvil que en la charla que se desenvolvía a su alrededor.  Los chicos llegaron al rato. Él mismo chico del primer día, aquel que llevaba el uniforme como un traje pintado, se acercó a la pelirroja y depositó un beso en su coronilla, y tomó lugar a su lado. Avalon que lo acompañaba, y también se sentó, junto a la pelinegra, que alzó la mirada hacia este y asintió, para luego devolver su atención al móvil entre sus manos, sin dejar de teclear un solo segundo.
Imogen se aclaró la garganta, atrayendo mi atención nuevamente, hacia nuestra mesa.
—Es complicado…solo digamos, que así ha sido por un largo tiempo y hasta ahora nadie se ha revelado, a excepción de unos pocos, pero nada muy…severo. Aquellos que no obedecen quedan marginados…nadie vuelve a hablarte, para ellos no existes. Nadie le habla a los nuevos, hasta que se dicte lo contrario, esa es una de las reglas.
—No entiendo…
—No hay mucho que entender, ellos decidieron que a los nuevos no se les habla y punto. Es una regla y nadie debe de cuestionarla. —dijo Amber, con tono determinante.
—Que estupidez…
—Si, es verdad, pero nadie se atreve a desobedecer…es mucho lo que arriesgan.
—Sigo sin entender…—confesé. —Ustedes me hablan a mi…se supone que soy nueva.
Imogen se rió irónica y con amargura dijo:
—Cariño, ni ella ni yo tenemos mucho que perder, a mí me han sentenciado por ser la hija de un hombre que dejó en bancarrota al padre de Anthony…y a ella, Elaine la odia. —Amber se encogió de hombros como si ya estuviera acostumbrada.
— ¿Quién es Anthony?
—El mejor amigo de Edén, pero él ya no viene aquí. Mi padre y su padre no se llevan bien, por un tiempo fueron socios y no fue hasta hace un año, que mi padre descubrió que este estaba inflando los números y la sociedad decidió expulsarlo. Le quitaron todo y tuvo que devolver todo el dinero que había robado, luego vinieron las batallas en el juzgado…ambas familias peleadas. Fue un escándalo.—dijo Imogen como si hablara el clima, mientras se miraba la manicura.
—No entiendo, ¿Qué tiene que ver con las reglas?
Amber tomó su tornó para hablar:
—Ves a ellos…—señaló hacia la mesa del centro, con un gesto de cabeza.—Ellos gobiernan este lugar. Dicen que se hace y que no, a quien hablamos y a quien no. Aquel que no obedezca las reglas queda “sentenciado” a la marginalidad en lo que resta de sus años en la secundaria. —dijo, haciendo énfasis en sus palabras con cierto dramatismo.
—¿No les parece un poco extremista?
—Por supuesto, todo el mundo lo piensa.—declaro, Imogen.
—¿Entonces porque nadie se atreve a contradecirlos? —Mi más profundo sentido de justicia, se veía convulsionado en ese momento.
Todo aquello, era una estupidez. La mayor tontería que hubiera oído jamás en mi vida.
—Es mucho más complejo de lo que parece en realidad…¿Recuerdas lo que te conté sobre los padres fundadores de Liberty?—inquierio, Amber, y yo asentí. —Bueno, ellos serían sus herederos. Generación tras generación, las familias han estado representadas en cuadros de honor y fueron el orgullo de la sociedad de aquel tiempo. Hoy, tal vez no sea tan…notorio, pero el espíritu permanece. La jerarquía que tienen por ser hijos de…los vuelve intocables.  —relataba, la rubia, y yo no podía creer lo que estaba escuchando.
»¿La ves a ella? Atenea Salinger, es la hija de James Salinger, el cofundador de la firma Salinger & Hayes. Un tipo con mucha influencia en el poder judicial, sin lugar a dudas…
—Él representó al padre de Anthony y logró sacarle unos cuantos millones a mi padre, el muy jodido es bueno. Además de que, tiene uno de los mejores bufetes de abogados de la ciudad, y sino es que del estado.
