Capítulo 8

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Capítulo 8
7 rings.

Su cuenta en Instagram había crecido mucho desde las últimas vacaciones de verano. Un día pasó de tener mil trescientos seguidores a diez mil, y los números no paraban de crecer. Todos sabían quién era Atenea Salinger.
Su padre le había dicho que tuviera cuidado, ya que con tantos seguidores podrían buscar hacerle algo. El siempre pensaba mal de todo el mundo, era sumamente desconfiado y cauteloso. Ella estaba convencida de que se comportaba como un paranoico.
Su celular zumaba repleto de notificaciones nuevas, comentando su último posteo, que era una foto de ella junto a su golden retriever. Revisaba las notificaciones distraídamente, fingiendo no escuchar la conversación que sus hermanos y su padre mantenían.
—...Las cosas andan un poco tensas últimamente. —hablaba su padre hacia Alexander, quien asentía a todo lo que su padre le decía.
Atenea se acomodó en su asiento y arrugó el ceño, sin despegar la vista de su móvil.
—...¿Y qué hay de los clientes?—intervino Ariadna, su hermana.
—Por ellos no te preocupes. Les he hablado del asunto y todo está bajo control.
Su hermana asintió, pero la expresión preocupada no la abandonó.
—La nueva candidatura de Theodor ha generado bastante revuelo.—dice, Ariadna, tratando de sonsacarle algo más de información a su padre.
Atenea sabe que, James es muy reservado con algunos asuntos, y la mayoría de las cosas más importantes siempre se las ha confiado al mayor de sus hijos. Alexander cuenta con el apoyo total de su padre, pero en cuanto a Ariadna…ella no juega con la misma suerte. No importa cuanto haga para acercarse a su padre y la firma, hay muchas cosas que su hermano y padre no le dicen.
Por su parte, Atenea, como la menor de los tres juega a no darse cuenta de nada.
El chofer bajó la pequeña ventanita que los separaba, y les aviso que ya habían llegado.
Su padre asintió y se abotonó el traje, al igual que su hermano, quien se acomodó los gemelos de plata con su inicial grabada. Ariadna se retocó el labial y Atenea aprovechó ese momento para tomarse una selfie.
Su hermana la miró con mala cara, arrugando el ceño.
—Cada día te pones más pesada.
—Y tú más vieja. Hazte un favor y deja de fruncir tanto el ceño, que te arrugas.
Alexander le sonrió con complicidad a Atenea, y ella le devolvió la sonrisa. Mientras, Ariadna los observaba a los dos con una expresión seria.
Bajaron del coche, cuando el chofer fue a abrirles. Los flashes de la cámaras comenzaron a dispararse en su dirección y no le dieron espacio a preguntas a la reportera que los perseguía, atosigando con preguntas bastante comprometedoras sobre algunos de los clientes más controversiales de su padre. 
Avanzaron hacia la entrada del gran edificio que pertenecía a la firma de abogados Salinger-Hayes y asociados.
Se trataba del aniversario de celebración por los veinte años que cumplían como firma desde que la fundaron.
Subieron hacia el décimo piso y tras abrirse las puertas del ascensor, varios invitados se acercaron a saludar a su padre y su hermano, quien aunque no trabajaba para la firma, era reconocido por la gente de buena manera. Algunos pocos saludaron también a Ariadna, pero en su mayoría se vio ignorada por varios invitados.
Atenea casi sintió algo de lástima por su hermana, pero todo sentimiento de empatía se disolvió rápidamente cuando esta le dedicó una mirada altiva.
Ella siempre se había creído mejor que Atenea, pero estaba claro que en realidad la celaba, desde que ella había llegado a su vida, Ariadna se comportaba como una perra con ella.
La pelinegra barrió con su mirada el salón y sonrió apenas lo vio a él, aunque esa sonrisa se desvaneció cuando notó a la mujer que colgaba de su brazo. Este caminaba en su dirección, decidido a hablar con su padre.
Una vez llegó hacia ellos, este estrecho su mano hacia James y luego saludo a Alexander y Ariadna, dejandola a ella para el final. En ese momento, sintió como sus labios húmedos dejaban su rastro sobre su mejilla y Atenea no pudo evitar tensarse bajo ese toque tan sutil, pero significativo.
—Hacía tiempo que no sabíamos nada de ti, Marcus —dijo su padre, con una sonrisa ensayada. —¿Cómo está tu padre?
