━ 𝐋𝐗𝐗𝐕: Brezo púrpura

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—Lo lamento, Eiv —se disculpó Drasil, aún con la vista fija en sus maltratadas manos. Nunca le había gustado que los demás vieran su parte más sensible y vulnerable, ni siquiera sus más allegados—. Yo... No estaba de ánimos para hablar con nadie. Lo siento mucho. —Alzó ligeramente el rostro, lo justo para poder toparse con los cálidos ojos de su compañera, que la observaba con comprensión.

—Es entendible, tranquila. —Eivør realizó un mohín con la boca, restándole importancia al asunto—. Tu madre me ha puesto al corriente de lo que ha sucedido. ¿Cómo te sientes? —consultó sin poder disimular un timbre preocupado en la voz.

Drasil respiró hondo y exhaló despacio.

—Ni yo misma lo sé —respondió a la par que se encogía de hombros—. Esa noche, la del banquete, pasaron muchas cosas... Demasiadas. —La morena no titubeó a la hora de cubrir sus manos con las suyas propias y estrechárselas con cariño, queriendo transmitirle su apoyo—. Creo que aún estoy tratando de asimilarlo todo.

Apoyó la cabeza en la pared y se tomó unos segundos para poder contemplar los haces de luz que entraban por la ventana, filtrándose a través del trozo de tela que actuaba de cortina. Le resultó imposible no preguntarse cómo estaría el primogénito de Ragnar y Aslaug, si él tampoco habría podido dejar de pensar en lo ocurrido aquella noche. Una parte de ella ansiaba verlo y abrazarlo, olvidarse de los malos momentos y volver a disfrutar de su agradable compañía, pero la otra... La otra estaba demasiado dolida y confundida.

—Debiste dejar que golpeara a esa ramera —masculló Eivør entre dientes, haciendo referencia a su confrontación con Margrethe en el Gran Salón—. Pero bueno, me complace saber que has acabado haciéndolo tú. —Una sonrisa maliciosa asomó a sus labios, como si se estuviera recreando en aquel pensamiento—. Eres una buena aprendiza. Pero que no se te suba a la cabeza, ¿eh? —añadió en un improvisado tono jocoso.

Drasil rio por lo bajo, divertida.

Había extrañado esos momentos con ella.

—Fue muy satisfactorio, créeme —manifestó la castaña—. Se ganó a pulso esa bofetada. De hecho, tuve que contenerme para no darle otra.

Ante eso último, Eivør entornó los ojos.

—¿Qué fue lo que te dijo, Dras? —quiso saber, presa de la curiosidad—. Te conozco, y sé que no es fácil hacerte perder el control de esa manera —señaló, procurando ser lo más cuidadosa posible a la hora de elegir sus palabras. No quería que se sintiera incómoda ni que se cerrase en banda.

El semblante de la susodicha se ensombreció por completo, como si un trueno hubiese estremecido su memoria. Flexionó las piernas y las rodeó con sus largos y delgados brazos, para después apoyar el mentón en sus rodillas.

Eivør, por su parte, aguardó pacientemente a que se sintiera con las fuerzas suficientes para contarle lo sucedido. No pensaba presionarla; dejaría que fuera la propia Drasil quien tomase la iniciativa. Y si se diera el caso de que no quisiese hablar de ello, no insistiría.

—El mismo día que Margrethe apareció en el Gran Salón para provocarnos —comenzó a relatar la hija de La Imbatible—, se presentó en casa de Ubbe. —La expresión de su mejor amiga cambió radicalmente al escucharlo, mudando a una de auténtico desconcierto—. Interpretó un papel: fingió estar afligida por la traición de Hvitserk para poder engatusar a Ubbe. Imagino que su plan era conseguir que volviera a caer en sus redes... Por eso le besó. —Aquellos vocablos le supieron amargos, pero hizo acopio de toda su fuerza de voluntad para proseguir—: Ubbe la echó después de eso. Fue él quien me lo contó días más tarde.

Eivør se mantuvo silente durante unos instantes. Su mente se había puesto a trabajar a toda velocidad, desmigajando hasta el último pellizco de información que acababa de recibir. No le sorprendía aquella jugada tan sucia por parte de la rubia. Estaba obsesionada con el Ragnarsson y no pararía hasta hundir su relación con Drasil.

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