—No creo que sea para tanto…—dijo, Amber bajito.
—No lo sé, pero eso es lo que se dice.
—¿Y qué hay del resto?
—Artemis, la pelirroja, ella es odiosa. Muchos le dicen la Princesa roja, porque su padre, según dicen tiene algún lazo lejano con la realeza. Algún conde o que se yo… Tal vez un lord, ella es mitad escocesa, aunque nació allí, vive acá la mitad del año con su madre y luego se va a visitar a su padre.
—Ajam.—coincide, Imogen.— Se cree demasiado aquella zanahoria…su mamá es diseñadora de ropa de alta costura y su hija es su maniquí humano. Casi me da pena, si no fuera porque es una perra la mitad del tiempo que no está arrastrándose por Edén.
—¿Y Edén?
—Es el peor. No te creas su actuación de la otra vez…es el mayor hijo de puta. No se te ocurra acercarte a él. Le ha puesto los cuernos a su novia más veces de las que se puedan contar.
Amber asiente y agrega:
—Si, uh…Oí que ellos volvieron a pelearse, pero no tardaron en reconciliarse.
—Es una relación bastante tóxica…pero, ellos no pueden separarse.
—¿Por qué?
—Su padres los tienen obligados a estar juntos, es un beneficio para ambas familias. Una especie de pacto.
—Pensé que ya no hacían esas cosas…
—Pues entonces, te sorprenderá saber que aquí, en Liberty Rave, todavía seguimos en la edad media.—murmuró, Imogen.
—Ya veo…entonces, ellos tienen influencia aquí dentro por ser los hijos de los peces más gordos en todo Liberty.
—Básicamente, aunque de todos, es Edén el que tiene más poder. Su padre se acaba de postular a gobernador hace poco.
—Te olvidas de alguien…—le recuerda, Amber.
—Los hermanos…
—¿Que hermanos?
—Los mellizos LaCroix, son algo así como…una especie de siameses, van a todos lados juntos, él no se despega de ella. Y tienen ese lazo raro que tienen casi todos los mellizos, además de que ella es sorda, entonces él es su intérprete.
—¿Pero no están aquí hoy?
Imogen mira hacia los lados y niega.
—No, no vienen muy seguido a decir verdad. Su historia, lo que pasó con su familia es bastante…intenso. Su padre, el gobernador John, murió hace dos años con un tiro en la cabeza…
Alce ambas cejas, sorprendida.
—Fue muy fuerte para Eris, ella iba con él ese día y el tiro, la dejó sorda por lo que dicen. Fueron secuestrados y a ella la dejaron…pero, no escuchaba y no recordaba nada al momento en el que la policía la interrogó. Hay muchas especulaciones sobre lo que pasó.
—La familia lo encubrió, cuando la prensa trató de entrometerse—dijo, Amber, con voz bajita como si estuviera prohibido hablar de ello.
Un escalofrío me sopla las vértebras y me encojo sobre mí misma.
De repente, oigo a alguien aclararse la garganta y parpadeo, volviendo al presente.
—Ginebra, ¿No crees que…tal vez estén exagerando un poco las cosas? —habla, Rowan, atrapando mi mirada.
Juego con mis dedos y vuelvo mi mirada hacia, Rowan, quien me observa expectante. El bolígrafo que él sostiene, permanece suspendido sobre la hoja, al igual que el tiempo…
La alarma de su teléfono comienza sonar y yo salgo de mi trance.
—Ya acabó el tiempo…
—Tenemos quince minutos más. Toma asiento por favor.—me señala con el bolígrafo la silla, al momento en el que me dejó caer nuevamente sobre esta. —Dime…¿Tú les crees? 
—No lo se…es bastante descabellado, pero…últimamente muchas cosas han perdido el sentido…todas las cosas más raras e inesperadas que pudieran pasarme, ya han ocurrido. ¿Sería tan loco pensar que un grupito de adolescentes engreídos gobiernan este lugar? 