Marcus se aclaró la garganta y evadiendo su pregunta, en su lugar dijo:
—James no te he presentado a Sarah.—dijo, señalando hacia la rubia, quien se mantenía un poco más atrás. —Mi novia y prometida.—sus ojos se fueron hacia Atenea, tras pronunciar esas últimas palabras.
Ella observó a la tal Sarah con recelo. La chica lucía de la edad de Marcus. Llevaba un vestido simple en color negro, un collar de perlas que decoraba su cuello largo y traía un maquillaje sutil. Era bonita, aunque no hermosa.
—Con permiso.—habló Atenea, por primera vez en toda la velada.
Quería irse de ahí. No se sentía cómoda alrededor de toda esa gente. Nadie le prestó atención, todos parecían sumamente entretenidos con los relatos de la maravillosa Sarah, quien estudiaba ciencias económicas en Yale.
Camino hacia una de las mesas donde servían bocadillos y se metió uno a la boca. Le tomó una foto a la comida y aprovechó para sacarse otra selfie. Los comentarios a su última historia llenaron su casilla, pero no les prestó atención.
Sintiéndose agobiada por tanta gente, decidió salir a la terraza, que para su fortuna, se encontraba vacía. Se apoyó sobre la baranda y se perdió entre las luces de la ciudad de Arcaden. Desde esa altura todo se veía muy diferente, los rascacielos que se alzaban sobre la ciudad ya no parecían tan imponentes o temibles, al igual que el resto de edificios.
Sonrió al ver el cartel luminoso en donde aparecía el rostro de su amiga, Artemis, posando junto a otras modelos de la marca de ropa de Gillean. Ella se encontraba al centro, no sonreía, más bien posaba frente a la cámara con una expresión vacía. Atenea creyó por un momento, que su amiga merecía mucho más que esa vida tan frívola y vacía.
De hecho, sus vidas no eran tan diferentes. Era como vivir en una pecera, expuestas, bajo el ojo crítico de quienes no sabían nada de sus vidas. Todos hablaban, esparciendo rumores y divulgando barbaridades sobre sus familias.
Atenea suspiro, sintiendo esa pesadez que le presionaba el pecho.
—...Desapareciste. —aquella voz hizo eco en sus tímpanos y estragos en su corazón, que se disparó furioso, reconociendo al dueño de sus latidos.
—Me estaba aburriendo.—soltó con indiferencia, sin girarse a verlo.
El olor a tabaco llegó a sus fosas nasales y fue en ese momento, cuando lo encaró.
—Pensé que tú no fumabas.
—Cambie de parecer.—dijo, dejando salir el humo por la boca.
—Veo que se ha vuelto un hábito aquello. —dijo con doble intención.
Marcus sonrió de lado, como siempre solía hacerlo. Esa sonrisa torcida que tantos problemas le había causado en el pasado.
—¿Y tú?
—¿Yo qué?
—Algo nuevo…algún hábito del que no sepa.
Atenea despegó su mirada de la suya y se fijó nuevamente en los edificios que los rodeaban, los cuales parecían verse más grandes en aquel momento.
—No sé…¿Por qué te interesa?
Marcus se encogió de hombros y caminó en su dirección, dejándose caer de espaldas sobre la barandilla. Sosteniendo el cigarro entre sus dedos, le dirigió una mirada que la puso aún más nerviosa.
—¿Cómo va el instituto? —volvio a darle otra calada al cigarrillo, y dejó salir el humo lejos de su rostro.
—No preguntes si no te interesa…¿O es que ahora te preocupa mi rendimiento académico?
Pensó que eso lo haría enojar, pero en su lugar se rió.
—Quiero saber de ti, Atenea. Eso es todo.
—Mientes.
Él sacudió la cabeza y la miró con intensidad. Sus ojos de un tono grisáceo, lucían opacos. Sin brillo.
—¿Y qué pasa con Sarah? ¿Es tu prometida como le has dicho a mi padre?—pregunto, tratando de no sonar tan angustiada como de verdad se sentía.
—Sarah y yo somos buenos amigos.
—Que follan.—adivino Atenea.
El no contestó. Atenea empezó a reírse, y sacudió la cabeza, incrédula.
—Eres un jodido idiota. ¿Por qué le mentiste a mi padre?
No le respondió, él simplemente tiró el cigarrillo y lo pisó con la suela del zapato.
—No respondas, entonces. —refunfuñó ella, cruzándose de brazos.
Con Marcus siempre era así. La buscaba, la confundía y después se marchaba. Dejándola con todos esos sentimientos revueltos y difíciles de manejar para ella.
—Atenea, por favor. —hablo, con la voz hecha un hilo. Sonaba como un susurro suplicante.
