Cuando llegaron a la linde del bosque el Sol aún estaba en su máximo esplendor, y ahora sin el amparo de las copas de los árboles el calor pronto empezaría a hacer mella en el grupo. El cauce sosegado del río Celebrant se entremezclaba con el raudo y joven de Nimrodel. Ambos nacían en las alturas, pero el caudal que debían seguir era por diferencia el más difícil de domar. 

Por fortuna muchos años atrás, antes incluso del nacimiento de los presentes, los elfos de antaño había conseguido crear un paso entre ambos ríos, justo allí donde las aguas presentaban ser más mansas y benévolas con sus visitantes.

A caballo, uno a uno terminaron al otro lado de la orilla. Gimli profería maldiciones siempre que una ave decidía entonar su canto, y Silwen seguía dichosa la melodía en un tarareo débil pero que alcanzaba los oídos de todos. Era entonces cuando su amigo cesaba su lenguaje, poco cortés, y se deleitaba con la inexperta pero dulce voz de su compañera. 

Tanta fue la prisa que tenían de alcanzar su destino, después de que salieran de Minas Tirith en un verano agotador y encontrándose ahora con un otoño reciente, que el cuarteto que había partido junto desde un inicio, profirió un largo suspiro unísono cuando vislumbraron la pared escapada a tan solo media legua. 

Las Montañas Nubladas se alzaban imponentes, se honraban a si mismas sin la necesidad de alabanzas que engrandecieran su evidente belleza. Aún así Silwen emitió un suspiro ahogado, observando por vez primera unas montañas que no eran lúgubres, ni de negro carbón que humeaban azufre por cada resquicio. Distaban mucho de ser como las cumbres dentadas de Mordor.

El camino fue ameno, entre las grandes proezas que narraba Gimli de tiempos antiguos, y las descripciones detalladas y vívidas que daban los hermanos a Silwen, que se encontraba ávida de conocimiento y de tierras lejanas. Nunca fue consciente de su desesperado deseo de explorar más allá de Ithilien, hasta que Elladan le detalló de Norte a Sur, de Este a Oeste, cada roca y valle de Arda. 

Tan extraño fue como afortunado, que no hallaran ningún obstáculo en el último momento de su travesía. Ni animales, ni bestias, ni rocas que eludir. Más parecía que el destino quería ofrecerles un ápice de paz antes del enfrentamiento.

Cuando descendieron de los caballos, todos esperaron a que Elladan y Elrohir lideraran la marcha a pie hasta la entrada secreta a los túneles de la montaña. Sin embargo, estos quedaron estáticos, cediendo el liderazgo a una empequeñecida elfa que trataba de mimetizarse tras la espalda de Aragorn. 

— Quizás no recuerde bien la entrada, ni siquiera soy aún consciente del porque tengo ese conocimiento. —se excusó quedando ahora entre Gimli y Legolas— Si conocéis el camino, lo más sensato será que os sigamos. —deslizó su mirada entre los gemelos, que sonrieron imperceptiblemente como si hubieran esperado una respuesta así.

— La Dama lo quiso de esta forma. —Elladan se hizo a un lado y extendió su brazo en un semicírculo que invitó a la elfa a avanzar.

— Y nosotros confiamos en la sabiduría de Galadriel. —añadió Elrohir imitando la acción de su hermano. 

— Por las barbas de Durin. —maldijo Silwen. Las palabras salieron tan veloces de sus labios, que no fue consciente de haberlas pronunciado hasta que la carcajada de Gimli rebotó entre las montañas. Aragorn fue el siguiente en soltar a reír, no esperando oír una frase así salir de un hijo de Ilúvatar. 

Una parte de ella, la que aún creía estar encerrada entre barrotes, la impulsaba a disculparse tras sus palabras, pero una nueva Silwen, quizás la que emergía con fuerza ante la adversidad, le decía que aquello formaba parte de ser libre. Tenía ahora la capacidad de amar, de luchar por lo correcto, y porque no, también de maldecir si se le antojaba. Así que avanzó entre los gemelos, irguiendo su espalda en un porte regio, y deslizó su vista plateada por la ladera de la montaña que tenia a su izquierda. 

✓ DAMA DE PLATA ⎯⎯  ʟᴇɢᴏʟᴀꜱWhere stories live. Discover now