Rowan anota algo en su libreta y regresa su mirada a mi. Sus ojos azules, son fríos, calculadores, pero no paso por alto como una pequeña grieta de tristeza atraviesa su mirada.
—Hablame de estas chicas. Dime quién es Imogen, ¿Es una amiga?
—Es una compañera, hablamos a veces. —suelto, con cierto desinterés.
—¿Y tú crees que podrían llegar a ser amigas?
Me encojo de hombros.
—No lo sé, eso depende…
Rowan deja su libreta a un lado y vuelve su atención hacia mi.
—¿De qué crees que depende?
—De si puedo confiar.
—¿Y confías en alguien aquí?—su pregunta parece esconder otra detrás, sus ojos cristalinos, clavados en los míos.
La familia…
—No.
Si mi respuesta le ha afectado, Rowan se esmero por no demostrarlo, porque rápidamente deja sus anotaciones a un lado y toma su teléfono.
—Terminamos por hoy. El próximo jueves, agendalo.


—¿Y?
Daniel me observa expectante, apenas me subo al coche y junto mis manos, frotándolas, buscando generar algo de calor.
—Bien.
Daniel asiente, conforme, y pone el coche en marcha, de regreso a casa.
Apenas llegamos, me deshago de mis cosas y dejó la ropa tendida sobre la silla de mi habitación, para ponérmela mañana. Optó por un conjunto más cómodo, un par de pantalones y una camiseta blanca con mangas cortas y me pongo a hacer el trabajo de historia.
Pasadas las cinco de la tarde, papá toca a mí puerta y con un suave movimiento, entra a mi habitación, sin meterse del todo. Permanece apoyado sobre el marco de la puerta y yo me giró para verlo por encima del hombro.
—Tal vez deberías hacer una pausa…—dice, con una leve sonrisa de lado. —Llevas como tres horas metida ahí, estira un poco la espalda…hija.
—Todavía me queda un poco más.—me muerdo el cachete desde adentro.
—Lo se, pero te va hacer bien…no es bueno que estés tantas horas frente a la computadora. —dice, con el gesto preocupado, y entonces entra a mi habitación.
Su presencia allí hace que mi habitación parezca pequeña. Su metro noventa apenas pasa por la puerta, sin tener que encogerse. Aún recuerdo, cuando era una niña, como me gustaba que me hiciera subirme a sus hombros para admirar todo desde las alturas…
Daniel se sienta sobre mi cama y el colchón se hunde bajo su peso. El palmea el lugar a su lado y ya se lo que viene. Dejó lo que estoy haciendo y tomó lugar a su lado.
—Ven, hablemos.
Me muerdo los cachetes y juntó las manos sobre mi regazo, esperando.
Mi padre, joven para ser el padre de una adolescente, a sus treinta y seis años, carga con el peso de criar solo a una adolescente que, hace poco fue diagnosticada con ansiedad y depresión.
Observo los frasquitos de fármacos ordenados sobre el escritorio y recuerdo que a las ocho tengo que tomar mi medicamento.
Los pensamientos empiezan a bombardearme y vuelvo mi atención a papá, que toma mi mano, la cual sin darme cuenta, había estado apretando mi muñeca con bastante fuerza.
—¿Qué me quieres decir?
—Escucha, hoy tengo turno a la noche y no quería dejarte sola…—hace una pausa, y no hace falta que diga nada, ambos sabemos por qué. —Mañana sabes que es un día importante y lo más probable es que llegue tarde, no me esperes despierta. —asiento.—Le pedí a Beck que pase a hacerte compañía…no fue mi primera y mejor opción, preferiría a otra persona, pero él… es tu mejor amigo.