—¿Por qué?
Él agachó la cabeza y exhaló con fuerza. El músculo de su quijada sobresalía y su gesto fue serio, cuando levantó la mirada y clavó sus ojos grises sobre los de ella.
—Por mil razones. No podía ser, no puede ser. No está bien, joder.—susurro.—Tu tienes dieciséis años, Atenea. Eres menor. Te llevo cinco putos años. —se señaló así mismo y a ella.—No es correcto.
—Pero…
—No insistas.
—Tienes miedo.
—¿De las consecuencias? Pues sí. Sabes si quiera lo que podría pasar si alguien supiera de esto.—murmuró, cerca de su rostro. Su expresión lucia desencajada. —Tu padre me demandaría y tu hermano…nuestra amistad se iría a la mierda.
Atenea suspiro rendida.
Marcus la soltó, al notar su mano rodeando su brazo. El simple contacto le quemaba. No podía tocarla sin sentirse culpable y aliviado a la vez. Emociones contradictorias lo envolvían siempre que ella estaba cerca.
El se volteó y Atenea lo observó caminar hacia la puerta, pero antes de entrar nuevamente, la observó por encima del hombro. Su mirada dura se ablando un poco.
—Marcus.
El se detuvo y todo su cuerpo se tensó.
—¿La quieres?
Hubo un silencio, después de esa pregunta tan dolorosa que ella le había hecho. Su corazón palpitaba con fuerza.
—Aprenderé a hacerlo.—se sinceró, y algo dentro del pecho de ella se agrieto un poquito más.
No regresó de inmediato, se tomó un rato para colocarse su mejor máscara y enfrentar todas esas caretas falsas. Algunos miembros de la prensa que su padre había invitado, estarían esperando por el momento en el que la familia Salinger diera su discurso y saldrían en las noticias locales.
Su hermana  la interceptó a mitad de camino, observándola con la expresión displicente y la mirada helada.
—¿A dónde mierda fuiste? Papá está esperándote.—masculló, tomándola del brazo, clavándole las uñas en la piel.
La arrastró hacia el salón conjunto, en donde estaban las mesas distribuidas con todos los invitados sentados. Entre aquellas mesas vio a Marcus, sentado al lado de Sarah y el resto de los integrantes en la mesa de los abogados más importantes de la firma y sus familias.
Atenea se soltó del agarre de su hermana y tomó lugar junto a su padre, ganándole el asiento a la perra de Ariadna.
Su padre le sonrió con calidez y le tomó la mano buscando algo de apoyo, antes de subirse al escenario para hablar.
Atenea lo siguió con la mirada y sintió cierto orgullo de ver a su padre en ese lugar. Todo lo que ellos tenían lo había forjado  a base de trabajo, sudor y sacrificios.
Aunque su padre era alguien complejo de entender, un hombre que por fuera se lo veía frío y calculador, también era un padre protector y hasta consentidor. Había cuidado de ella desde que a su madre le había pasado aquello. El mismo las había sacado de ahí…aunque, una parte muy pequeña de ella le guardaba algo de resentimiento y odio.
Su mirada se tiño de rencor, una vez este alzo la copa de champagne, brindando por el éxito de su firma y la del padre de Marcus, su socio, que hoy se encontraba internado en un hospital inducido a un coma.
Él también tenía la culpa de que su madre estuviera así. Porque se había tardado mucho tiempo en aparecer…
Odio mezclado con amor, eso era lo que sentía por su padre. Admiración y vergüenza. Lo culpaba de todo y de nada, le agradecía que las hubiera rescatado, pero a la vez le reprochaba haberla alejado de la persona más importante para ella.
James regresó a la mesa, pero cuando buscó la mano de su hija, ella la apartó. No lo quería cerca, porque en esos momentos ella lo único que podía hacer era pensar en su mamá. En cómo sentía que la estaba traicionando a cada minuto que pasaba bajo el techo del hombre que la había abandonado. El mismo hombre que las rescató, pero que fue egoísta al llevársela a ella a su casa y dejar a la mujer que la había estado criando atrás.
La velada transcurrió sin más desperfectos. Todos sonreían y bebían, compartiendo chistes o anécdotas sobre sus años trabajando en el bufete.
Atenea se obligó a apartar todos esos pensamientos negativos, que minutos atrás la habían abordado y se relajó, dejándose llevar por el momento.
Fingiendo que todo estaba bien.
Dedicándose a esquivar la miradas de soslayo, que Marcus le echaba, mientras hablaba con su padre sobre su futuro trabajando en aquella firma.

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