Vuelvo a afirmar con la cabeza y papá me sostiene la cara, acariciándome con uno de sus callosos dedos. Su gesto sigue siendo de preocupación, pero lo suaviza cuando dice:
—Luego me cuentas cómo ha ido hoy.
—Ajam.
—Pueden pedir pizza o comida china, si tú amigo lo prefiere.
Me río y asiento.
Papá se pone de pie y observa mi habitación, que se encuentra bastante desordenada…
—Y limpia un poco, un chiquero está más limpio…—y ahí vuelve a ser Daniel, el padre exigente y severo, no aquel preocupado que me trata como si fuera una muñeca rota.
—Si, señor. —Hago un saludo militar.
—No quiero que Beck entre aquí, ¿Entendido?
—Nop.
Veinte minutos después de que papá se marchara, mi mejor amigo se tumba sobre mi cama, que hacía menos de cinco minutos había tendido.
—La acabo de hacer…—protestó, viéndole acomodarse con los brazos detrás de la nuca.
—Lo siento…es que tú colchón es mejor que el mío, no sabes lo feo que es dormir en esa cucheta…Madsen y Masón gritaron toda la noche con su tonta guerra de almohadas. —Mi amigo se queja de sus hermanos, que son como un par de simios. Todo el rato corriendo y gritando. —La otra vez, atrapé a Madsen con una de las viejas revistas de mi viejo…
—No quiero saber.
—Es normal, ya ha entrado en esa edad…es como un perro. Aunque, Masón, no estoy muy seguro de si le gustan las chicas.
—¿Y que tiene?
—Nada. Si él fuera…gay, yo lo apoyaría.
Ambos permanecemos callados por un par incómodos minutos, y entonces, decido regresar a lo mío, cuando de repente escucho a Beck decir:
—¿Y esta joyita?
Alzó la mirada y abro los ojos de forma desmesurada, cuando lo veo sostener el teléfono nuevo que me ha dado Avalon, el cual no había molestado en sacar de su caja. Pensaba devolverlo.
—No lo toques, no es mío…
—¡¿Lo robaste?! Chica mala…yo sabía que después de todo no eras tan santa. —se burla, con su mirada azul danzarina.
—Finn, suéltalo. Lo voy a devolver. —él lo enciende y empieza revisar las herramientas.
—Joder…Gwen, esto debe valer un pulmón o un año de trabajo de mi viejo. —canturrea, sin soltar aquel aparato, tan moderno y delicado.
—Beck, por favor…—al final él se aburre y me lo devuelve.
—¿Entonces…?—alza las cejas rubias de arriba hacia abajo.
—¿Entonces que?
Vuelvo a meter el aparato en su caja.
—No me creo que lo hayas robado, eso no es propio de ti…creo. A menos que ahora te hayas convertido en una especie de cleptomana. 
—No seas tonto…
—¿Entonces, como carajos conseguiste ese aparato…? No me creo que tu viejo gane tanto como para comprarte eso, sin ofender.
—No, me lo dieron. Es es todo.
—¿Te lo dieron? ¿Pero…por qué?
—Los chicos de la otra vez, aquellos que me atropellaron en el pasillo la otra vez, uno de ellos quiso darme esto…por romper la pantalla del mío.—señaló la pantalla de mi móvil, enseñándole la parte quebrada. 
—Interesante. Tal vez le gustas…—dice mi amigo, rascándose la barbilla, como si estuviera pensando.
—¡¿Qué?! No digas mamadas Mary Jane…
Mi amigo suelta una carcajada y se sostiene el abdomen, como si mi comentario fuera lo más gracioso que haya escuchado nunca.
—Quiero decir, tampoco eres tan fea…podrías gustarle o…solo quiso ser amable.
Me hago la ofendida por su seudo insulto y le lanzo un almohadón a la cara, que el atrapa rápidamente.
—Maldito…
—O vamos, es un chiste…no eres fea…tan. —y vuelve a carcajearse, pero esta vez si logro darle con mi puntería y le doy directo a la cara. —Auch. ¡Eso no era un almohadón!
Esta vez soy yo la rie fuerte, después de arrojarle una pelotita para los nervios a la cara.
—...En fin, no importa el motivo…mañana pienso devolverlo.
—No, conservalo. Podría ser útil…más tarde.
Me muerdo los cachetes y pienso, pienso, pienso.
—De acuerdo, pero mientras seguiré usando el mío. —Mi amigo asiente, y guardo el aparato bajo mi escritorio, escondido entre mis cosas.
El silencio vuelve a la habitación, acompañado solamente por el sonido de las teclas, mientras continuó con las tareas del instituto.
Beck suspira sonoramente y se acomoda sobre mi colchón, se reincorpora y se sienta, con su espalda sobre mi respaldo. Al final, vuelve a su posición original y suelta:
—Estoy aburrido…hagamos algo.
Paro de teclear y me giró sobre mi asiento para mirarlo.
—¿Qué?
—No se…cualquier cosa…que no sea aburrida.—De repente, se pone de pie y dice:—¿Alguna vez fuiste a la ciudad de noche?
—¿Qué?
—¿No quieres ir? Me aburro en este pueblo…no hay nada para hacer aquí.
—Es día de semana, mañana tengo clases y papá me va a matar si salgo…—mi amigo me interrumpe y habla por encima.
—Ah, tu padre no se va a enterar…¿Qué dices?
Lo miro con un gesto serio y niego.
—No.
Mi amigo rechista y se vuelve a tumbar sobre mi colchón, el cual cruje bajo su peso.
—Eres aburrida. Muuuuuy aburrida, Ginebra Roth.
—Ajam.—vuelvo a mi tarea y ambos permanecemos en silencio, por unos cuantos minutos más, hasta que una idea cae como un rayo a mi mente.
De repente, me veo conducida por el impulso y digo:
—¿Sabes que…? A la mierda… vamos a la ciudad.
Beck me observa con sorpresa y parpadea, como si no pudiera creer lo que acabo de decir. Sus ojos azules me estudian con cierto escepticismo.
—¿Lo dices en serio?
—Sip, vamos antes de que me arrepienta…
Mi amigo salta de la cama y no tarda ponerse su campera, cuando dice:
—Voy por las llaves.
Asiento y lo veo salir como un rayo de mi habitación, y yo aprovecho para cambiarme la ropa de casa, por algo más…apropiado para la ciudad. Me visto con un jean y un buzo demasiado grande, que cubre parte de mis músculos, junto con mis convers blancas.
Me hago una coleta medio desprolija y al salir de mi habitación, veo a mi amigo con el Jeep en marcha, en la puerta de casa.
—Tu crees que sea buena idea ir…así. Mi Papa podría llegar y notar que el Jeep no está…y si se entera me degolla. —digo, meditando las posibles consecuencias.
—¿Prefieres ir en tren?
—Si…uhm, tiene más sentido.
Beck abre y cierra la boca, cuando se escucha a alguien más decir:
—¿A dónde van?
Mi corazón se congela y tanto Beck como yo, nos giramos hacia la fuente de aquella voz masculina, que provoca que mis latidos vayan más rápido.
Trago y me aclaro la garganta, cuando Beck dice:
—A la ciudad…—admite, y yo lo fulminó de soslayo.
—Ah…—la mirada de Hayden, pasa de mí hacia Beck, y la inversa. —¿Les molesta si voy con ustedes?
Esta vez, mi amigo, me mira por encima del hombro y yo, dirijo mi mirada hacia Hayden, notando su cabello húmedo. Acaba de volver de su práctica, lleva el bolso colgado al hombro y una sudadera gris encima.
—Si…
—Podemos ir con mi coche, si prefieren…—me muerdo el cachete y busco la mirada de Beck.
Al final, los tres vamos en el auto de Hayden, de camino a la ciudad.

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⏰ Última actualización: Jul 30, 2022 ⏰

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